Desde mi amor incondicional a Labordeta, a Carbonell, a la Bullonera, a Paco Ibáñez, a los Beatles, a Elvis, a Miguel Ríos, a la música tradicional, al rock and roll, a Pink Floyd, a la Banda de Encinacorba, a Bob Dylan, a las jotas, a los gaiteros y dulzaineros, a los bailes de los pueblos, entiendo y comparto que: “La música puede distraerte un rato de tus penas; la música puede consolarte ante tus penas; la música puede expresar tus penas, y, a veces, la música puede lograr hacer algo para superar tus penas” , esas penas que cargaba Pete Seeger, es quien lo dijo, esas penas que cargamos todos, seamos o no conscientes de ellas, y algunos como Bruce Springsteen las narran sin reparos: el final de la carretera, la angustia ante la muerte, la libertad ausente y peligrosa, la noche y la justicia, el devenir de nuestras vidas, el amor combatiendo a la tristeza.
Dicen que su segunda noche en el Metropolitano madrileño es mejor que la primera, leo después en Facebook, donde al parecer haberle visto no sé cuántas veces o tener 74 tacos de almanaque es tema primordial. No puedo comparar con otros conciertos, si estuvo bien o mal, el caso es que no me defraudó, en absoluto, y no las tenía todas conmigo por lo de la afonía, y además, como ocurre con los escritores de novelas, las últimas suelen ser las peores. Eso sí, tengo y he visto cantidad de videos (añádase YouTube) y sé que en Directo no es ni parecido, en Vivo es cuando aprecias el valor del artista, cuando ves el empaque de Ray Charles, de Carlos Núñez, de la Orquesta Mondragón, de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés cantando en un banco del Parque Grande tras cerrar el Pabellón Francés la policía. De otros no podría decir lo mismo, que ni trasmiten ni cantan, ni encandilan ni vibran, y en eso Bruce gana a los demás, tiene el oficio de los clubs, de los músicos que se ganan el pan en una furgoneta, que saben componer, que entienden lo que busca su público, y cuando las grandes compañías de discos se diluyen por el sumidero empresarial, un Bruce, y otros que también lo saben, llenan estadios de futbol tres días en una misma ciudad, y ante aquellos sumideros, ahora los mediáticos, que solo aprecian el fácil titular o el estereotipo rockero que nunca ve algo más allá.
El Nobel se lo dieron a Dylan, también se lo podían haber dado a Springsteen, y a Labordeta, y Carbonell, y a Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, o Joaquín Sabina, adrede o sin querer hacerlo, se lo dieron a todos los que con la música y la letra hacen vibrar lo más profundo.