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lunes, 2 de diciembre de 2024

Lecturas recomendadas: LUCES DE BOHEMIA

 

Ramón del Valle-Inclán, 1924

Edición, prólogo y notas de Alonso Zamora Vicente, Editorial Espasa-Calpe, 1973.

19.- “Aquí los puritanos de conducta son los demagogos de la extrema izquierda. Acaso nuevos cristianos, pero todavía sin saberlo.”

20.- “La miseria del pueblo español, la gran miseria moral, está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y la muerte. La Vida es un magro puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones: el Cielo, una kermés sin obscenidades, a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan el gato cuando se les muere.

33.- Nota: “Don Manuel Camo, hoy olvidado político oscense, gran muñidor electoral, fue recordado varias veces, en la prosa noventayochista, como símbolo del caciquismo y de los fraudes electorales.”

40.- Nota: “Las calles se enarenaban precisamente por los alborotos sociales. La arena, sobre el adoquinado, protegía y facilitaba los movimientos de la caballería, en las cargas, o por lo menos evitaba las caídas.”

41.- “¿Qué rumbo consagramos?

57.- “¡Señores guardias, ustedes me perdonarán que sea ciego!”

73.- “Yo nunca leo a mis contemporáneos, Don Filiberto.”

77.- “El periodista es el plumífero parlamentario. “

79.- “Y así, revertiéndonos la olla vacía, los españoles nos consolamos del hambre y de los malos gobernantes.”

85.- “Un yerno más.”

93.- “… las letras no dan para comer. ¡Las letras son colorín, pingajo y hambre!”

98.- “No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de Reptiles.” Nota: “El fondo de reptiles era una cantidad que en algunos ministerios existía, secretamente, destinada a acarrearse voluntades, o a simples favores. La expresión ha desaparecido de la lengua corriente, pero gozó de gran predicamento con un vago aire de ‘soborno, compra de opinión’ etc. (escrito por Alonso Zamora en 1973, atinadamente la expresión fue recuperada en el escándalo de los ERE en Andalucía, una red de corrupción política en el seno de la Junta de Andalucía, gobernada por el PSOE entre 1980 y 2018, y el sindicato UGT)

102.- “Un café que prolongan empañados espejos. Mesas de mármol. Divanes rojos. El mostrador en el fondo, y detrás un vejete rubiales, destacado el busto sobre la diversa botillería. El Café tiene piano y violín. Las sombras y la música flotan en el vaho del humo, y en el lívido temblor de los arcos voltaicos.”

114.- “Que le den morcilla.” Nota: “dar morcilla, expresión muy frecuente en el habla coloquial, sacada de la morcilla que se daba a los perros para matarlos.”

143.- “¡En España es un delito el talento!”

153.- “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza.”

LVII.- «Andar por las calles y plaza hasta las altas horas de la noche, entrar en una buñolería y fraternizar con el hambre y con la chulapería desgarrada y pintoresca, impulsados por ese sentimiento de caballero y de mendigo que tenemos los españoles, hablar en cínico y en golfo, y luego, con la impresión en la garganta del aceite frito y el aguardiente, ir al amanecer por las calles de Madrid, bajo un cielo opaco, como un cristal esmerilado, y sentir el frío, el cansancio, el aniquilamiento del trasnochador» (Pío Baroja, Nuevo tablado de Arlequín, 1904 ¿No parece esto una condensación resumida de Luces de Bohemia?)



 

lunes, 24 de junio de 2024

Bruce Springsteen en el Cívitas Metropolitano

 

(Madrid, España, 14/06/2024) LISTA DE CANCIONES:

1. Something In The Night (Darkness on the Edge of Town, 1978)

2. Lonesome Day (The Rising, 2002)

3. The Ties That Bind (1ª canción de: The River, 1980. Los lazos que unen)

4. No Surrender (Bron in the USA, 1984)

5. Candy's Room (Darkness on the Edge of Town, 1978)

6. Adam Raised A Cain (Darkness on the Edge of Town, 1978. Adán levantó a Caín)

7. Ghosts (Letter to You, 2020)

8. Prove It All Night (Darkness on the Edge of Town, 1978)

9. The Power Of Prayer (Letter to You, 2020. Por primera vez en la Gira)

10. The Promised Land (Darkness on the Edge of Town, 1978)

11. Spirit In The Night (Greetings from Asbury Park, 1973. Su primer albúm)

12. Hungry Heart (The River, 1980)

13. Nightshift (original: Commodores, 1985. Versión: Only the Strong Survive, 2022)

14. Racing In The Street (Darkness on the Edge of Town, 1978)

15. Last Man Standing (Letter to You, 2020. El último hombre en pie. Subtitulada en español en las pantallas gigantes)

16. Backstreets (Born to Run, 1975)

17. Because the Night (coescrita por Springsteen y Patti Smith, 1978)

18. Downbound Train (Born in the USA, 1984)

19. She's The One (Born to Run, 1975)

20. Wrecking Ball (Wrecking Ball, 2012)

21. The Rising (The Rising, 2002)

22. Badlands (Darkness on the Edge of Town, 1978)

23. Thunder Road (Born to Run, 1975)

Los bises:

24. Born in the USA (Born in the USA, 1984)

25. Born to Run (Born to Run, 1975)

26. Glory Days (Born in the USA, 1984)

27. Dancing In The Dark (Born in the USA, 1984)

28. Tenth Avenue Freeze-Out (Born to Run, 1975)

29. Twist And Shout (compuesta por Phil Medley y Bert Russell, 1961, versionada por The Isley Brothers y The Beatles)

30. I'll See You In My Dreams (Letter to You, 2020. Te veré en mis sueños. Subtitulada en español en las pantallas gigantes)

 El concierto se basó en el álbum Darkness on the Edge of Town, 1978, el 4º disco de Bruce, que contiene 10 temas, el viernes 14 de junio de 2024 en el Civitas Metropolitano de Madrid, tocó 7, solo le faltó: Streets of Fire (con el mejor solo de guitarra de Springsteen), Factory, y la canción homónima al título del disco: Darkeness on the Edge of Town. Recuerda a los conciertos mono-disco que hizo hace unos años, algo original, salvo cuando se trata de vender álbumes recién salidos de fábrica, Bruce Springsteen no es de ese estilo, respeta a sus seguidores y quiero entender realiza un listado de canciones en función del lugar, la recepción del público y su estado de animo (es mi opinión, aunque según Steve van Zandt la lista la hace momentos antes de salir al concierto) 

En todo caso fue un concierto con muchas canciones de finales de los 70 y principios de los 80, cuando el bloguero despertaba al mundo, cuando aquel mundo parecía infinito, colorista y esperanzador. 

 



lunes, 17 de junio de 2024

Bruce Springsteen y el bloguero impenitente.

¿A quién se le ocurre empezar por los fríos de Cardiff?, y de Belfast, Cork, Dublín, Sunderland (en el norte de Inglaterra) hasta que le cascaron la voz, pobre, mejor un mes de mayo en España que cien en Irlanda o Gales, o por el sur de Francia, y hasta por la Lombardía, pero las cosas son así, y El Boss tuvo que posponer el concierto de Marsella (con el público en la grada) Praga y dos en Milán, 10 días de reposo y baja médica (supongo) Y con el miedo a la cancelación reanudó la gira el día 12 de junio en el Civitas Metropolitano de Madrid.

Al bloguero impenitente, su estimada hija, consigue y le regala dos entradas para el 14 (no tan fácil como parece, el año pasado fue imposible y me niego a la reventa ilegal y abusiva) el viernes a las 9 de la noche, esa es mi cita con “el tipo que trabaja conmigo”, ese que me acompaña cuando estoy harto de madrugar, de darle vueltas al volante, de aguantar lo que se tiene que aguantar, e iniciamos la peregrinación, mi camino de Santiago particular en busca de la constatación que espera la tira de los años, al menos 25, cuando en 1999 visitó mi ciudad, Zaragoza, y no fui a la Romareda, miles de golpes en el pecho desde entonces.

Solo por el temor a los atascos madrileños, llegamos para ver cómo se llena el nuevo campo colchonero (al parecer, hoy los dueños del Real Zaragoza, que con perras, o deudas, chufletes) y palpamos la expectación entre los que quieren estar en primera fila, oímos los ensayos desde fuera, y solo con un cuarto de hora de retraso (Bruce es gente seria) saludo al artista por primera vez en persona (entre la vorágine de 50, 60, o 70.000 personas, que no consigo saber la cifra, de fans, curiosos, amantes de la música en directo, de beber cerveza y cantar a la par con otras almas)

Desde mi amor incondicional a Labordeta, a Carbonell, a la Bullonera, a Paco Ibáñez, a los Beatles, a Elvis, a Miguel Ríos, a la música tradicional, al rock and roll, a Pink Floyd, a la Banda de Encinacorba, a Bob Dylan, a las jotas, a los gaiteros y dulzaineros, a los bailes de los pueblos, entiendo y comparto que: “La música puede distraerte un rato de tus penas; la música puede consolarte ante tus penas; la música puede expresar tus penas, y, a veces, la música puede lograr hacer algo para superar tus penas” , esas penas que cargaba Pete Seeger, es quien lo dijo, esas penas que cargamos todos, seamos o no conscientes de ellas, y algunos como Bruce Springsteen las narran sin reparos: el final de la carretera, la angustia ante la muerte, la libertad ausente y peligrosa, la noche y la justicia, el devenir de nuestras vidas, el amor combatiendo a la tristeza.

Dicen que su segunda noche en el Metropolitano madrileño es mejor que la primera, leo después en Facebook, donde al parecer haberle visto no sé cuántas veces o tener 74 tacos de almanaque es tema primordial. No puedo comparar con otros conciertos, si estuvo bien o mal, el caso es que no me defraudó, en absoluto, y no las tenía todas conmigo por lo de la afonía, y además, como ocurre con los escritores de novelas, las últimas suelen ser las peores. Eso sí, tengo y he visto cantidad de videos (añádase YouTube) y sé que en Directo no es ni parecido, en Vivo es cuando aprecias el valor del artista, cuando ves el empaque de Ray Charles, de Carlos Núñez, de la Orquesta Mondragón, de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés cantando en un banco del Parque Grande tras cerrar el Pabellón Francés la policía. De otros no podría decir lo mismo,  que ni trasmiten ni cantan, ni encandilan ni vibran, y en eso Bruce gana a los demás, tiene el oficio de los clubs, de los músicos que se ganan el pan en una furgoneta, que saben componer, que entienden lo que busca su público, y cuando las grandes compañías de discos se diluyen por el sumidero empresarial, un Bruce, y otros que también lo saben, llenan estadios de futbol tres días en una misma ciudad, y ante aquellos  sumideros, ahora los mediáticos, que solo aprecian el fácil titular o el estereotipo rockero que nunca ve algo más allá.

El Nobel se lo dieron a Dylan, también se lo podían haber dado a Springsteen, y a Labordeta, y Carbonell, y a Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, o Joaquín Sabina, adrede o sin querer hacerlo, se lo dieron a todos los que con la música y la letra hacen vibrar lo más profundo. 


































jueves, 27 de enero de 2022

LA BESTIA


 

Un entrañable regalo de Cristina. 

Una novela escrita por Carmen Mola.

Dicen que si cuentas una historia suficientemente truculenta alguien la compra, es el mejor ingrediente en la receta de las novelas industriales, como esos productos de pastelería en la balda del supermercado que de sobras sabes que son insanos, pero las glándulas gustativas de tu lengua lo agradecerán.  No es una crítica a la calidad de la novela, es más, LA BESTIA es una buena novela y merece la pena ser leída; eso sí, está creada desde la ingeniería literaria para que no puedas dejar de leerla hasta el final.  



Es un relato madrileño y para madrileños, como “Un día de cólera” de Pérez-Reverte, y en estos relatos viene bien haber recorrido las calles de los barrios respirado su condición; yo hice los mismo en mi novela “La libertad en 1591”, describir la Zaragoza de finales del siglo XVI, contar la intrahistoria de sus gentes, y eso es difícil si quieres hacerla verosímil, si no te saltas el contexto a tu gusto, si entiendes que al lector le gustará conocer qué comían los personajes, dónde vivían, qué vestían, y no te intimida el miedo al error histórico, al gazapo. Para eso debes viajar en el tiempo y conjurarte para reencarnar los personajes. Hace falta buscar el detalle, consultar mapas y contrastarlos con la realidad, pasear por el lugar de los hechos.


Leí las 541 páginas de LA BESTIA en cuatro o cinco días, y eso quiere decir dos cosas: una, que estaba confinado por el Covid en una habitación y con todo el tiempo del mundo; y dos, que la novela te engancha profundamente.

Lo cierto es que no soy un fan de la novela negra, no me pirran los crímenes, lo macabro, la escatología, el suspense contenido hasta la última página, ni en la novela ni el cine, no necesito esas sensaciones, que te suba la adrenalina, que el ansia por saber del final te quite el sueño. A muchos el día a día nos da suficientes sobresaltos como para buscándolos intencionadamente.  Sin embargo aprecio un auténtico thriller, que la secuencia descriptiva de los hechos sea veloz, que pasen dos o tres semanas de relato en quinientas páginas. Ese ritmo frenético requiere una elaboración precisa, reescribir mucho, tirar a la basura, encajar, zurcir, enhebrar bien los hilos, en sí mismo es un logro de trabajo y sapiencia.  Y pese a la minuciosidad artesanal, a que seis ojos valen más que dos, y a que la experiencia es un grado, también aparecen o te olvidas que la verosimilitud es una frágil línea y a veces la excedes, en el papel ocurren cosas demasiado improbables y fuera el tejido social de la época, y por eso repites exageradamente la expresión “medieval”; por lo demás, tiene pocos peros. Los autores describen un Madrid real, el de 1834, impecable, se distingue a Galdós, a Balzac y a Dickens; se respira una epidemia, con aires de actualidad oportunista, aunque no tenga punto de comparación, por mal que lo hicieran los políticos de entonces y lo sigan haciendo los de ahora.


En el telón de fondo está la prensa, la policía, la primera guerra carlista, los liberales, los isabelinos, el recuerdo el rey felón, el amor romántico, la pobreza, el casticismo madrileño, y eso da para mucho. Es una novela bajo el seudónimo de un nombre de mujer, el de Carmen Mola, en realidad son tres hombres: Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero. Reconozco que no sé cómo se escribe una novela con tantas manos, y cómo se reparte la investigación, y se discute el carácter de los personajes, la trama, el desenlace; es todo un logro a mi entender, no vale copiar a la prensa de la época y a los autores coetáneos, escribes para gente de hoy y debes de ser lo suficientemente sutil como para que no se note, también la tercera persona ayuda, esa narración impersonal con tintes periodísticos, tal vez sea el truco para vender toneladas de bobinas de papel satinado fusilando a los clásicos (me refiero a Posteguillo)


Y así ganaron el Premio Planeta en el 2021, y Cristina me hizo el magnífico regalo que es un libro.

Y viajamos a sitios donde nunca estuvimos, y conocimos a personas que no sabíamos que existían, y tuvimos largas conversaciones, y aprendimos y reímos con él, y apreciamos su visión de la filosofía y de la vida, y añoramos que no esté con nosotros, si bien, siempre estará con nosotros.  

Gracias Cristina, has acertado, como acertaba tu padre en sus consejos.

 

 



 

lunes, 10 de febrero de 2020

JULIO ANDRADE COLA (Granada, 4 de octubre, 1928-Tres Cantos, 8 de febrero de 2020)


               
 LA MUERTE DEL LEGIONARIO

(Segundo capítulo del libro de Julio Andrade Cola: PASOS ERRANTES,1997)

Hace tiempo que quería escribir algo relativo a la Legión, y especialmente en recuerdo del legionario muerto el 15 de febrero de 1.958 en la posición de la cota 277 de Ifni.
El relato se aparta de toda esa fanfarria seudo-heroica que siempre acompaña a las narraciones bélicas, en especial las referidas a legionarios. En ellas parece que los legiona­rios mueren siempre asaltando parapetos, acuchillando enemigos y cantando el "novio de la muerte", como si de una ópera se tratara.
    La verdad es distinta: Desde que la Legión fue creada, los legionarios han muerto a millares de forma obscura y callada, mientras marchaban, cavaban trincheras, arrastraban cañones, o simplemente se fumaban un cigarrillo al Sol.
    Precisamente, la muerte del legionario es la que pasa más desapercibida, la que menos se airea, porque la Legión, las tropas Regulares Indígenas, las Mehal-las, las Harcas y Mehaz­nías, fueron creadas, y utilizadas, para que los muertos de reemplazo, en las guerras coloniales, no crisparan a la opinión pública de las metrópolis, siempre muy sensible con estos sacrificios. Los muertos de estas tropas que he mencionado no alteran a los ciudadanos y ni siquiera se citan en los partes de guerra.
      Y el legionario lo sabe. Está en el lugar del peligro para eso; para morir en cualquier momento y en cualquier forma, sin que se sepa más allá del pequeño círculo de su Unidad, ahorrando sangre de ciudadanos de la nación que lo contrató, y aún así es generoso con su vida.
     En homenaje a esa muerte obscura, silenciosa y silenciada, que por ello está llena de grandeza, es a lo que responde este sobrio relato.

                     .....................

     -"Pedro, ¿Quieres vigilar un momento que tengo que hacer una cosa?"
     -"Sí, puedes ir"

     Se sentó en la trinchera tras el fusil ametrallador y echó una distraída mirada hacia el campo de chumberas que, a unos cien metros de distancia, se extendía por una loma rodeada de una pared de piedra medio caída. Los moros acostumbraban a bajar por el barranco que había detrás de dicha loma y se apostaban allí para hostigar la posición. Durante el día no creaban otro peligro que el de hacer alguna baja con sus disparos, así es que, a esta hora de la tarde, no iban a atacar atravesando el llano despejado que había hasta llegar a la posición. En realidad se estaba allí porque siempre debía haber alguien cerca de cualquier arma automática, fuera ametralladora o fusil ametrallador.

     Aquella tarde de febrero, allí, en Ifni, el tiempo era primaveral, incluso había golondrinas. Tenía el Sol de espaldas y se sintió a gusto. Encendió un cigarrillo y sonrió para sus adentros.

     Su compañero le había llamado "Pedro" y él había respondido. ¿Pero se llamaba realmente "Pedro"?. Bueno, al menos con ese nombre se había alistado. En esta Unidad se tenía la ventaja de que cualquiera que no estuviera conforme con el nombre que le habían puesto al nacer, bien por capricho de la madre, la abuela, o la tía solterona que hacía de madrina, podía ponerse el que quisiera sin otro requisito que decirlo al alistarse en el Banderín de Enganche.

     Era curioso que la mayoría cambiaba sus apellidos, pero no su nombre de pila. Suponía que era más fácil acostumbrarse a nuevos apellidos que a un nuevo nombre.

     Con poca imaginación, algunos se ponían nombres de persona­jes históricos, y otros, más retorcidos, se ponían el de algún individuo al que tuvieran fila (o fuese un rival), haciéndo­se a la idea que con ello se condenaba al otro, en su propia persona, a los avatares legionarios.

     Bueno, él mismo se había puesto Pedro porque, al preguntarle su nombre, se acordó del personaje de la película "La Bandera" Pierre Gilliet.

     La verdad era que, si alguien lo llamara por su verdadero nombre y apellidos, a lo mejor no se daba por aludido.

     ¡Cuánto tiempo hacía! ... ¿Podría reconstruir en su mente el pasado?...

     En la fraseología legionaria, el pasado "no cuenta", y algunos toman estas palabras al pie de la letra. No, sin un pasado determinado, no habría legionarios; precisamente porque hay un pasado, siempre candente desde el punto de vista personal, es por lo que un hombre se alista a la Legión.

     La frase, lo que quiere decir, es que en la Legión, el individuo sólo cuenta y sólo da cuenta de sus actos, desde que se alista aquí.

     El también tenía su pasado; parecía lejano, menos en uno de sus puntos, precisamente el determinante de su situación, que siempre estaba en su pensamiento.

     Había nacido en una familia de clase media acomodada. Era el menor de los hermanos, que le llevaban bastante edad. Sus padres eran ya mayores cuando nació.

     Sus hermanos casi, se puede decir que, le habían ignorado, salvo por alguna broma que le hubieran gastado; sus hermanas lo habían usado como muñeco hasta que entraron en la edad del coqueteo. Tanto unos como otras se casaron y salieron­ fuera de su círculo familiar inmediato cuando él aún era pequeño.

     Su madre era una mujer santurrona y beata que estaba más entre ánimas benditas y santos que en las cosas de la casa.

     A su padre lo veía poco. Además no recordaba haber hablado con él, fuera de las frases cortas y rituales de saludo. Jamás le había regañado, y tampoco le había felicita­do.

     En cuanto al capítulo de amigos, podría decirse que, por su carácter tímido y retraído, nunca los había tenido; no recordaba haber intimado con ninguno de sus compañeros de clase, ni en el colegio, ni en el Instituto. Apenas si recordaba un par de nombres de todos los compañeros que habían coincidido en las distintas clases.

     Más relación había tenido con chicos de la vecindad, que lo toleraban en sus juegos, especialmente porque nunca ponía pegas a nada y ocupaba en los juegos el lugar que le asignaban sin protestar, que en general era el más desairado y que nadie quería. Tampoco se le ocurrió nunca optar a la jefatura del grupo que siempre recaía en dos de sus vecinos.

     En cuanto a chicas, los chicos del barrio siempre estaban hablando de sus "novias", pero él, aunque alguna de su calle le gustaba, jamás se acercó a ninguna. Se hubiera muerto de vergüenza antes que acercarse a una.

     Tampoco se integró en los chicos de Falange que desfilaban cantando con gran marcialidad por las calles de sus ciudad. Si, le gustaban los desfiles y los uniformes, pero su timidez era tal que no se sentía capaz de integrarse en la organización y asumir esas actitudes marciales y fanfarronas.

     Terminó sus estudios de Bachiller sin pena ni gloria y tuvo que decidir sobre la carrera a elegir en la Universidad.

     En aquella época, las carreras más cotizadas eran la de Ingenieros de Caminos, Veterina­ria y Medicina, seguidas por la de Derecho. La de Filosofía y Letras era considerada como especial para mujeres.

     A él le había gustado mucho leer, quizás inducido por su carác­ter melancólico y retraído, que le hacía buscar cierta sole­dad.

     En su casa había una buena biblioteca, cuyo origen descono­cía, porque nunca había visto ni a sus padres ni a sus hermanos con un libro en las manos. Pensaba que sería de algún antepasado más o menos ilustrado y volteriano, ya que en ella había libros de los considerados entonces como nefastos, tanto en el orden religioso, como en el ideológico y el moral. Afortuna­da­men­te, pensaba, al no leer nadie de su familia, no se habían percatado de semejante polvorín.

     El, en las largas y aburridas tardes de invierno, había ido leyendo casi todos los libros de la biblioteca. Al principio, los autores le resultaban desconocidos, pero a lo largo del Bachi­ller, al estudiar Literatura, se había ido enterando de la vida de sus autores y de la calificación que atribuían a cada uno los profesores de aquella época.

     Estas lecturas le gustaban porque especialmente las de las novelas, le hacían identificarse con los personajes, y en su imagina­ción se convertía en un héroe, en un villano, amante de una hermosa dama, o un lucha­dor violento (Como el Alvarito Sánchez de Mendoza de "Las figuras de cera" de Pío Baroja).

     Se decidió a elegir la carrera de Filosofía y Letras, rama de Historia o Literatura; luego haría oposiciones a cátedra de Instituto y su vida transcurriría en esa cómoda rutina que tanto le gustaba.

     En la Facultad de Letras la mayoría de los alumnos eran chicas a las que él trataba con cierta timidez y desconfianza.

     Pero de repente todo cambió. Como si un huracán hubiera cogido desprevenida a una barquichuela en medio del océano, así le ocurrió a él.

     ¿Cómo empezó la catástrofe?. Como casi todas, de forma banal.

     Se quitó el gorro y se pasó la mano por la cabeza:

-"¡Joder! me estoy quedando calvo".

     Su pelo, de un rubio rojizo pálido, era tan ralo que ya apuntaba la calvicie. Para compensar (como la mayoría de los calvos) se había dejado una pequeña barbilla que, como su pelo, también era de color rojizo.

     Sus rasgos afilados y nariz aguileña le daban un aire de monje franciscano..

     Sacó una cajetilla de tabaco, cuya envuelta era poco más que de papel de estraza, y en la que venía impresa la cara de un individuo con una barba enorme y la marca "Krüger", cuyo nombre le sonaba a un bóer sudafricano. Este tabaco era extraor­dinaria­mente fuerte, pero ¿Qué le iba a hacer?, era barato y en el territorio no había mucho dónde elegir. De todas formas encendió un cigarro y vio subir el humo casi vertical en aquella atmósfera de la apacible tarde africana.

     Volvió a sus pensamientos.

     Entre sus compañeras de clase, una, por curiosidad ante su timidez, por aburrimiento, por diversión, o ¡Vaya usted a saber por qué!, se le acercó y estableció una relación amistosa con él que no pudo eludir.

     La chica le gustó mucho, y él no estaba preparado para esta relación, que se fue haciendo cada vez más íntima y, sin poderlo evitar, se enamoró hasta los tuétanos de ella como un tonto o, por mejor decir, como un novato. Con la desesperación de su propia timidez reunió el valor suficiente para decírselo a la chica.

     Ella no lo rechazó; debió encontrarlo divertido, y se inició una relación amorosa en la que él ponía toda la vehemencia del neófito y ella una tolerante reserva.

     Pese a su falta de experiencia en estas cuestiones, se dio cuenta pronto de que en aquellas relaciones el amor sólo lo ponía él.

     Cuando pasó cierto tiempo, no mucho, los síntomas de aburrimiento de ella y su coqueteo con otros chicos, en especial con uno de sus compañeros, lo sumieron en un torbellino de celos y desesperación.

     Cuando le planteó la cuestión, ella aprovechó la ocasión y dio por terminadas sus relaciones, que tal vez, pensaba él, habría iniciado como una forma de interesar al otro.

     No quiso demostrar el infierno a que se vio sometido, y pensó en alejarse de la chica para que, poco a poco, fuera quedando en el olvido (si era posible) esta desgarradora experien­cia. Sin embargo la chica no lo dejó en paz, y debió considerarlo como un trofeo de su propiedad por lo que, de vez en cuando, se le acercaba y le demostraba (o aparentaba) un cierto afecto o interés, pero si él pensaba que era un intento de reanudar las relaciones, pronto lo desengañaba con un desplante o una actitud desdeñosa.

     Aquella situación se le hizo intolerable y pensó abandonar la Facultad, pero sus emociones eran contradicto­rias, pues si, por un lado quería alejarse, por otro, era incapaz de dejar de verla, abrigando cierta esperanza de arreglo.

     Una tarde, al pasar junto a un bar, atrajo su atención un cartel de propaganda pegado junto a la puerta, que invitaba al alista­miento en la Legión. Lo miró con extrañeza, como si lo viera por primera vez, y     sintió que iba a hacer algo trascenden­tal en su vida. Sin pensarlo, entró en el bar y pidió una copa de coñac. Pese a que no era bebedor y el coñac debía ser bastante malo, ni se enteró. Salió de nuevo a la calle y se quedó mirando el cartel. Volvió a entrar en el bar y se tomó otra copa. Luego, con decisión, y sin mirar el cartel, se dirigió al Banderín de Enganche, cuyas señas tenía en su memoria.

     A partir de este momento todo fue como un sueño en el que iba flotando de un lado para otro.

     Fue destinado a la 9ª Bandera del III Tercio, que estaba en el T`Zenín de Sidi Yamani, cerca de Arcila, luego, cuando crearon el IV Tercio, fue a Villa Sanjurjo (Alhucemas). Al cumplir su compromiso volvió a alistarse, pero en Riffien (Ceuta), en la 6ª Bandera del II Tercio.

     Cuando empezaron los follones en el Sahara llevaron allí a la Bandera, y ahora estaba en Ifni.

     Aunque pareciera mentira, dado su carácter reservado y tímido, no se había encontrado extraño en la Legión. Los primeros días habían sido de locura aprendiendo la instrucción y la mentalidad de aquel Cuerpo militar, y, como era usual se llevó alguna que otra bofetada, cosa sin importancia en estas tropas, pero no tardó en identificarse con su nueva situación.

     Allí nadie hablaba de sus problemas, y cuando alguno lo hacía, siempre era de forma parcial o mintiendo. La leyenda de que en la Legión se escondían feroces asesinos era falsa; algún ratero sí que había. Lo que sí intuyó fue que la mayoría de los legionarios estaban, como él, por situaciones que, en sus mentes, resultaban intolerables (aunque objetivamente fueran una tontería).

     Nadie llevaba en su pecho "una carta y un retrato de un divina mujer". Ninguno decía, como no fuera en broma, que era "novio de la muerte", pero sí era cierto que "un gran dolor les roía el corazón".

     Todos esos "slogans" atribuidos a la Legión, eran más de consumo externo que interno. Aunque, al cabo de cierto tiempo, el legionario se sentía orgulloso de serlo, cualquie­ra que fuese la causa de sus alistamiento, y que pocas veces era por espíritu militar. Orgullo que persistía, como había podido comprobar, incluso, en los que ya no estaban en este Cuerpo.

     El, poco después de alistarse, pensó si se habría equivoca­do en su decisión; pero no, había acertado. Aquí se trataba a los soldados como hombres, no como niños, sin paterna­lismo alguno. Se les exige aguante y disciplina sin contemplacio­nes, pero nada más. La soledad interior es sagrada; nadie te preguntará nada sobre tu vida y tus emociones. Todos respetan tu intimidad y ni siquiera tratan de consolarte con falsa o verdadera compasión. Ni los compañeros ni los Oficiales.

     Algunas veces, un legionario se acerca a un Oficial para desahogar su conciencia, su corazón o su mente. El Oficial lo atiende siempre y lo escucha en silencio, con algunas breves observaciones sobre lo que le cuenta, pero sabe que no debe inmiscuirse en sus problemas, porque el legionario sólo quiere charlar (como en confesión), y que luego se olvide lo hablado. También sabe el Oficial que el relato no es cierto en toda su extensión y que en él hay muchas cosas falsas, bien sea de forma consciente o inconsciente. Así es, que terminada la conversación (más bien monólogo) y tomados unos vasos de vino, la cosa queda concluida de forma absoluta.

     Algunos se emborrachan, pero ni aún en ese estado dejan escapar sus verdaderos problemas. Otros toman por confesor a las putas del poblado, pero todos son celosos de su intimidad y, respetan la de los demás.

     Para él esto era lo mejor de la Legión, porque su carácter reservado y tímido no le hacía proclive a confesiones y entre sus compañeros se sentía seguro, y su caos mental se había remansado.

     "¿Qué futuro tenía?".

     Se encogió de hombros; como dice la canción "la vida es un azar y al azar dejas tu suerte"...

     Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la llegada de su compañero que se sentó junto a él y dijo:

     -"Voy a limpiar el fusil"

     Por la explanada que había tras de ellos, completamente al descu­bier­to, paseaba el furriel de la Compañía, con su tremendo cuchillo de carnicero al cinto. Los moros empezaron a dispararle, sin que el furriel se inmutara, ni acelerara el paso.

     Pedro lo miró y dijo a su compañero:

     -"A ese le van a dar un tiro"

     Y añadió:

     -"Bueno, yo también voy a limpiar mi fusil".

     Se incorporó para cogerlo del parapeto, donde lo tenía apoyado, y de repente creyó que todo el Universo le había caído sobre la cabeza, al tiempo que oía gritar a su amigo en medio de una detona­ción ensorde­ce­do­ra, y una ola negra y profunda lo envolvía, acolchando todas sus sensaciones.

     -"¿Qué ocurría?"

     Fue lo último que pensó.

     Su compañero, lleno de rabia enderezó el fusil ametrallador y disparó varias ráfagas contra las chumberas de las que habían partido los disparos, mientras otros compañeros recogían a Pedro y lo llevaban al interior de la kabila, donde el sanitario y los oficiales comprobaron que estaba muerto.

     Una bala le había entrado por la parte superior de la cabeza. Aún se le movían levemente algunos músculos del vientre.

     La muerte no le había desfigurado el rostro. Parecía dormido; un poco pálido y su nariz aguileña, algo desollada al caer de bruces sobre el parapeto, parecía más afilada.

     El Cabo 1º recogió sus cosas y las estaba envolviendo, cuando el Oficial de ametralladoras le pidió un cigarro; el Cabo 1º le dio uno de la cajetilla inacabada de Pedro.

     El legionario muerto fue envuelto en una manta y llevado en una camilla, seguido por su Capitán, su Teniente y el de las ametralladoras, hasta la kabila que había a retaguar­dia, donde fue subido en un camión para ser conducido a Sidi Ifni.

     Cuando el camión se puso en marcha, los tres oficiales saludaron sin decir nada y volvieron a la posición hablando de cosas intrascendentes.

     Así, de esta forma tan simple y sencilla, murió el legiona­rio Pedro, convirtiéndose en uno más de esos legionarios anónimos muertos en combate.

     ¡Gloria a ellos!


     Zaragoza 7 de septiembre de 1.996  



   

Un fragmento del libro 

PASOS ERRANTES (1997) 

de Julio Andrade Cola.