“Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores... ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena.” Escrito del Mariscal Jean Lannes.
Napoleón Bonaparte decía: “Además de preparar una buena estrategia y tener un buen ejército, hay que elegir generales con suerte” El gascón Lannes fue uno de ellos, a Zaragoza llegó el 22 de enero de 1809 cuando el sitio ya estaba casi decidido. Tenía 39 años y llevaba tiempo jugándose la vida por la causa napoleónica; era un tipo de honor y valiente; y seguramente por ello no murió como lo suelen hacer los generales: en la cama de viejos.
El día 20 de febrero de 2009 se cumplieron 200 años de la Capitulación (realmente rendición) de Zaragoza a manos del Mariscal Lannes. Terminó así el Segundo Sitio de Zaragoza, tal vez una de las páginas más laureadas y una de las batallas que la historia recuerda con más énfasis. Fue parte de una guerra cruel en extremo, donde se juntaba la diabólica ansia del poder napoleónico y el avance de la tecnología bélica. Hablamos de una conflagración fratricida; que el oficialismo histórico reconoce pocas veces como el comienzo de una larga lista de guerras civiles en el siglo XIX. Los franceses nunca habían sido enemigos en Aragón, el odio al gabacho no tenia justificación; un pasado común lejano y un comercio de vecindad. En el siglo XVI no menos de un 25 o 30 % de los aragoneses eran inmigrantes del Bearn y Gascuña (de donde era natural Lannes) es prueba inequívoca la cantidad de apellidos originarios de la Occitania que se conservan todavía en nuestras poblaciones. También es cierto que los Pirineos nunca supusieron una barrera para el paso de las gentes y las ideas, y que la condición de extranjería se perdía en una generación.
Zaragoza. Vista del Pilar y del Ebro desde la “arbolera” de Macanaz (1806). Dibujo de Lejeune, grabado por Robert Daudet.
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Zaragoza, antes de los asedios que sufrió, estaba habitada por 55.000 almas, sin embargo, en el segundo Sitio llegó a albergar una guarnición de 47.000 hombres, a los que se añadió una población civil de 30.000, compensando los que vinieron a defenderla por los que huyeron a lugares mas seguros.
Las bajas directas de los defensores en combate en los dos sitios fueron de 6.000 personas, pero el
hambre, el frío y sobre todo la epidemia elevó la cifra a 55.000. Es decir, en los dos asedios falleció el
50% de la población. El día de la capitulación contaba la ciudad 26.000 bajas entre enfermos y heridos, de los que morían diariamente 600 personas. La ciudad comenzó nuevamente la vida "normal" con 12.000 habitantes, descontando los fallecidos (combates, epidemia, ejecuciones y huidos) perdiendo el 75% de la población que poseía antes de la guerra, tardando muchas décadas en crecer demográficamente. En 1807 había en Aragón más de 120.000 cabezas de ganado y hacia 1850 no llegaban a 40.000
Zaragoza, antes de 1880. Vista del Puente de Piedra y el Pilar desde el Arrabal (actual barrio Jesús) La foto es muy parecida al dibujo de 1806, pero desde el Noreste de la ciudad
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Detienen al Capitán General Guillelmi en la Aljaferia y toman 25.000 fusiles y 80 cañones, es toda una revuelta, una auténtica revolución contra el poder establecido (aquí los historiadores no usan el eufemismo alteraciones como en 1591, que curioso) es una revolución en defensa del que después sería con seguridad el peor Rey de España (y mira que ha habido malos) también es una sublevación en defensa del catolicismo rancio. Gente del pueblo, labradores y jornaleros de San Pablo, del Arrabal o de la Magdalena; analfabetos en su mayoría que expresaban su angustia vital, su insatisfacción perpetua; una rabia vieja y una defensa de la visceralidad frente al progreso. Los poderes fácticos eligen al líder, al cabecilla, al caudillo (como tantas veces se repite en la historia) a José de Palafox y Melci que de un plumazo asciende de brigadier (hoy sería algo más que un Coronel) a nada menos que Capitán General de Aragón.
Palafox tenía claro que su llegada al poder no había sido muy legal, se estaba sublevado frente a un monarca. Sus consejeros pensaron en la convocatoria de las viejas Cortes del Reino. Las Cortes aragonesas liquidadas por los Decretos de la Nueva Planta en 1707, era un procedimiento nada dudoso de frivolidades revolucionarias. De este modo, se llamó para el 9 de junio de 1808 a Zaragoza a los representantes de los cuatro brazos o estamentos. A la reunión asistieron diez eclesiásticos, siete nobles, ocho representantes de las ciudades y nueve hidalgos. Evidentemente, en la primera y última sesión de las Cortes (la siguiente fue en 1983, ya con la democracia) se refrendó el nombramiento de Palafox.
"Desde el primer momento, desde la prisión del capitán general Guillelmi y el armamento del vecindario de Zaragoza, queda patente que hubo, al menos, dos enfrentamientos:
el uno contra el enemigo exterior, contra los franceses; y otro dentro de los muros de la ciudad intentando mantener el orden social dominante y evitando que el pueblo armado pudiera discurrir por los caminos de la revolución.
Respecto al primero, está claro. Pero no lo está tanto el segundo; es necesaria una lectura atenta de las diversas fuentes para entrever esta guerra sorda de clase.
En los primeros días de la revolución, mientras caía el capitán general Guillelmi y el pueblo se armaba, el resto de las instituciones estaba alerta: el Real Acuerdo y el ayuntamiento
se carteaban buscando apoyo mutuo para resolver la crisis, o al menos para aminorarla, pero carecían de fueza armada, de fuerza de coacción. Todos los ojos se volvieron entonces hacia el cabildo zaragozano como única autoridad capaz de mantener la tranquilidad pública tras la caída
de los representantes del Estado. Era preciso detener la posibilidad de la anarquía popular. Cuando Palafox se hizo cargo al fin de la capitanía general, exigió que cesasen las
alteraciones del orden y el desarme de los vecinos que estos aceptaron a regañadientes; proclamó, además, el estado de guerra diciendo a los contraventores que los castigaría
militarmente. Las proclamas del 7 de junio de 1808 ordenaban “que se denunciasen los delitos de traición en que hubiese sospechas fundadas (...) lo mismo se ejecutaría con los ladrones y perturbadores de la tranquilidad pública”.
LA LEGITIMIDAD DEL PODER es tema sesudo, de intrincados discursos y reflexiones; necesita más que un blog y más que un simple blogero como yo para desarrollarlo. En todo caso es cuestionable el papel que la historiografía ha impuesto a José I Bonaparte, calificándolo de intruso y ofensivamente bautizado como Pepe Botella. Hablamos de la legalidad de hecho y de derecho. Carlos IV abdicó la Corona de España a favor de Napoleón el 6 de mayo de 1808; y el gobierno político efectivo: el Consejo de Castilla (sin duda por coacción o peloteo, como tantas otras veces) pidió que el Emperador nombrara nuevo rey a José Bonaparte. Se recuerda poco, pero su reinado comienza aprobando una Constitución 40 días después, sin duda vetusta y deleznable para los ojos actuales, pero avanzada para la época, no tan diferente de la más famosa de Cádiz, por ejemplo no se diferencia sustancialmente en su conservadurismo en relación a la religión; aunque es evidente que la de 1812 es obra de los Diputados de las Cortes y no de un Rey.
Artículo 1.- La religión Católica, Apostólica y Romana, en España y en todas las posesiones españolas, será la religión del Rey y de la Nación, y no se permitirá ninguna otra.
Artículo 6.- La fórmula del juramento del Rey será la siguiente:
«Juro sobre los santos Evangelios respetar y hacer respetar nuestra santa religión, observar y hacer
observar la Constitución, conservar la integridad y la independencia de España y sus posesiones, respetar
y hacer respetar la libertad individual y la propiedad y gobernar solamente con la mira del interés, de la
felicidad y de la gloria de la nación española.»
Art. 12. La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra
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Art. 173.El Rey en su advenimiento al trono, y si fuere menor, cuando entre a gobernar el reino, prestará juramento ante las Cortes bajo la fórmula siguiente: "N. (aquí su nombre) por la gracia de Dios y la Constitución de la Monarquía española, Rey de las Españas; juro por Dios y por los santos Evangelios que defenderé y conservaré la religión católica, apostólica, romana, sin permitir otra alguna en el reino: que guardaré y haré guardar la Constitución política y leyes de la Monarquía española, no mirando en cuanto hiciere sino al bien y provecho de ella: que no enajenaré, cederé ni desmembraré parte alguna del reino: que no exigiré jamás cantidad alguna de frutos, dinero ni otra cosa, sino las que hubieren decretado las Cortes: que no tomaré jamás a nadie su propiedad y que respetaré sobre todo la libertad política de la Nación, y la personal de cada individuo: y si en lo que he jurado, o parte de ello, lo contrario hiciere, no debo ser obedecido; antes aquello en que contraviniere, sea nulo y de ningún valor. Así Dios me ayude, y sea en mi defensa; y si no, me lo demande."
La Constitución de 1808 cayó con la monarquía satélite de José I en 1813 y con la llegada de Fernando VII en 1814 la de Cádiz se quedó en agua de Borrajas; hasta 1820 cuando la sublevación del Coronel Riego hace al Borbón que no le quede más remedio que firmarla a desgana.
LA CAMARILLA DEL PODER DE PALAFOX
"A diferencia de otros territorios peninsulares, donde se instrumentalizan Juntas más o menos representativas, quizá en Aragón la visualización del poder es personal, hasta el punto de que muchos historiadores tradicionales han hablado de Palafox como de caudillo. Junto a él
aparecen una serie de colaboradores, unos más cercanos a los que frecuentemente se conoce con el nombre de camarilla, y otros más lejanos dispuestos incluso en alguna ocasión a discutir las
ideas del jefe. Entre el círculo de cercanos destaca la figura del P. Boggiero que, como ya se ha dicho, fue su preceptor en su niñez y que durante los asedios siempre estará muy cerca de él hasta el
punto de atribuírsele algunos de los discursos y proclamas firmadas por el capitán general. O la de otro clérigo, el presbítero Sas, más ligado a la acción militar. Ambos serían asesinados en la
caída de Zaragoza en febrero de 1809 por hacerles los franceses responsables ideológicos de la resistencia. El marqués de Lazán, hermano de Palafox, será su sustituto en el mando cuando él
se ausente de la plaza sitiada, cosa que hará un par de veces durante el primer asedio. Su inseparable y hasta misterioso “tío Jorge”, tenido por labrador aunque no aparezca como propietario en el catastro zaragozano, que formará parte de una suerte de guardia personal. Y no hay que olvidar en este círculo más estrecho a su prima la condesa de Bureta que tanta influencia tenía sobre él. Un poco más alejados aparecen colaboradores de confianza en su mayoría responsables de puestos importantes en la gestión o en la defensa de la ciudad."
PRIMER SITIO, LOS ZARAGOZANOS A CUCHILLO SE DEFIENDEN Y GANAN
“El día 4 de agosto, el bombardeo se fijó en una zona que parecía extremadamente débil: la puerta de Santa Engracia. Tras un ataque general por la mañana, que había inutilizado los conventos de Altabás, Jerusalén y Santa Catalina, se abrió una brecha en el Jardín Botánico; desde allí, por el callizo de Santa
Catalina (todavía existe la calle y el convento-nota:alasombradelasabina) se introdujeron las tropas francesas hasta el Hospital de Gracia. Entraron también este día los franceses por la torre del Pino y la plaza del Carmen; mientras algunos zaragozanos resistían en la calle del Carmen y en la Magdalena, gran parte de la población abandonaba la ciudad trasladándose al Arrabal. Palafox, sus hermanos, el Intendente y muchos oficiales abandonaron la ciudad por segunda vez en medio de la batalla, dejando el mando al coronel Antonio de Torres. Este reunió un consejo de guerra en el que se decidió por unanimidad continuar defendiendo los barrios de la ciudad que se habían conservado. En días sucesivos el bombardeo se convirtió en una constante. Seguramente conocedores los franceses de la ausencia de Palafox y del impacto psicológico que podía suponer para la población, pidieron la rendición de Zaragoza el día 5 de agosto que, como sabemos, fue rechazada. En los días sucesivos sin embargo el desánimo cundió en la población zaragozana que procuraba salir por el Arrabal incluso hacia Huesca. El 8 de agosto muy de mañana Palafox, con el Intendente y otros jefes volvía a entrar en Zaragoza, pese a la oposición francesa, con el 2º batallón de Voluntarios de Aragón que había llegado desde Palma de Mallorca por Cataluña y un considerable convoy con artillería, víveres y municiones. No obstante los bombardeos franceses siguieron los días siguientes con la misma intensidad. La victoria de Bailén sobre los franceses fue providencial para el asedio de Zaragoza: a media noche del 13 de agosto, tras volar el convento de Santa Engracia, desaparecían precipitadamente los franceses de la ciudad y sus alrededores. (HERMINIO LAFOZ)
LOS MILITARES MANDAN
"El 21 de diciembre de 1808 comenzaba el segundo asedio que, desde el punto de vista militar, se caracterizó por, en primer lugar, no tomar parte los paisanos en la defensa de una forma tan enérgica y activa como en el primer Sitio, debido a la mucha tropa que había en la plaza; por otro lado, los franceses habían aprendido de la experiencia de los meses anteriores y plantearon desde el primer día un asedio mucho más riguroso, basado en el cercado total de la ciudad a base de trincheras (aproches). Veamos pues las distintas fases del cerco. La primera fase consistió en eliminar las defensas exteriores de la ciudad; para ello el tercer cuerpo de ejército francés se ocupó de la margen derecha del Ebro, mientras el Vº hizo lo mismo con la izquierda. Se construyeron dos baterías para batir el reducto de Buenavista y el 21 de noviembre, en un asalto de infantería, cayeron los puestos avanzados españoles de Buenavista, el barranco de la Muerte y el monte de Torrero, aunque fracasó el ataque contra el Arrabal La segunda fase consistía en el establecimiento de los puentes. El 22 de noviembre tendieron los franceses un puente provisional sobre el río a la altura de Juslibol para comunicar los dos cuerpos de ejército mientras que en las noches de los días 25 y 26 de diciembre tendían otros dos puentes sobre el Huerva, frente al huerto del convento de Santa Engracia. La tercera fase era el inicio de los aproches. El 22 y 23 de noviembre los oficiales de ingenieros franceses completaron sus reconocimientos y sometieron a Moncey un plan que contemplaba tres ataques: 1.- por la derecha, contra la zona del convento de San José, envolviendo a éste al avanzar por la orilla del Ebro. 2.- por el centro contra la cabeza de puente española sobre el Huerva, hacia el reducto de El Pilar y el convento de Santa Engracia. 3.- por la izquierda, como maniobra de distracción, un amago de ataque al castillo de La Aljafería, aprovechando trincheras del primer sitio que los defensores no habían tenido tiempo de cegar."
Los olivares próximos a la ciudad, fueron talados en las vísperas del segundo sitio por razones defensivas; y ya no volvieron a conformar el paisaje zaragozano nunca en la misma medida. El estimulo a la plantación de "oliveras" en Zaragoza había sido propiciado por Juan Martín de Goicoechea y la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. El Comandante de Ingenieros Sangenis se los cargó, para nada.
"LAS DESERCIONES pertenecen al lado oscuro de la historia oficial de los Sitios:
simplemente no se habla de ellas; no se menciona ni la posibilidad de su existencia pues no es
posible contemplarlas en un pueblo tan recio, viril y heroico. Y sin embargo fueron abundantes,
tanto entre los militares como entre los paisanos. Muchos de éstos que habían llegado desde
muchos lugares de Aragón al principio del asedio, pronto regresaron a su casas, tan desarmados
y hambrientos como habían venido; otros se echaron al monte y se dedicaron a sembrar el
pánico, por ejemplo, entre las localidades de la carretera de Barcelona los días siguientes al 12
de julio.
Palafox publicaba un bando fechado el 9 de febrero de 1809 en el que señalaba que
algunos vecinos veían con indiferencia la suerte de su patria y muchos soldados, siguiendo este
ejemplo, se separan de sus cuerpos y se ocultan en las casas de los cobardes. Y una vez más
encargaba a los vecinos de crédito, probidad y honradez, a tres de cada parroquia, que
examinasen la conducta de los individuos de su parroquia, llevando control de los que
cumpliesen con su deber y de los que repugnasen servir a su patria.
Si vemos pues, estas pruebas de la falta de unanimidad entre la población zaragozana, no nos ha
de extrañar que, aparte del cansancio lógico tras tantos días de asedio, la población zaragozana acogiera
relativamente bien a los franceses ocupantes tras la capitulación del 20 de febrero de 1809."
(HERMINIO LAFOZ)
EL FANÁTISMO
El reducto del Pilar era un fuerte construido en la actual Glorieta de Sasera (donde hoy está el Corte Inglés de Sagasta) con la finalidad de cruzar fuego contra la infantería francesa evitando que se aproximaran a los muros de la ciudad por esta zona. Una obra de campaña cerrada y protegida por un gran foso excavado, que terminaba por ambos lados en el río Huerva y estaba unido por trincheras con Santa Engracia. Defendido por unos 400 hombres y 8 piezas de artillería, en su puerta rezaba un letrero: “Reducto de la Virgen del Pilar, inconquistable por tan sagrado nombre, ¡Zaragozanos, venced o morir por la Virgen del Pilar!”
LAS MINAS Y LOS HORNILLOS
"Perdida ya la esperanza para Zaragoza de una ayuda exterior, se pasó a la cuarta fase del asedio francés: el asalto, que se produjo el 27 de enero de 1809, tras una dura preparación artillera. Una vez dentro de la ciudad, comenzaba la quinta fase, que podemos denominarla la guerra de minas. 23 días duraron los combates dentro de la ciudad.
Al amanecer del 28 de enero, los franceses ocupaban fuertes posiciones en la calle del Pabostre,
la plaza de Santa Engracia y el convento de la Trinidad. El 30 comenzaron las voladuras de las casas en la
calle de Sta. Engracia. El 1 de febrero dieron comienzo vigorosos ataques en la extrema derecha del avance francés. Las minas abrieron brecha en el convento de San Agustín. En los días siguientes el convento de Jerusalén fue minado, contraminado y, finalmente, incendiado por su guarnición en retirada. Se desarrolló intensa actividad en las calles de Pabostre, Santa Engracia, Palomar y Quemada, acercándose lentamente los
franceses al Coso, donde se asomaban el 7 de febrero en la zona del Hospital de Huérfanos y la plaza de
la Magdalena. El último acto del avance por el centro fueron los cuatro días con sus noches que duraron
los combates por el convento de San Francisco. Poco después caían el convento de San Diego y los
palacios de Sástago y Fuentes. Las calles de Alcober, Aljeceros y de las Arcadas fueron las bases de partida de las unidades polacas en su ataque a la Universidad el 12 de febrero. El 18 cayó el Arrabal, y una mina abría los muros de la Universidad; también se produjeron avances franceses en el barrio de las Tenerías y las calles de Zurradores y Santa Catalina. Al amanecer del día 19 voló por los aires la iglesia de la Trinidad y se perdió la puerta del Sol."
EL FINAL
"El día 20 de febrero los zapadores del mayor Valazé daban los últimos toques a sus hornillos de
minas bajo el Coso mientras una nueva galería se abría bajo el convento de Santa Catalina. Había llegado
el momento de hablar de rendición. Este mismo día por la mañana, el general Saint-Marq fue encargado
del mando. En la ciudad, al decir de Daudebard, había opiniones encontradas sobre la capitulación; el
recuerdo del abandono de Palafox de la ciudad en el primer asedio, hizo que desde bastante tiempo atrás
se vigilasen las barcas cañoneras pues el pueblo temía que se evadiesen de nuevo por el Ebro. Muchos
militares y el nuevo gobernador parecían de la opinión de resistir aún, sin embargo muchos habitantes, los
más influyentes y los más numerosos, así como la mayoría del ejército, pensaba que se debía capitular.
Finalmente prevaleció la opinión de capitular, no sin antes haber abortado parte de los jefes (Marcó del
Pont, comandante del Portillo, el comandante de la Misericordia y el de la Puerta de Sancho) el intento de
otros de haberse apoderado de la artillería y municiones, forzando a la tropa que quedaba a seguir su
desesperada resolución. El día 20 de febrero se firmaba por fin la capitulación, cuyo texto es el siguiente: El Excmo. Sr. capitán general D. José Palafox con motivo de la indisposición de su salud se
sirvió en 18 de este mes ceder el gobierno a una Junta Suprema compuesta de celosos individuos
de varios cuerpos, y de todas clases. Y enterada ésta del lamentable estado de la plaza, de la
proximidad de su entera pérdida, y de los estragos a que quedaban expuestas infinidad de personas
inocentes de esta ciudad con sus bienes, resolvió con arreglo al uniforme dictamen de los jefes
militares de los cuerpos facultativos, y de los dos mayores generales de infantería y caballería,
procurar inmediatamente lograr y ha conseguido del señor mariscal duque de Montebello, general
en jefe del ejército francés, con intervención de la ciudad, curas y lumineros de las parroquias, una
capitulación, por la cual en nombre de S. M. el Emperador y rey Napoleón primero, y de S. M. C.
el rey José Napoleón primero, concede perdón general a todos los habitantes de Zaragoza, bajo las
condiciones siguientes:
1. La guarnición de Zaragoza saldrá mañana veinte y uno a mediodía de la ciudad con sus
armas por la puerta del Portillo, y las dejará a cien pasos de dicha puerta.
2. Todos los oficiales y soldados de las tropas españolas harán juramento de fidelidad a S.
M. Católica, el rey José Napoleón primero.
3. Todos los oficiales y soldados que habrán prestado el juramento de fidelidad, quedarán
en libertad de entrar en el servicio, en defensa de S. M. C.
4. Los que de entre ellos no quisieran entrar en el servicio, irán prisioneros de guerra a
Francia.
5. Todos los habitantes de Zaragoza y los extranjeros, si los hubiere, serán desarmados por
los alcaldes, y las armas puestas en la puerta del Portillo el 21 al mediodía.
6. Las personas y las propiedades serán respetadas por las tropas del Emperador y rey.
7. La religión y sus ministros serán respetados y serán puestas centinelas en las puertas de
los principales templos.
8. Las tropas francesas ocuparán mañana al mediodía todas las puertas de la ciudad, el
castillo y el Coso.
9. Toda la artillería y las municiones de toda especie serán puestas en poder de las tropas
de S. M. el Emperador y rey mañana al mediodía.
10. Todas las cajas militares y civiles (es decir, las tesorerías y cajas de regimiento) serán puestas
a la disposición de S. M. C.
11.Todas las administraciones civiles y toda especie de empleados harán juramento de fidelidad
a S. M. C. La justicia se distribuirá del mismo modo y se hará a nombre de S. M. C. el rey
Napoleón primero.
Cuartel General delante de Zaragoza a 20 de febrero de 1809,
La Junta de Gobierno ha acordado comunicar esta orden a todos los corregidores del
Reino para que circulando las correspondientes a los pueblos de sus respectivos partidos queden
enterados de dicha capitulación, y que en su virtud puedan concurrir a esta ciudad con víveres y
cualesquiera efectos de comercio sin riesgo ni recelo de ser incomodados por las tropas francesas a
quienes por el excelentísimo señor gobernador de la plaza el general Laval, se les prevendrá lo
conveniente para que no les pongan el menor óbice.
Lo que participo a V. de acuerdo con la Junta de Gobierno para su inteligencia y su
cumplimiento. Dios guarde a V. muchos años. Zaragoza 22 de febrero de 1809. Por mandado de la junta D. Miguel Dolz
"Que diez días después de la capitulación, el mariscal Lannes entrase en Zaragoza con
toda solemnidad, con volteo general de campanas, recepción de las autoridades que quedaban y Te
Deum en el Pilar con el obispo auxiliar y el Cabildo al frente, no parece concordar con las jornadas
de «guerra y cuchillo» que habían vivido sus moradores durante los últimos tres meses, en los que
hablar de capitulación era sinónimo de traición. Tras el acto religioso, alojado el mariscal en el
palacio arzobispal, ofreció un banquete para cuatrocientos invitados. Qué duda cabe que en Zaragoza
habían permanecido afrancesados de corazón, europeístas de razón —no bonapartistas, que también
los hubo— que una vez perdida toda posibilidad de defensa se prestaron a participar en la dirección
de los asuntos urbanos sirviendo al vencedor. Entre los más caracterizados estuvo el conde de
Fuentes, que murió pocos días después de ser liberado de su encierro en la Aljafería; el arzobispo
Arce; el marqués de Ariza; el obispo auxiliar, Fray Miguel Suárez de Santander; el marqués de Ariño,
etc. J.A. Salas se ha ocupado de estudiar los franceses residentes en Aragón y las expulsiones de que
fueron objeto, lo que no representaba una excepción en la historia de Zaragoza. Pero no fueron ellos
los que heredaron la administración de la vencida Zaragoza, sino los que H. Lafoz llama con acierto
«posibilistas», quienes esperaban que los nuevos dueños de la situación confirmasen los privilegios
tradicionales de la sociedad estamental o que, por el contrario, confiados en los precedentes
abolicionistas de algunos derechos feudales, concretados en un decreto de Napoleón promulgado el
año anterior y el decreto de José I de 11 de marzo de 1809 por el que quedaban suprimidos todos los
conventos de la ciudad. Los nombres de Agustín Alcaide, el marqués de Fuente Olivar, Mariano
Domínguez, el barón de Andilla, José María Villa, Mariano Saldaña, el barón de Purroy, Agustín de
Quinto, Juan Romeo, Anastasio Martín, Matías del Castillo, Miguel del Cacho, el marqués de
Villafranca, el barón de las Torres y otros, son nombres expresivos de quienes, habiendo participado
en la lucha contra el francés en uno o en los dos sitios, pasaban a la situación de «colaboracionistas»
de la nueva administración encomendada al general Suchet, quien condecoraría a muchos de sus
nuevos colaboradores, mientras confiscaba la plata de la cartuja de Aula Dei para el servicio de su
casa y recibía las bendiciones del obispo auxiliar." (JOSÉ ANTONIO ARMILLAS)
Viene al hilo de este embrollo histórico la conmemoración esta semana del Cinco de Marzo, una celebración local zaragozana (una festividad que el dictador Franco prohibió y que por eso es fiesta) Es la continuación de la apasionante película del siglo XIX. Que continuaba, una vez acabados Los Sitios y la guerra, con el retorno del absolutismo borbónico (1814 y 1820) que se rompe con la sublevación de Riego, y el juramento –forzado- de Fernando VII de la Constitución de 1812; que abrió el Trienio Liberal (1820-1823) Tras una amnistía los liberales regresaron del exilio. Las Cortes continuaron la revolución burguesa iniciada en Cádiz para acabar con el feudalismo rural y liberalizar comercio e industria: acabar con los señoríos, reformar el fisco,las desamortizaciones, supresión de la Inquisición, libertad de imprenta etc... Buenas intenciones que se quedaron en eso, la gresca continuaba a diestro y siniestro, el enfrentamiento político entre liberales y absolutistas o entre los propios liberales (moderados contra radicales)
El 17 de abril de 1823 entran en Zaragoza los franceses otra vez. Ahora son los "Cien Mil Hijos de San Luis" (justo siete meses después ejecutan a Riego en Madrid, insultado por la población que poco antes le había aclamado) tropas enviadas por las potencias europeas en apoyo de Fernando VII. ¡9 años del fin de la Guerra de la Independencia y los aclaman en las calles¡ Es difícil entender muchas veces a los zaragozanos de entonces y de hoy. Menos mal que el “deseado” muere en 1833, pero entonces la sucesión abre una nueva vía de conflicto. Es la Primera Guerra Carlista (1833-1840), también los motines liberales y el proceso desamortizador. Por lo que respecta a la guerra, son constantes los intentos carlistas (El Aragón rural era mayoritariamente carlista) para apoderarse de Zaragoza, como el del 27 de febrero de 1834 (un levantamiento carlista en el barrio del Arrabal, rápida y duramente sofocado) y el del 5 de marzo de 1838, cuando la reacción de los vecinos armados hace fracasar un intento del general carlista aragonés Cabañero para tomar la ciudad por sorpresa. El fracasado asalto habían salido de Ariño pasando por Belchite con unos 2000 efectivos; en la intentona murieron 191 y 800 fueron apresados. ¿Era mejor el liberalismo centralista que el carlismo trasnochado? ¿Quién sabe? La baza de los partidarios del pretendiente don Carlos era la reinstauración de los fueros de los territorios de las zonas sublevadas, lo que explica el mayor auge del movimiento en los países que habían disfrutado de regímenes forales, caso de Aragón, Valencia y Cataluña, así como en los que aún los disfrutaban, caso de Vizcaya, Alava, Guipuzcoa y Navarra, donde los veían amenazados por el afán centralizador de los liberales burgueses.
Nunca debemos guiarnos por los estereotipos y la jerigonza semántica. Las palabras muchas veces dicen poco, lo que dicen son los hechos, por ejemplo, Braulio Foz fue un liberal acérrimo, que luchó tenazmente contra los franceses llegando a caer preso varios años; pero con el tiempo los enemigos se tornaron amigos y pasó 12 años refugiado en Francia hasta la muerte de Fernando VII. Es un liberal centralista que escribió en 1844 La vida de Pedro Saputo, uno de los símbolos literarios del nacionalismo aragonés.