Ladrones de tinta
Alfonso Mateo-Sagasta, 2004
Editado por Ediciones B, en Barcelona. (Raro es el libro que leo en castellano que no haya sido editado en Barcelona. El negoci es el negoci. Obviamente.)
Después de leer La conjura de Cortés de Matilde
Asensi (2012) y El Hereje (1998) de
Miguel Delibes, pensaba que ya no volvería a leer una novela histórica digna de
ese epíteto. Me equivocaba, el repúgnate regusto que me dejó la última novela
del castellano (no pasa de media docena
de páginas de calidad, y olvido los anacronismos y los errores, increíble que
le dieran el Premio Nacional de Literatura, se califica por sí solo. Como Paulo Coelho ¡…! ¿…? -Aleph, 2011- fui incapaz de pasar de la
página 50, absolutamente infumable) y el no menos nocivo de la primera autora mencionaba sobre
las aventuras de Martín Ojo de Plata y autobautizada como ‘La gran saga del Siglo de Oro español’, escasa
de calidad y más insustancial que un tebeo del capitán Trueno.
Sin embargo la literatura no ha muerto, entre
tanta porquería, entre los intereses de las editoriales, de los medios que las
guarecen, de las televisiones risibles, de la publicidad y el escaparate de
kiosco, ante tanto mercantilismo vacuo, surge algunas veces la calidad. La obra
de Alfonso Mateo-Sagasta es de esas pequeñas obras de arte que no logran tener
la repercusión que se merecen, es cierto que es una novela galardonada, entre
otros, con el premio Ciudad de Zaragoza de Novela Histórica, para obras ya
publicadas (un premio un tanto estúpido, si bien el premiado no
dirá lo mismo) pero por ahora Ladrones
de tinta no alcanza ese prestigio que parece solo destinado a los autores
que, por una u otra razón, la fama y los medios elevan al parnaso (véase los
Terenci Moix, Antonio Gala, José Luis Corral, Ildefonso Falcones, Santiago
Posteguillo, etc…)
Estamos ante la novela histórica de verdad, la que cuenta aquello que los profesionales de la historia dudan de contar.
Como todos los géneros, aunque creo que las
grandes novelas escapan de ese apelativo y se sitúan en el género de los
géneros: la literatura. Como todos los géneros, decía, la histórica se ramifica
en familias, sin embargo Ladrones de tinta no se aparta del tronco central
de las grandes narraciones del pasado, no se acerca al thriller, tipo
Pérez-Reverte, o al simple folletín histórico políticamente correcto, como el
anteriormente citado de Asensi, se encamina en la vereda de la averiguación y
del periodismo como utillaje que nos desvela turbios contubernios que los
historiadores ortodoxos nunca reconocen. Es una novela revisionista, con una
visión de la vida del Siglo de Oro muy cercana a lo deducible. Mateo-Sagasta,
sin grandes alardes estilísticos, materializa un contexto real propio de un
documental de investigación de rigor. Es capaz de involucrar a Cervantes, Lope,
Góngora, Quevedo, Tirso de Molina en una secuencia de acontecimientos
coherentes y verosímiles, cosa tremendamente compleja. Con un protagonista:
Isidoro Montemayor, como testigo inmejorable del Madrid de principios del XVII,
y con un objetivo claro: averiguar quién es Alonso Fernández de Avellaneda, el
verdadero actor de la trama.
En resumen: Una novela recomendable a cualquier
lector que le interese la vida de los hombres de otra época, de aquel esplendor
fugaz y baldío, de los hombres que crearon los libros, de las tripas del
negocio de la cultura entonces y ahora, del trajín de la historia que subyace y
no incumbe ni a reyes ni a papas, del devenir de los ancestros y el perdurar de
las generaciones que nos antecedieron, de aquellos polvos que trajeron estos
lodos.
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