1.01
Recordaré aquel día mientras viva, no pasó gran
cosa y sin embargo todo cambió para siempre.
Recibí un certificado de la Oficina de Ocupación
Pública emplazándome para una entrevista en su sede central, y aun pareciéndome
otra necedad de “los burócratas de Washington” tenía que ir, ¡qué remedio! Por
eso recorté mis patillas al milímetro, al igual que las cejas y el disforme
bigote con perilla, también la crin de las orejas, pero quería un diez y decidí
estrenar una loción para después del afeitado que resultó apestosa e irritante,
entonces el tiempo se esfumó y nacieron las prisas. Menos mal que usaba un
vestuario parco y ecléctico, insustancial para el gusto de mi madre, atemporal
para el mío y de fácil conjunción al ser todo negro, incluso la corbata y la
ropa interior. Eludí el espejo, pillé el cartapacio y con un portazo me despedí.
El ascensor tardó en llegar, y al llegar olí el paso del vecino del noveno y de
su perro. Para rematar la mise en place, ya
en la calle y justo en el momento de tomar velocidad, pisé una mierda. Y así, vencido
y desarmado, contemplé el pringoso zapato izquierdo sin poder contener un
alarido: “¡Maldita suerte!”. Reaccioné buscando lo que fuese y no lo hallé;
solo quedaba restregar con fuerza la suela por el bordillo de la acera, hasta que
caí en el error: “No… esto no es la mala suerte, esto debe ser la buena suerte”.
El trayecto hasta la boca del suburbano se hizo
eterno, solo pensaba en una solución final para el detritus, y durante el viaje
entró en mi cabeza que el entrevistador se taparía la nariz nada más verme. De
chiripa, al salir de nuevo a la calle, topé con el charco perfecto donde
sumergir el pie hasta deshacerme del tufo. A las puertas de mi destino casi
había olvidado el incidente, si bien continuaba arrastrando la pierna y
exagerando la cojera de la otra. Me presenté en recepción y fui invitado a
tomar asiento, “pronto le llamaremos” dijo y la creí. Por curiosear cogí una
revista que tenían en la mesita: Cómo
buscar trabajo y no perecer en el intento, se titulaba aquel panfleto de
papel y simplezas reiterativas que releí y releí hasta odiarlo; de vez en
cuando oteaba inquisitivo a la recepcionista, aunque al parecer estaba vacunada
contra miradas de individuos como yo.
Por fin me pasaron a una aséptica sala con una pantalla
en la mesa, “tiene que contestar a unos cuestionarios” ordenó, “el programa le
marcará los tiempos y él le avisará cuando termine, ¿algún problema?”, “no
ninguno, estoy deseando confesarme con una máquina”.
Otra vez engañado, pues no fueron una serie de
preguntas, fue una serie con episodio piloto, ocho o diez temporadas, precuela,
secuela, el cómo se hizo, y la versión del director extendida; un auténtico
coñazo de letanías de test matemáticos infantiles y argucias más que dudosas
para dilucidar si eres tonto perdido. Terminé y otra vez a la sala de espera, al
mismo sillón, a la misma pared, al mismo cuadro anodino, al mismo careto
insustancial de recepcionista, y un rato lleva a otro rato y yo no sabía ni que
hacer. Era la sutil tortura del poder: “tal vez te demos un trabajo, ¡pero
tienes que sufrir, mamón!” Al fin apareció la entrevistadora, me estrechó la
mano y sin disculparse fuimos pasando al matadero.
— ¿Por qué ha rechazado siete trabajos en los
últimos tres años? —soltó con desfachatez.
2.01
La libertad
en 1591
Capítulo I
Viernes a veynte y cuatro de mayo del año del Señor
de mil y quinientos y noventa y uno.
«La Historia
en sus dos requisitos: verdad en la pluma y neutralidad en el ánimo»
Bartolomé
Leonardo de Argensola
El
badajo sin sentido de la vida continúa su algarada tal trovero enamorado que no
conoce la mesura. Es el badajo de bronce de la santa campana del Xristos rex venit in pace ex
maria virgine et homo
factus est et benedicta hora in qua natus est de la Torre del relox.
Es un badajo que tañe por los hombres y espanta a palomas y a cuervos; que retorna
del oscuro mundo telúrico, hermético y primario; que mueve mano humana con
ventura, con el albur de todo lo que ocurre, con la sinrazón de los días y el
rodar de los planetas, así fuera el enigma del fin del mundo, o el azar de las
chapas y el jugador rezando: salgan caras. Un nuevo repique metálico, otro redoble de
genio efímero, esta vez en losas bien juntadas; recuerda al afinado campanil de
La Seo, y es que chapas y badajos son de la misma esencia. Mas las monedas al
aire no buscan el sermón, ni el rezo, ni la hora cumplida; buscan ganar, solo
ganar y luchan siempre contra el álgebra necia. Cada vez que se tiran emprenden
algo nuevo, olvidando lo que antes surgió, ese es el fuero.
—
¡Dos sueldos a culos! —grita
el forano.
— ¡Dos sueldos a caras! —consiente el
fullero.
Giran los latones a la par bien alto, si
no hay techo mejor, que si toca las vueltas
hay barajo. Las piezas caen raudas y botan
y brincan, y retozan y vuelven a girar apeonzadas; hasta besar el frío suelo.
—
¡Caras! —vocea unísono el
corro.
Unos ganan y otros pierden. Unos
maldicen y otros ríen. Una noche culos, otra no. Las chapas no tienen memoria, nunca intuyen; lo que sale salió; mas esta
monserga no la cree el pícaro y suele comulgar de lo contrario. Sin duda repite el error del mentecato, pues
ilustres letrados ya dictaron que la suerte y el juego es matemática; y a los
días, al turno que una y otra se tiran y retiran, se apuesten, se ofendan, se riñan,
se maten, al final se aparean el anverso al reverso. Siempre parte y parte, al
cincuenta de cien o es faz o es cruz. Si mil años durara la partida, nadie
venciera, si una hora durara venciera la fortuna, pues es diosa voluble y
caprichosa como la justicia. ¿Mueve esta contingencia la vida misma? ¿Mueve la
libertad la humanidad entera?
Muchos badajos y chapas volanderas
corrían la cabeza de don Diego de Heredia aquella
mañana a veinticuatro de mayo de la funesta añada de 1591 que se escribió con
vómito, saliva y cojones. El badajo golpeaba su sien, las chapas leían su
destino. Terminaba el devenir de los días triviales, comenzó la rebelión, la
batalla y la melosa gloria; que al final se tornó puerca miseria.
No asemejaba ese viernes que el plan
divino lo jurara a la historia, no se hacía pronóstico. Kikirikii, kikirikiii, los
gallos al alba y los holladores de la vieja Çaragoça
levantaron con ellos. Es día igual que otro para los escrupulosos pelaires,
para los hortelanos de callos en las manos, para las putas moras, y hasta para don
Diego. Por la noche aflojó el cierzo y creció el ansia de lluvia, siempre en
proporción al cicatero son de los santos por mojar los trigos del país. Mudó la
corriente y desde las tenerías llegaba su hedor; bien se notaba, no era otra
cosa; pues de los charcos pútridos ni rastro había, ni tampoco de las boñigas,
que no es que no se dejaran secar al sol, es que los menesterosos casi las
pillaban al vuelo entre las nalgas de la caballería y el polvo de la calle. ¡A pan de quince días: hambre de tres
semanas!, era el maldecir de los estercoleros
que de balde femaban el huerto a
golpe espuerta. Movía la añosa urbe, la Çaragoça
desaliñada con briznas en el pelo, con desazón y sudor agrio, con callizos
inmundos, con carreras terrosas, pasos de mugre, trenques olvidados, postigos
ilícitos, puyadicas angostas, plazas
bulliciosas, placillas repulidas, plazuelas desusadas, rúas sin nombre, calles
rancias, callejones mingitorios y callejas tiradas a mano alzada, tal si el mal
pulso de los siglos contrarrestara a la yunta de ternero y novilla que surcó el
cardo y el decumano. Mueve el pueblo, y aunque el sofoco amenace en mayo, no
parece atañer a los capazos mañaneros
de los caesaragustanos; ni tan
siquiera el insistente desvelo agrario por el tiempo, ni el miedo sustancial
por el futuro puede superar la ansiedad por la suerte del hombre que vaga por las
bocas de todos, como si fuera el hijo de Apolo, el dios protector del sobrino
nieto de César, como si lo hubiera concebido la mismísima Virgen María cuando se
apareció a Santiago en un pilar, como si el rey Alfonso lo liberara de los
moros jugándose la vida; todo giraba alrededor del hombre, del político. No era
un día cualquiera para Antonio Pérez y él lo sabía; las chapas corrían su
suerte, el badajo tentaba su destino.
UN PAR DE FRAGMENTOS. TODO ENTERO EN: