Un ensayo
histórico de Javier Cercas, 2009.
Nada
más bajar del coche pensé que aquel tipo valía la pena, y sin saber quién era,
acaso de su condición de escritor profesional por su acompañante, pero no de su
premio Planeta a las costillas. Hubiera reconocido su nombre si me lo hubieran
presentado, sin más, como a tantos otros que escuchas en la radio o la
televisión, sin embargo, tenía dos de sus libros en mi casa, y había ojeado las
contraportadas y me gustaron, eran de esos que tengo que leer un día de estos,
cuando tenga tiempo, cuando no sé me ocurra otra cosa que hacer, cuando me
jubile, un par de libros más con el olor de la pipa de Julio, un par de libros
de papel sumados a unos cuantos cientos en formato digital en el ordenador. Y
cambiamos unas palabras y eso bastó para entender que no era el cliente cotidiano, que
sabía lo que decía y deseaba ponerse al día de lo que acontece en Zaragoza y se
queda en Zaragoza, como un micro-cosmos autosuficiente, como todas las ciudades
que se consideran más de lo que son. Al
llegar a casa busqué “Soldados de Salamina”, recordaba que lo tenía, pero no
dónde, también encontré “Anatomía de un instante”, y decidí leerlo después. El
primero me encantó, y más como curioso de la Guerra Civil y de las andanzas de Chicho Sánchez
Ferlosio, amigo del amigo Labordeta y esa era mi referencia. De seguido ataque el 23-F, no por interés en el detalle histórico, que hasta me repugna mentar a Tejero, solo por la maestría del autor y una conversación de un
rato. Y Javier Cercas me llevó a aquel momento –a un instante- que recuerdo como si fuera hoy: regreso a casas por la tarde del Virgen del Pilar en el 42, una señora escucha un transistor, por el jaleo algo gordo
ha pasado, al llegar a casa llega el detalle y la incertidumbre, unos vecinos que callan, otros que no les parece
mal del todo, pero mi padre no es de esa opinión, y mi madre tiene a Suárez en un altar. No dije una palabra hasta que habló el rey por televisión, me fui a dormir y lo hice poco, a la mañana salí a la calle con una navaja en el bolsillo y mi
instrucción en las películas del Vaquilla, Bruce Lee o The Warriors. Viví aquello todavía sin derecho a voto, aunque imbuido en la política hasta el tuétano, yo, nosotros, no éramos los pasotas
del desencanto, aquello que se puso de moda entre los que creyeron que la
democracia traería una inconmensurable felicidad al instante. Yo, nosotros,
estábamos en la candidez de la militancia del barrio obrero, en el "tenerlo
claro" del Pollaboba, en la Chobena Garda Roya d’Aragón maoísta o lo que fuera,
en los utópicos y surrealistas del MNA, en la agonía del PSA de Emilio Gastón,
pegábamos carteles gratis, íbamos a toda manifestación de nuestra cuerda por extraña que fuera, calculábamos
la asistencia con ojo más preciso que el Heraldo, discutíamos de comunismo,
repudiábamos a Suárez, a Carrillo y a Martín Villa. Y pasados tantos años, un Javier
Cercas de aquella misma generación de ilusos, me retrotrae y conmueve, pues nosotros
somos “La Transición”, la que nos pilló en el florecer al conocimiento de la
vida, de la que sigo siendo rehén, pues entiendo que la edad en la que penetras
en el mundo se marca al rojo en tu piel y en tu cabeza, y quieras o no, siempre sigues siendo aquel de los dieciocho, con más kilos, o más calvo y con canas.
Pág. 258 – “Armada era el más complejo de los tres, quizá porque mucho antes que un militar era un cortesano; un cortesano a la vieja usanza, cabría añadir, como el miembro del séquito de una monarquía medieval retratado con los anacronismos de rigor por un dramaturgo romántico: intrigante, escurridizo, soberbio, ambicioso y meapilas, aparentemente liberal y profundamente integrista, un experto en los protocolos, simulaciones y trampantojos de la vida palaciega provisto de las maneras untuosas de un prelado y del semblante de un payaso tristón.”
Pág. 336 – “Tejero y sin mediar palabra sacó de su funda su pistola y le puso del cañón en el pecho; la respuesta de Suárez consistió en levantarse de su asiento y en formular por dos veces en la cara del oficial rebelde la misma orden taxativa: «¡Cuádrese!»”
Pág.
340 - “«¿Qué es para usted el poder?»”
Pág.
366 – “Hay que ceder poder para ganar legitimidad y conservar el poder”
Pág. 386 – “Maquiavelo no tenía ninguna duda de que era posible llegar al bien a través del mal, pero un contemporáneo suyo, Michael de Montaigne, fue todavía más explícito: «El bien público requiere que se traicione y que se mienta, y que se asesine».”