jueves, 27 de enero de 2022

LA BESTIA


 

Un entrañable regalo de Cristina. 

Una novela escrita por Carmen Mola.

Dicen que si cuentas una historia suficientemente truculenta alguien la compra, es el mejor ingrediente en la receta de las novelas industriales, como esos productos de pastelería en la balda del supermercado que de sobras sabes que son insanos, pero las glándulas gustativas de tu lengua lo agradecerán.  No es una crítica a la calidad de la novela, es más, LA BESTIA es una buena novela y merece la pena ser leída; eso sí, está creada desde la ingeniería literaria para que no puedas dejar de leerla hasta el final.  



Es un relato madrileño y para madrileños, como “Un día de cólera” de Pérez-Reverte, y en estos relatos viene bien haber recorrido las calles de los barrios respirado su condición; yo hice los mismo en mi novela “La libertad en 1591”, describir la Zaragoza de finales del siglo XVI, contar la intrahistoria de sus gentes, y eso es difícil si quieres hacerla verosímil, si no te saltas el contexto a tu gusto, si entiendes que al lector le gustará conocer qué comían los personajes, dónde vivían, qué vestían, y no te intimida el miedo al error histórico, al gazapo. Para eso debes viajar en el tiempo y conjurarte para reencarnar los personajes. Hace falta buscar el detalle, consultar mapas y contrastarlos con la realidad, pasear por el lugar de los hechos.


Leí las 541 páginas de LA BESTIA en cuatro o cinco días, y eso quiere decir dos cosas: una, que estaba confinado por el Covid en una habitación y con todo el tiempo del mundo; y dos, que la novela te engancha profundamente.

Lo cierto es que no soy un fan de la novela negra, no me pirran los crímenes, lo macabro, la escatología, el suspense contenido hasta la última página, ni en la novela ni el cine, no necesito esas sensaciones, que te suba la adrenalina, que el ansia por saber del final te quite el sueño. A muchos el día a día nos da suficientes sobresaltos como para buscándolos intencionadamente.  Sin embargo aprecio un auténtico thriller, que la secuencia descriptiva de los hechos sea veloz, que pasen dos o tres semanas de relato en quinientas páginas. Ese ritmo frenético requiere una elaboración precisa, reescribir mucho, tirar a la basura, encajar, zurcir, enhebrar bien los hilos, en sí mismo es un logro de trabajo y sapiencia.  Y pese a la minuciosidad artesanal, a que seis ojos valen más que dos, y a que la experiencia es un grado, también aparecen o te olvidas que la verosimilitud es una frágil línea y a veces la excedes, en el papel ocurren cosas demasiado improbables y fuera el tejido social de la época, y por eso repites exageradamente la expresión “medieval”; por lo demás, tiene pocos peros. Los autores describen un Madrid real, el de 1834, impecable, se distingue a Galdós, a Balzac y a Dickens; se respira una epidemia, con aires de actualidad oportunista, aunque no tenga punto de comparación, por mal que lo hicieran los políticos de entonces y lo sigan haciendo los de ahora.


En el telón de fondo está la prensa, la policía, la primera guerra carlista, los liberales, los isabelinos, el recuerdo el rey felón, el amor romántico, la pobreza, el casticismo madrileño, y eso da para mucho. Es una novela bajo el seudónimo de un nombre de mujer, el de Carmen Mola, en realidad son tres hombres: Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero. Reconozco que no sé cómo se escribe una novela con tantas manos, y cómo se reparte la investigación, y se discute el carácter de los personajes, la trama, el desenlace; es todo un logro a mi entender, no vale copiar a la prensa de la época y a los autores coetáneos, escribes para gente de hoy y debes de ser lo suficientemente sutil como para que no se note, también la tercera persona ayuda, esa narración impersonal con tintes periodísticos, tal vez sea el truco para vender toneladas de bobinas de papel satinado fusilando a los clásicos (me refiero a Posteguillo)


Y así ganaron el Premio Planeta en el 2021, y Cristina me hizo el magnífico regalo que es un libro.

Y viajamos a sitios donde nunca estuvimos, y conocimos a personas que no sabíamos que existían, y tuvimos largas conversaciones, y aprendimos y reímos con él, y apreciamos su visión de la filosofía y de la vida, y añoramos que no esté con nosotros, si bien, siempre estará con nosotros.  

Gracias Cristina, has acertado, como acertaba tu padre en sus consejos.