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jueves, 23 de marzo de 2017

Contra la estupidez hasta los dioses luchan en vano.

Twitter es la panacea de  los estúpidos, donde es posible comparar los muertos de Londres en un atentado terrorista con los muertos en la guerra en Siria, no solo comparar, si no tildar explícitamente que los muertos de Londres, de Bruselas, de París, de Niza, son por la culpa de nosotros los europeos. Los malvados europeos.

Esos estúpidos eximen al fanático integrista a la organización criminal autodenominada Dáesh; para este rebaño es todo equiparable, creen que Aznar ordenó una guerra en Siria, su "buenismo" pregona que los refugiados deben venir a Europa no por solidaridad, si no por estar en deuda con ellos, les debemos de todo, llevamos siglos explotando sus recursos y robándoles, son pobres, tienen dictaduras abyectas, analfabetismo secular, machismo crónico, capitalismo medieval, solo y exclusivamente por culpa de Europa y los europeos, por culpa del cristianismo frente a un islam democrático y avanzado, y por supuesto, al judaísmo decimonónico que se dejó matar por la nazis y que deseaban un país en el país del que son originarios.

Twitter es un medio de comunicación asombroso, ultra rápido, un red social con tantas utilidades como usuarios, que hace compartir la cultura y las noticias a nivel planetario, que es lo contrario a las élites minoritas, a lo secretos inconfesables, es también el sueño de ilustrados, de racionalistas y librepensadores, de los autores de pasquines,  de los enemigos de la censura, de los slogans de las tapias, es la libertad de decir lo que me da la gana, pero también es –y cada vez resulta más evidente que lo es- la panacea de los estúpidos y de una piara de manipuladores de opinión de chistera y  corbata camuflada, que callan sus corrupciones, los enchufes de los amigos, la crítica al sindicato, al piquetero que pega palizas a las mujeres, al pijo-progre, al de las camisas de quinientos euros con melenilla y pendiente, al comentarista del pesebre de la  Sexta o de la SER.

En Cádiz los constitucionalistas de 1812 -igual que en la Constitución de Bayona- creían en las libertades individuales, en la soberanía del pueblo y la separación de poderes, como lo habían hecho los franceses, los norteamericanos, los polacos, y mucho antes –sin duda con muchos matices- Cromwell en Inglaterra, o los fueristas aragoneses en 1591. También creían en la libertad de imprenta:
 «Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación, bajo las restricciones y responsabilidad que establezcan las leyes».


Esta idea ha prevalecido hasta nuestros días, en los que la imprenta ha sucumbido ante Internet. Para anarquistas y comunistas del siglo XIX y gran parte del XX, parecería un sueño irrealizable: exponer mis ideas en un foro abierto a todo el mundo, con un traductor que mitiga las barreras idiomáticas para poder decir la verdad y que todos la sepan, luchar con la palabra contra los opresores, los vampiros del pueblo, los que sangran la vida de los proletarios, de los niños de Dickens, de los represaliados por el fascismo, de los huidos después de la derrota de la revolución española de 1936.

 Obviamente cuestionamos lo que nos interesa cuestionar, solo defendemos nuestra parte de la verdad, la verdad es nuestra, y si llegamos a saber que estamos en error, se relega, como si nuestro equipo gana de penalti injusto y fuera del tiempo reglamentario, como si nuestra patria o religión, o “raza” –es evidente que practican un racismo encubierto, véase la elección del alumnado en determinados colegios públicos-, venzan por encima de los demás por el simple hecho de ser los elegidos por nuestra ideología inventada y erigidos a nuestra imagen y semejanza.

martes, 1 de abril de 2008

Matar al mensajero o el negocio periodístico (I)

“La acción del observador altera el sistema observado”. No es un proverbio chino, ni un aforismo árabe es una de las conclusiones del “Principio de Incertidumbre”. Una parte fundamental de la mecánica cuántica; la mejor forma -hasta ahora- de entender el universo. Heisenberg, Planck, Bohr, Dirac, Einstein, Feynman y muchos otros aceptaron, a regañadientes alguno, la posibilidad de que la naturaleza no encaje con el sentido común. Nuestra lógica de primates ex-arborícolas concuerda con Newton fácilmente, pero se escapa al funcionamiento de lo muy pequeño; también a la inexistencia de la certeza en las mediciones absolutas y a que la presencia del espectador es la causante. Como dice el matemático y divulgador Brian Greene: “Siempre causamos un efecto perturbador mínimo” y cuando dice siempre quiere decir siempre. Somos producto de una física capaz de crear consciencia, y aunque esta a su vez obvie las complicadas leyes de la materia, de alguna forma interactúan y afloran en el comportamiento colectivo. Empíricamente se demuestra que la objetividad no existe, que no es posible el absoluto equilibrio. La justicia, la educación, la política, la filosofía o la ciencia carecen de la asepsia que por otra parte predican; los encargados de transmitir las sentencias, las cátedras, los dictámenes, los estudios o las teorías al resto de la población todavía carecen más de dicha asepsia. Son los mensajeros, son los que se dedican a acarrear las nuevas, son los negocios periodísticos. “A la sombra de la sabina” es hijo de los 60; cuando no existía ni la palabra “medios de comunicación”, cuando nos tirábamos pedos viendo el NoDo y nos importaba un pito las mentiras que contará. Crecimos sin conciencia de las noticias; la televisión no era una parte de la vida, la radio aburría y el periódico cosa de viejos. Después vino el Amstrong, el Watergate, la muerte de Franco y el 23F; y la cosa cambio, nos salió el bigote y nos creímos a pies juntillas que la prensa creaba la modernidad, que sin ellos estábamos indefensos, que con ellos sabíamos la verdad. Mejor pedigrí que los perros de los ricos. Salvoconducto para todo, sin duda, y lo demostraron; a Nixon se lo cargó Hermida, El Papus objetivo de los fachas, José María García tocándole las pelotas a los leones de Las Cortes, Luís del Olmo dando caña a la OTAN, El País y dejarte barba y del Andalán que voy a decir. Con semejante currículum al fin del mundo, pero claro luego vino la corrupción, el GAL y el felipismo y por supuesto un gobierno nuevo. Y la prensa en España encantada de haberse conocido. Ya habíamos comenzado a mosquearnos hacia días, recuerdo que a la SER le costó un verano enterarse de FILESA y demás chanchullos. Sin embargo se demuestra que cualquier record está sujeto a mejora, llegó la época de Aznar y alcanzó cumbres inimaginables. El Prestige fue un buen intento de ignorar el sucedido y pasar de puntillas; el trasvase del Ebro de cómo preparar un mentira con técnicos en la mano y la Guerra de Irak convertirla en un viaje a regiones hortofrutícolas; el colmo fue el 11M. Aquellos días cayo un gobierno y los medios, las empresas periodísticas se fotografiaron en primer plano. Carlos Herrera por la tarde de aquel fatídico jueves argumentaba todo lo argumentable contra la alocada posibilidad de un atentado islamista, la agencia EFE sacó nota en su papel de defender al que les había puesto; El Mundo, ABC, COPE a toque de arrebato cerraron filas. La SER, sabedores de lo que se jugaban, sacó un despliegue de antología; sobretodo con una tarde-noche del sábado al domingo 14 de Marzo digna de pasar a los decálogos de la mejores universidades de periodismo manipulador del planeta. Las televisiones se lucieron, la única que se salvó un poco fue Tele5 que retransmitió parte del ambiente crispado de día 13. No obstante no pudieron ocultar nada, por ejemplo la cadena Euronews ofreció en directo buena parte de los incidentes frente a la sede del PP en Madrid; menos mal que vivimos en Europa y existe Internet. Un problema de los medios de comunicación -como el de los alcohólicos- es el reconocimiento de que tienen un problema. El desvelamiento de lo que subyace bajo la burka. Criticar a las empresas periodísticas, tan solo hablar de ellas, supone oír al unísono un coro corporativo y petulante. Con la repetida argumentación lacrimógena: “¡están matando al mensajero!”. No pueden ir más allá en su dialéctica defensiva, no pueden porque el mundo de la información es el mundo de las empresas que venden información, de los resultados semestrales, del descenso de ventas publicitarias, del fichaje de la competencia. El día en el que los ciudadanos veamos a estas empresas como lo que son: simplemente empresas para ganar dinero; tal vez su poder se matice y mesure. Yo no creo que lo vea.