El último pasquín libre de Aragón ___ Un blog de opinión patrocinado por la máquina del fango ____ El escepticismo por principios___ Donde hay duda hay libertad ___ Este blog no está declarado bien de interés cultural___ "Zaragoza bulle como nunca antes había bullido" y otras chorradas de ese estilo____ No puedo decir que no estoy en desacuerdo contigo ____ Todo el mundo tiene un graduado escolar y los políticos zaragozanos una etiqueta de anís del mono ___ Buenas noches Clarice.
martes, 15 de abril de 2025
THE WIRE y Mario Vargas Llosa
A LA SOMBRA DE LA SABINA: Grandes Series: THE WIRE: Copio y pego un articulo de Mario Vargas Llosa publicado en el periódico EL PAIS en octubre del 2011. Aunque lo intente mil años este blog...Grandes series: THE WIRE
lunes, 2 de diciembre de 2024
Lecturas recomendadas: LUCES DE BOHEMIA
Ramón
del Valle-Inclán, 1924
Edición,
prólogo y notas de Alonso Zamora Vicente, Editorial Espasa-Calpe, 1973.
19.-
“Aquí los puritanos de conducta son los demagogos de la extrema izquierda.
Acaso nuevos cristianos, pero todavía sin saberlo.”
20.-
“La miseria del pueblo español, la gran miseria moral, está en su chabacana
sensibilidad ante los enigmas de la vida y la muerte. La Vida es un magro
puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes; el
Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como
boquerones: el Cielo, una kermés sin obscenidades, a donde, con permiso del
párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable transforma
todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es
una chochez de viejas que disecan el gato cuando se les muere.
33.- Nota: “Don Manuel Camo, hoy olvidado político oscense, gran muñidor electoral, fue recordado varias veces, en la prosa noventayochista, como símbolo del caciquismo y de los fraudes electorales.”
40.-
Nota: “Las calles se enarenaban precisamente por los alborotos sociales. La
arena, sobre el adoquinado, protegía y facilitaba los movimientos de la
caballería, en las cargas, o por lo menos evitaba las caídas.”
41.- “¿Qué rumbo consagramos?
57.-
“¡Señores guardias, ustedes me perdonarán que sea ciego!”
73.-
“Yo nunca leo a mis contemporáneos, Don Filiberto.”
77.-
“El periodista es el plumífero parlamentario. “
79.-
“Y así, revertiéndonos la olla vacía, los españoles nos consolamos del hambre y
de los malos gobernantes.”
85.-
“Un yerno más.”
93.- “… las letras no dan para comer. ¡Las letras son colorín, pingajo y hambre!”
98.-
“No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de
Reptiles.” Nota: “El fondo de reptiles era una cantidad que en algunos
ministerios existía, secretamente, destinada a acarrearse voluntades, o a
simples favores. La expresión ha desaparecido de la lengua corriente, pero gozó
de gran predicamento con un vago aire de ‘soborno, compra de opinión’ etc. (escrito por Alonso Zamora en 1973, atinadamente la expresión
fue recuperada en el escándalo de los ERE en Andalucía, una red de corrupción política
en el seno de la Junta de Andalucía, gobernada por el PSOE entre 1980 y 2018, y
el sindicato UGT)
102.-
“Un café que prolongan empañados espejos. Mesas de mármol. Divanes rojos. El
mostrador en el fondo, y detrás un vejete rubiales, destacado el busto sobre la
diversa botillería. El Café tiene piano y violín. Las sombras y la música
flotan en el vaho del humo, y en el lívido temblor de los arcos voltaicos.”
114.- “Que le den morcilla.” Nota: “dar morcilla, expresión muy frecuente en el habla coloquial, sacada de la morcilla que se daba a los perros para matarlos.”
143.-
“¡En España es un delito el talento!”
153.-
“En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza.”
LVII.-
«Andar por las calles y plaza hasta las altas horas de la noche, entrar en una
buñolería y fraternizar con el hambre y con la chulapería desgarrada y
pintoresca, impulsados por ese sentimiento de caballero y de mendigo que
tenemos los españoles, hablar en cínico y en golfo, y luego, con la impresión en
la garganta del aceite frito y el aguardiente, ir al amanecer por las calles de
Madrid, bajo un cielo opaco, como un cristal esmerilado, y sentir el frío, el cansancio,
el aniquilamiento del trasnochador» (Pío Baroja, Nuevo tablado de Arlequín,
1904 ¿No parece esto una condensación resumida de Luces de Bohemia?)
sábado, 10 de febrero de 2024
El pensamiento de Julio Andrade Cola
El escrito de Julio Andrade sigue siendo coherente -las ansias de conocimiento siempre son coherentes-, es obvio que no comparten ese axioma las redes mediáticas de opinión, y menos la clase dirigente, por lo general inculta y sin escrúpulos (aun sobrada de títulos universitarios) que pretende escribir el relato de lo que pasó y de lo que tenemos que pensar.
La psique, el alma, el “Ghost in the Shell”, la consciencia, la conciencia, llámese como se quiera llamar, es el origen de todos los conceptos que nos hacen humanos, entre ellos el Derecho, las leyes que rigen las sociedades de los monos sin pelo, pues sin su invento no sería posible la civilización, la humanidad se hubiera auto-extinguido en el neolítico.
Quiero destacar, por su actualidad en la política española, uno de los capítulos de la obra de Julio, el referido a “La Ilustración”, la época de Helvecio, Voltaire, Turgot, Condorcet, Montesquieu, Rousseau, cuando la palabra libertad tomó fuerza, y con ella la noción de separación de poderes, de gobierno constitucional, de soberanía de la razón, de igualdad, de tolerancia, de progreso. Ocurrió hace más de 200 años y queramos o no, aquellos hombres y sus ideas siguen influyendo en nosotros.
EL PSIQUISMO HUMANO ORIGEN DEL DERECHO
(Julio Andrade Cola, 1976)
Capitulo VII
L A I L U S T R A C I O N
Introducción
A
mediados del siglo XVIII se inicia una corriente de pensamiento en la que se
mezclan o convergen teorías racionalistas y empíricas cuyo origen remoto es el
propio Renacimiento, y cuya idea fundamental (o bandera) es la libertad. Este
conjunto de teorías es conocido con el nombre de Ilustración.
La libertad había sido
constreñida por la Iglesia y por el Estado que, basándose en el derecho romano,
había llevado el cesarismo, o absolutismo, a sus más altas cotas.
El sentimiento de libertad
que se abre paso en la sociedad, va a llevar al pensamiento desde su oposición
a la doctrina de la Iglesia, hasta la lucha por la libertad del ciudadano.
La igualdad teórica que
había predicado el cristianismo se va a convertir en igualdad ante el Estado.
Su filosofía se basará en las leyes de la razón, adquiridas por la experiencia, y se desplegará con una fuerza insuperable en todos los campos del pensamiento, atacando a la filosofía tradicional, que terminará arrinconada en sus últimas trincheras donde, al decir de algunos, perdió su última batalla, a despecho de algunos movimientos reaccionarios.
El derrumbamiento de las ideas que informaban el antiguo régimen hace perder privilegios a las clases sociales que los detentaban (por supuesto que su extinción no fue inmediata y en algunos lugares llegaron hasta nuestros días).
El movimiento ilustrado
tuvo que soportar una propaganda adversa por parte de la clase conservadora y
clerical (que también ha perdurado hasta hoy) a causa de su oposición al dogma
y a los excesos del Terror, que fue considerado producto de sus teorías. Claro
que el terror blanco provocado por la reacción se ocultó pudorosamente.
Pese a las críticas que se
le hacen, los logros de la Ilustración no han sido alcanzados por ningún otro
movimiento, o revolución ideológica.
La ciencia, abandonando el
temor al anatema dogmático, inicia su andadura (más que reemprenderla)
basándose en la idea crítica de la razón; desplegando todo su poder en las
etapas posteriores, la del maquinismo y la industrial (en la que nos
encontramos).
Pero el mayor logro de
este movimiento es el desarrollo de las teorías que protegen al hombre contra
la arbitrariedad del poder, estableciendo prácticamente los llamados derechos
del hombre que poco a poco, y con algunos retrocesos, se abren paso en el sentir
general humano.
El poder absolutista se
sintió amenazado en toda Europa y su reacción fue tremenda, culminando en el
Congreso de Viena que trató de cortar de raíz todo el movimiento revolucionario
en cualquier país del continente.
La Iglesia anatematizó los
postulados de la Ilustración y se alió con los poderes absolutistas contra el
movimiento liberal y creyó encontrar, como antes en Trento contra la Reforma,
su definición ideológica en el concilio Vaticano I que expresó unas teorías
profundamente retrógradas (quizás de las mayores de la historia de esta
institución).
Pese a estas formidables
fuerzas de oposición, las ideas revolucionarias habían calado tan hondo en el
sentir popular que al final se impusieron en los estados modernos.
En los países protestantes
las ideas de la Ilustración pudieron ser digeridas con mayor facilidad, las
domeñó y les quitó la virulencia antidogmática que tenían. En los países
católicos la Iglesia impuso la íntima unión de Iglesia con el Estado (la teoría
de separación de Iglesia y Estado fue considerada herética). Pero a la larga y
con mayores dificultades las teorías de la ilustración también se impusieron.
El movimiento tuvo su
máximo exponente en Francia que con formidables filósofos y literatos llevó a
cabo una ingente obra de concienciación que cristalizó en la célebre
Enciclopedia; los hombres más conocidos (y polémicos) son: Helvecio, Voltaire,
Turgot, Condorcet, Montesquieu, Rousseau, etc. Sin embargo, sólo estudiaremos
los que consideramos más importantes para nuestro trabajo.
En este movimiento se
distinguen, principalmente, dos corrientes; la representada por Montesquieu que
aboga por la separación de los poderes del Estado y representación popular, y
la sostenida por Rousseau basada en la soberanía inalienable de la nación.
La realización práctica de
la Ilustración fue la Constitución francesa de 1. 791, que sirvió de punto de
referencia a gran parte de los países que más tarde transformarían su
organización absolutista, en constitucional.
CLAUDIO HELVECIO (1715-1771)
Mantiene (como Hobbes) que
el mundo moral no es otra cosa que una manifestación del egoísmo, y una simple
“física de las costumbres"; es decir, una rama de las ciencias naturales
que intenta proporcionar la mayor felicidad al individuo.
Por tanto, la legislación
debía contener la verdadera moral, que se encuentra en las ciencias naturales.
Legislación que debía tender a que el individuo tenga más interés en cumplir
las leyes que en infringirlas, por el provecho que resulta de su observancia.
Si el individuo considera que es mejor la infracción de una ley que su
cumplimiento, es que dicha ley no está bien hecha (por no ajustarse al interés
del individuo).
Lo cual parece evidente.
Si al individuo le resulta más ventajoso evadir impuestos, no hay duda que la
ley que reprime ese delito no está bien hecha.
Esta ley natural, que es
la de proporcionarse provecho no sólo el individuo, sino la sociedad, debe
inducir al legislador a que las leyes sancionen con penas la vulneración de
este interés, y con premios su cumplimiento.
CARLOS LUIS DE SECONDAT, BARON DE MONTESQUIEU (1689-1755)
Defiende la idea de que
las leyes, en general, tienen como fundamento la propia naturaleza de las
cosas, y son su relación. Esta relación
cuando se establece de forma conveniente entre dos cosas, es la justicia, que
preside la razón. Postura inequívocamente de racionalismo empírico.
Considera que la seguridad
buscada por el hombre, que él llama "tranquilidad" o
"reposo", no debe estar basada en el temor, pues esto constituye el
fundamento del despotismo; siendo así aunque el pueblo crea que ese sacrificio
de sus libertades es beneficioso, pues un gobierno despótico mantiene a todo
trance una especial tranquilidad, que Montesquieu llama "paz de las ciudades
a punto de ser ocupadas por el enemigo" y que más brevemente se conoce
como "la paz de los sepulcros".
Identifica a la monarquía
con el privilegio y el honor (en el sentido de "honores"), por lo que
de ello se deduce la jerarquía en que se articula.
La democracia es el
gobierno en el que el pueblo es súbdito y monarca ejerciéndose mediante la
república, cuya virtud principal es el amor a la patria, entendido como amor a
la igualdad, no en sentido cristiano, sino cívico.
El gobierno aristocrático
es una mezcla de los dos anteriores, porque es ejercido por una parte del
pueblo, aunque la clase rectora mantiene un resto de privilegios.
Montesquieu siente gran
admiración por las repúblicas de Holanda y Suiza, donde, según él, existe la
libertad, que define como la posibilidad de "hacer lo que se debe querer y
no hacer lo que no se debe querer".
También son ideas suyas,
la del ejercicio del poder del pueblo mediante representación, y abolición de
la esclavitud, precisamente en oposición a Bossuet y demás teólogos, que la
aprobaban. Siendo curioso (y falaz) que en un tratado de Derecho Natural escrito
por un religioso se transcribe un párrafo del "Esprit des lois"
(XV. 5) para sostener que Montesquieu defendía la esclavitud, cuando es un
ataque despiadado, aunque irónico, a dicha institución (Es el párrafo en el que
ironiza sobre los negros que deben ser esclavos porque son chatos y feos).
En religión es tolerante.
En derecho penal reclama la dulcificación de penas y la abolición del tormento. Considera que la libertad es imposible sin la igualdad, no sólo política, sino económica, que puede alcanzarse mediante la búsqueda del término medio entre lo necesario, lo útil y lo superfluo, debiendo gravar a éste con más fuerza y quedar exento de impuesto lo útil. Rechaza la caridad como medio de socorrer a los necesitados, viejos e impedidos, cuyo cuidado debe correr a cargo del Estado y no dependa de la problemática limosna (antecedente de la seguridad social).
Podría parecer que Montesquieu acepta el Derecho Natural a causa de su definición de la justicia y la ley, así como en sus referencias a la libertad e igualdad en la lucha contra el despotismo; pero se advierte que no hace derivar las leyes de una, absoluta y general para todos, sino que la ley se deduce de las características propias de cada cosa; es intrínseca y ha de tenerse en cuenta el completo ramillete de factores que la condicionan o influyen.
Por ello el derecho de los
países está determinado por su clima, extensión, riqueza, religión, formas de
vida, etc., que determinan sus reglas de convivencia que, sancionadas por el
pueblo, se convertirán en sus leyes.
Se opone a la esclavitud o
muerte de los prisioneros de guerra; aboga por un tratamiento más humano para
el delincuente, etc.
Pese a las críticas que le
han sido hechas por los ortodoxos, el éxito de sus teorías políticas, admitidas
en los estados democráticos lo hacen uno de los grandes de la ciencia política.
JUAN JACOBO ROUSSEAU (1712-1778)
Tuvo una gran influencia
en los hechos posteriores a la revolución francesa, quizás más en lo teórico
que en lo práctico.
Frente al egoísmo humano
defendido por Hobbes, él sostiene la bondad natural del hombre.
Define la ciencia social
como la búsqueda de una solución al problema de defender a todos los individuos,
y sus bienes, sin que perezca la libertad de cada uno de ellos; esta solución
cree encontrarla en el pacto o contrato social, ya que para él la voluntad es
la naturaleza misma del hombre, donde une lo natural con lo convencional y es
el origen y fundamento de todo contrato.
Ataca el pacto de sumisión
de Hobbes, porque si en el contrato (sinónimo de trueque) uno de los
contratantes lo da todo y el otro nada, no existe contrato puesto que en esa
entrega iría hasta el derecho a pactar; además, resulta inadmisible enajenar
los derechos individuales, especialmente el de la libertad, incluso para los
descendientes, de forma irrevocable.
Defiende la cesión de
derechos del individuo a la comunidad (a la que pertenece de forma activa) en
la que radica toda la soberanía y el poder. Por ello, de su idea del contrato
social se sigue forzosamente la inalienable soberanía de la nación; donde todos
son súbditos y soberanos. Así, la cesión de derechos individuales no comporta
una pérdida individual de libertad. Por todo ello no admite la
representatividad popular.
Esta soberanía, concebida
como voluntad general e indivisible, no impide que el gobierno pueda ser
repartido en sus funciones para evitar la tiranía.
La voluntad general no es
otra cosa que la ley, obtenida a través de la consulta a los ciudadanos en la
que se aprueban las condiciones de la asociación civil. Llamando
"decreto" a lo que ordena el soberano (nación)sobre un objeto
particular.
La ley tiene como fin el
mayor bien común; que en general se reduce a mantener la libertad y la
igualdad, que no es puramente religiosa, sino la ciudadana y económica.
Advierte, que de los opulentos salen los tiranos, como de los miserables los
anarquistas, o los que venden su libertad.
Se opone a la reprensatividad
porque la soberanía no puede ser enajenada ni representada; haciendo notar, que
los ingleses, una vez que han votado a sus representantes, se convierten en
esclavos de su parlamento.
Apoya la teoría de la
separación de la Iglesia y el Estado, aunque éste puede, y debe, mantener una
religión natural y cívica para todos los ciudadanos, a la que nadie es obligado
a creer, pero el Estado puede expulsar de su seno al que no admita; no por
descreído, sino por insociable. El que la admita y luego no la cumpla cometería
el delito de haber mentido ante la ley, y puede ser condenado a muerte.
Las teorías de Rousseau
fueron consideradas muy peligrosas por las clases que habían detentado el poder
y la riqueza. En consecuencia, fueron combatidas con verdadera saña hasta
nuestros días; sin embargo, la sociedad las adoptó, y se han traducido en forma
de declaraciones constitucionales.
Los puntos débiles de las
teorías de Rousseau, a nuestro juicio, se encuentran en la innegable
enajenación de la libertad individual (pese a su razonamiento), la obligación
de someterse a la religión del Estado o tener que abandonar la comunidad, la
supuesta literalidad del contrato social, y la supuesta bondad que atribuye a
los pueblos salvajes.
Respecto de la primera
teoría, diremos que pese a ligarla a la soberanía popular, inalienable y no
representativa, no puede dudarse de que enajena la libertad individual de una
forma grave; en especial si la relacionamos con la segunda, la que impone una
religión del Estado, origen de la idea de unidad religiosa estatal que ha
propiciado la expulsión de moriscos, judíos, o seguidores de otras sectas.
De la literalidad del
contrato social, el propio Rousseau nunca intentó que fuera considerado dicho
contrato como un hecho histórico, ocurrido en un momento determinado.
De la supuesta bondad de
los pueblos salvajes, hablaremos más tarde.
La ortodoxia ha rechazado las teorías de Rousseau en función de "ser falsas en su fundamento porque la libertad humana no es ilimitada; porque no existe la igualdad natural, ni los derechos naturales. Contradictoria, porque cede completamente los derechos individuales. Y desastrosa, porque la soberanía popular puede degenerar en anarquía o despotismo".
Críticas que han quedado obsoletas, en especial desde el Concilio Vaticano II. Por otra parte, la posibilidad de que las teorías de nuestro filósofo lleven al despotismo o la anarquía se contradicen con la realidad, ya que en los países en que han predominado los seguidores de la ortodoxia es donde se ha dado el despotismo y la tiranía, mientras que los que han acogido sus teorías en sus constituciones son los que se mantienen dentro de la democracia.
También es un lugar común
achacar a estas teorías los excesos de la revolución francesa; pero sería lo
mismo que achacar a Cristo lo excesos de la Inquisición, el Ku-klux-klan, los
guerrilleros de Cristo, o cualquiera de los terrores blancos.
Volviendo a su teoría
sobre la bondad natural del hombre, diremos que es de una extremada ingenuidad.
La creencia en dicha bondad, expresada gráficamente con la utopía del buen salvaje,
que tanto ha proliferado en la literatura, no está de acuerdo con la realidad,
pues siendo cierto que entre algunos pueblos salvajes se dan rasgos o actitudes
que nosotros tenemos por bondad, es bien cierto que en dichos pueblos predomina
la ferocidad y la crueldad. Algunos dicen que los salvajes actúan sin malicia,
pero dicha idea no se sostiene, puesto que los individuos de dichas comunidades
también transgreden sus propias leyes con la misma malicia que los civilizados.
Respecto a la felicidad
del salvaje e infelicidad del civilizado, tenemos que convenir que es un tópico
no creído ni por los que lo formulan, ya que muy pocos hombres civilizados
cambiarían las comodidades de su vida por la durísima de un pigmeo, jíbaro o
bantú; sin embargo, cualquier individuo de estos y otros pueblos siempre están
dispuestos a abandonar su vida por la civilizada, pese a sus problemas de
adaptación, o conseguir al menos, alguna de sus ventajas. Es indudable que
muriendo de hambre en Eritrea o el Sahel y padeciendo toda clase de
enfermedades, que acortan su vida, no se puede considerar una existencia feliz.
En cuanto a la forma de
tomar decisiones legislativas, la que propugna sólo se puede llevar a cabo en
pequeñas comunidades y en temas de poca complicación, máxime si se tiene en
cuenta que no admite la delegación del voto.
Su opinión de que la
voluntad es el centro de la naturaleza humana, quizás hoy no se pueda
considerar exacta al considerar que las fuerzas psíquicas son las que forman
las tendencias irreprimibles hacia una u otra acción. Pero si se llama voluntad
a esta tendencia ya formada, sí puede considerarse base y fundamento del
contrato, tanto en su modalidad política como civil.
Resalta la distinción
entre Estado y gobierno, que hasta entonces se había identificado plenamente en
la persona del rey (l`Etat c`est moi), distinción que a muchos no parece
aún clara, e identifican Estado con gobierno y con patria e incluso en algunos
casos con partido político.
Se puede decir que acepta
al Derecho Natural (cruzada hacia el naturalismo), pero este derecho no es el
de la escuela ortodoxa, pues admite que toda justicia viene de Dios y que sólo Él
es su fuente, pero, añade, que no sabemos recibirla directamente; pues si así
fuera sobraría todo gobierno y toda legislación. Al quedar cegada la vía de
comunicación es preciso suplirla con otra que es el contrato social.
Se nos ocurre que, si Dios
ha hecho al hombre y a la ley, no puede quedar cegada la vía de comunicación
entre ambos so pena de considerar que Dios no es lo suficiente inteligente para
conseguirla. Si un técnico construye emisores y receptores, pero no consigue
ponerlos en sintonía, sería por falta de conocimientos apropiados; lo que
trasladado a Dios sería una imperfección incompatible con sus atributos.
lunes, 29 de enero de 2024
El Doctor Jivago
Una novela del escritor, poeta y traductor ruso Boris Pasternak (1890-1960). Борис Леонидович Пастернак. Premio Nobel de Literatura en 1958. Título original: Doktor Zivago (Italia, 1957) En la Unión Soviética no se publicó la novela hasta 1988, en plena perestroika de Mijaíl Gorbachov (1931-2022). Pasternak agradeció el premio a la Academia Sueca y luego lo rechazó por las presiones del Partido Comunista, entonces al mando de Nikita Khrushchev (1894-1971). Fue considerado un agente del capitalismo, una antipatriota, y expulsado del Sindicato de Escritores. Pasternak murió pobre, por un cáncer de pulmón dos años después. En 1960, su compañera, Olga Ivínskaya (1912-1995) fue enviada a un gulag durante cuatro años por colaborar en la publicación de la novela. En 1989, el hijo de Pasternak pudo recibir el Nobel en nombre de su padre. Desde 2003 es una novela leída en los colegios rusos.
59.- … desarrollaba su antiguo concepto de la historia como un segundo universo construido por el hombre para responder al misterio de la muerte y fundando sobre los fenómenos memoria y tiempo.
146.-
Entonces comprendieron que la vida cuando es igual a la que nos rodea, la vida
que se sumerge en la vida de todos sin dejar señal, es verdadera vida, y que la
felicidad solitaria no es felicidad…
162.-
Llegó el invierno tal como se esperaba. Fue menos espantoso que los dos
inviernos que vinieron después, pero resultó de la misma especie, oscuro, de
hambre y frío, quebrantando toda costumbre, rehaciendo todos los fundamentos de
la existencia y obligando a los hombres a toda clase esfuerzos sobrehumanos
para sujetarse a una vida que se escapaba.
162.- Por
doquier se nombraban comisarios con poderes ilimitados, hombres de voluntad de
hierro, con negras chaquetas de cuero, armados con revólveres y puñales, que raramente
se afeitaban y más raramente dormían.
213.- El marxismo
es demasiado poco dueño de sí mismo para ser una ciencia. Las ciencias tienen
equilibrio. ¿El marxismo y la objetividad? No conozco corriente más replegada en
sí misma y más apartada de los hechos que el marxismo.
244.- El
hombre nace para vivir, no para prepararse para vivir, y la vida misma, el
fenómeno de la vida, el don de la vida es algo tremendamente serio.
296.- La
borrasca flotaba como una humareda sobre el bosque de coníferas perfumado de
resina, y no penetraba en él, como el agua no pasa a través del hule.
310.- Los tiempos daban la razón al viejo adagio: el hombre es un lobo para el hombre. Un caminante, cuando encontraba a otro, daba siempre un rodeo, porque el caminante mataba a quien encontraba para que éste no le matase a él. Incluso hubo algún caso de canibalismo. Las leyes de la civilización humana se vinieron abajo. Se vivía según la ley de la selva. El hombre tenía los sueños prehistóricos de la edad de piedra.
323.- Más
aún que la comunidad de sus almas los unía el abismo que los separaba del resto
del mundo.
332.- Por
lo que he podido observar, la instauración de todo poder nuevo pasa por varias
etapas. La primera es el triunfo de la razón, el espíritu crítico, la lucha
contra los prejuicios. Luego viene el segundo período. La preponderancia de las
fuerzas oscuras de “los que se adhieren”, los simpatizantes por conveniencia. Y
entonces comienzan las denuncias, las sospechas, las intrigas, los odios.
370.- Nadie
hace la historia, la historia no se ve, como no se ve crecer la hierba. La
guerra, la revolución, el rey, Robespierre, son sus estimulantes orgánicos, su
levadura. La revolución la hacen los hombres activos, fanáticos sectarios,
genios de la autolimitación. En pocas horas o pocos días trastornan el viejo
orden. Estas alteraciones duran semanas, o algunos años. Luego, durante decenios,
durante siglos, los hombres veneran como una reliquia el espíritu de limitación
que ha conducido a este trastorno.
jueves, 20 de julio de 2023
BOMARZO
Una novela de Manuel Mugica Lainez, con seguridad uno de los grandes (Buenos Aires, 11-09-1910/La Cumbre, 21-04-1984) escritor y periodista argentino.
Una novela entre la novela histórica ostentosa y novela literaria sublime, por encima de casi cualquier otra ambientada en la Italia (aunque no existiera Italia) del siglo XVI, o el mundo del siglo XVI, o de cualquier otro siglo o mundo.BOMARZO fue publicada en 1962, tras tres años de trabajo del escritor que se evidencian pronto en sus páginas. La obra es una biografía novelada de Pier Francesco Orsini, también conocido como Vicino Orsini (Roma, 4-07-1523/Bomarzo, 28-01-1585) heredero del título de duque de Bomarzo (provincia de Viterbo en la región de Lacio, no muy lejos de Roma) La familia Orsini fue una de las más insignes y poderosas de la época, eran condottieros (mercenarios, señores de la guerra) y también mecenas de las artes. Mugica narra con maestría el drama de la vida de Vicino, y la construcción del Bosque de los monstruos de Bomarzo (su inspiración, también para Salvador Dalí)
105.-
Percibí entonces con claridad algo que ya había advertido en mi soledad romana,
o sea que lo que para unos está mal para otros está bien y los bandos proceden,
en su rechazo o en su aprobación, con igual sinceridad y vehemencia, de manera que
la justica pura escapa a las decisiones humanas, gobernadas por normas
preestablecidas pero dirigidas también por factores inherentes a la sensibilidad
de cada uno y al enigma que presidió la elaboración inexplicable y caprichosa
del alma propia de cada ser.
289.-
A través de sus cuencas vacías miré a los dioses, al guerrero y a la enamorada
que me sonreían, inclinándose ante el coronado señor que, como si se asomara a
un palco de enrejados huesos, los contemplaba, más allá de la muerte.
447.-
Por eso me atrajo y nos comprendimos, a pesar de la eufórica superficialidad
que destacaba a lo que en mí había de barroco.
564.-
Ése —el peor de todos, el que más torturaría a mi vanidad, a mi sentido
dinástico, a mi afán dominador, a mi necesidad de encontrar apoyos inamovibles
que me ayudaran a proseguir mi andanza por el tremedal de la vida, sembrado de
pantanos oscuros— sería mi castigo por lo que había hecho y por lo que
aprontaba a hacer, inexorablemente empujado por la fatalidad.
604.-
En el medio del noble zaragozano Antonio Agustín, doctor utriusque iuris
de la Universidad de Bolonia y auditor del Tribunal de la Rota, los humanistas
se encantaban con la inteligencia del futuro bibliotecario de los Farnese.
sábado, 24 de septiembre de 2022
24 de septiembre de 1591. Una fecha más que cayó en el olvido.
«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.»
Miguel de Cervantes
En sus turbias aguas flotan muertos en
invierno, en primavera clarean y en verano languidecen. A su vera las gentes
son dichosas, aunque lo blasfemen cuando anega sus huertas. Es ser de bravatas,
de almadieros ahogados, de plebeyos que parecen imitar al torrente: osados a
favor, mansos en contra. El Iber, el
rio de los iberos y de sus herederos, que hasta hoy presumen de nobleza y
arrestos ante otro Imperio, y se envalentonan y pierden composturas; pues no se
sabe cuándo y porqué se desbocan, pero se desbocan.
A
la vez que nace el sol por Los Monegros resuenan por las calles empedradas los
resoplos y relinchos de la caballería, la manda el gobernador Cerdán. Son
jinetes soberbios que miran los tejados y
los fondones, escrutando el
recorrido que llevará a Pérez y Mayorini hasta la cárcel de la Inquisición; les
siguen soldados a pie, hombres de los consistorios y algunos otros de los
señores, los emplazan de retén en
plazuelas, entronques, y en las puertas de la ciudad, pues a don Ramón Cerdán
de Escatrón se le ocurrió conservarlas
cerradas, así es su celo por cumplir las órdenes que llegan de Madrid
para impedir que los sediciosos reciban socorro. El Gobernador es militar
novato, fue elección del difunto marqués de Almenara ante la sugerencia del
Concejo, y la recomendación de su hermano el Zalmedina; también debe el cargo a
sus méritos: la sumisión, la ordinariez y el hambre de dineros; atributos
forzosos para medrar en los negocios de la Corte. Juró el cargo en junio con su
mentor cadáver, si bien ocupaba las funciones desde que falleció a finales del
pasado año don Juan de Gurrea, el anterior gobernador, aquel sí que era hombre
cruel y pudiente, al que el pueblo temía; Cerdán no le iguala ni en fortuna ni
en brutalidad, tampoco en astucia, pero el caballero piensa que todo
llegará.
Algunos próceres califican de ocurrencia
esa de cerrar las puertas en tiempo de vendimia, cuando los falcinos se afilan,
cuando los banastos sirven de rodela, cuando perder un día es un día más de
riesgo de perder la cosecha. “Qué barbaridad…” protestan los amos; “¡Me cago en
sus muertos…!” dicen los braceros. Se siente la zozobra desde la tres de la
mañana, entonces las cuadrillas que marchaban a las viñas del monasterio de
Santa Fe plantaron cara a los guardias de los portones, y no les quedó remedio
que recular ante los arcabuces y callar. Son cientos los soldados por las
calles, y otros tantos formados en la plaza del Mercado, y caballos al trote de
aquí para allá despertando a los oficios, y el gobernador Cerdán dando órdenes
a voz en grito, increpando a mirones, cimbreando la espada, exigiendo a los
soldados que maten al primero que exclame la palabra maldita. Y así acontece
que al hacerse el día un chaval de ocho o diez años asoma por un ventano en la
parte alta del mercado, husmeando el paso de los rocines, y se le ocurre
repetir el lema censurado, mentar la palabra odiada por el tirano, el embrujo
que agita al vulgo, un: ¡VIVA LA LIBERTAD! como nunca antes se había dicho, que
retumba entre los chuzos y arcabuces con su voz aflautada, vigorosa, lirica. Un
instante después, como conclusión de un ¡Pannnggg…! seco y terrible, se apaga
para siempre. Pocos contemplan al soldado bajando el arcabuz y dando baqueta
para limpiar el ánima, solo un compadre mira su parsimonia cuando al fondo se
escuchan los lloros de una madre.
— ¡Le has dado en la cabeza…!
—Tengo buena puntería… espero que se
enteré el Gobernador.
—Espero que no lo lamentemos… has matado
a un crio de San Pablo.
* * *
En
la Cambra del Cantón de las Casas del Reino, entre las diez y las once tiene
cita el nuevo Justicia y sus lugartenientes con Lancemán de Sola, el secretario
del Tribunal de la Inquisición; trae las letras reclamando la entrega de Pérez
y Mayorini, y las entrega con copia signada y fe yaciente. Don Juan de Lanuza
manda llamar a los diputados del reino y a los jurados de la ciudad. Al rato
aparecen don Juan de Luna y micer Miguel Turlán, y el segundo y tercer jurado
del Concejo, con muchos ciudadanos y acompañantes. Micer Martín Batista de
Lanuza, el lugarteniente más antiguo y cercano al viejo zorro, toma la palabra
para declarar los principios de los fueros y las leyes del reino, destacando el
de Manifestación con gran orgullo, y en los casos en que tiene lugar, y en
los que no, pues los hay en que
se suspenden su efectos, como sucede con los vasallos –a más si son moros- de
los señores y obispos, y si ocurre en esos casos, con mayor motivo debe
suspenderse cuando la reclamación la hacen
los inquisidores apostólicos.
Otro lugarteniente, micer Gerardo Clavería, da cuenta al oído de todos
de la sentencia de los trece magistrados y, ante la petición del secretario de
la Inquisición, se le encomienda efectuar la entrega de los presos, y también
acuerdan que con él vayan dos diputados: el deán Luis Sánchez de Cutanda y
micer Miguel Turlán, y por el Concejo el jurado Joan Bucle
Metelín. Entonces ordenan avisar a todos los caballeros y señores de la ciudad
para que lustren la comitiva que cumplirá el veredicto. A don Diego de Heredia
también le mandan cita.
Después de un rato largo los designados
salen de las Casas del Reino, a Heredia dicen que no se le encontró; van con
maceros, dos por cada consistorio, y escoltados por una compañía de arcabuces y
el Gobernador con su caballería. Así formados toman camino a la casa del Virrey
en la calle Mayor, y éste los recibe acompañado por el duque de Villahermosa,
el conde de Aranda, el de Sástago y el de Morata, también el Jurado en Cap y
muchos otros caballeros señores de vasallos y gente principal; todos van
armados. Micer Clavería da razón al Virrey de las letras de los inquisidores,
requiriéndole para su ejecución le sirvan consejo, favor y ayuda. Los presentes
responden a una voz que están prestos y aparejados para proveer al
lugarteniente y favorecerle incluso con sus vidas. En cumplimiento de lo dicho
dejan la casa del Virrey y se dirigen a la Puerta de Toledo en formación
marcial, con los arcabuceros delante, siguiéndoles sus señorías, y en la
retaguardia el resto de la compañía y Cerdán con la guarda a caballo del Reino.
Nadie más, pues ni las viejas y sus nietos se atreven a mirar por los ventanos
de las falsas.
Entretanto suenan las campanas de San
Pablo tocando a rebato, como en mayo lo hicieron las de La Seo. Ochocientos
hombres de armas las escuchan impertérritos delante de la cárcel de los
Manifestados; les rodea un mar de ociosos forzados, hambrientos de venganza,
sedientos de empaparse de justicia. Las patrullas aseguran el foro taponando
las bocacalles con carros. Los capitanes sermonean a sus hombres maldiciendo al
que tiemble. A raya aguantan la rabia de la plebe.
* * *
Los caballeros de la Liga se dejan ver
entre credos y avemarías por la iglesia de Santa María la Mayor. Heredia, Martín, Bolea, Donlope y otros más,
reciben allí las nuevas que acontecen en las Casas del Reino; fue don Juan de
Luna el que mandó un mozalbete diciéndoles que los lugartenientes no se oponen
al traslado, y que los señores, junto al Santo Oficio, marchan hacía la cárcel.
Es motivo para salir del cado y raudos cruzar la plaza hasta la casa de don
Juan de Torrellas, sin tiempo para contemplar el espléndido edificio, advertir
sus riquezas, sus rentas, el buen gusto y parentesco con el conde de Sástago.
— ¿Dónde tenéis a esos cuarenta hombres?
—pregunta Martín sin rodeos a Torrellas.
—En las bodegas una veintena, que tenía
miedo viniera el Virrey y me los quitara, y los otros se fueron con Gil de Mesa
y Francisco de Ayerbe al salir el alba.
— ¡Por Dios!, —exclama Heredia echándose
las manos a la nuca y después a la sesera, parece que sus manos rigen solas—
¡Dios nos guarde…! ¿Qué haremos…?
—Tirar avante —le responde Martín—. Gil de Mesa ya estará en San Pablo buscándose
un sitio, de aquí tenemos que salir hacia la Puerta de Toledo con genio.
— ¡Nos van a matar, joder…! ¡Hay cientos
de arcabuceros…!
—Algún día tendrá que ser… hoy como
cualquier otro —asegura el montañés con una entereza que espanta—. Diego… tú y
los demás os volvéis a Nuestra Señora del Pilar a rezar, o hacer lo que os
venga en gana, pero que se vea que estáis allí, y que ni lleváis armas ni
intención de llevarlas. Pase lo que pase, llegue Pérez a la Aljafería o no
llegue, os estáis buen rato, y después vais con Isabel a preparar la huida; y
si ellos vencen, toca la defensa, pues en vos harán escarnio.
— ¡Qué Dios nos asista! —Heredia
habla para sí en voz alta y santiguándose mil veces—. A la sien me viene una
charla que tuve con Mayorini… que es buen astrologo, y predijo que las
desgracias de su patrón rematarían en la luna de septiembre, pues entonces
todos los astros le son propicios…
— ¿Oís Diego…? ¿Oís? —Martín le prende por los hombros— ¡Recordar
lo que tenéis que hacer! Andar… y no
paséis pena… a vuestra casa acudiremos, Gil ya lo sabe. Solo enjaezar vuestros
caballos, abrevados y bien comidos.
A la sazón entra en la sala un jovial
mancebo del servicio de don Juan de Torrellas, se acerca y comunica:
—Señor… he visto en la plaza de La Seo
muchos labradores y pelaires.
— ¿Llevan armas?
— ¿Armas…? ¿Son armas las dallas y los hocinos, y los palos y las piedras?
Al mismo tiempo la comitiva regia avanza
por los barrios del Cardo romano, entre las casas de los zapateros, los
vaineros y los plateros; un silencio solo roto por los cascos de los caballos,
el trepidar de las huestes, y por alguna injuria que les sueltan. Al llegar al
ensanche de la calle Mayor en San Antón se oye una descarga de lejos, no
alcanza a nadie, el Gobernador toma la cabeza y hace mención de perseguir a los
insurrectos que huyen por las callejas del barrio de los botoneros. Cerdán y sus
oficiales desisten, piensan que pude ser un engaño, y continúan hasta la Puerta
de Toledo para irrumpir a la plaza del Mercado y comprobar a caballo su
autoridad. Las compañías forman y a la vez hacen sitio a los arcabuceros que
vienen en la comitiva.
Don Martín de la Nuça corre la calle con
el broquel, la espada y los brazos remangados, el pedreñal y la pólvora le
cuelgan de la espalda. Es el caudillo de la veintena de montañeses que trajo
Torrellas, y con ellos parte hacia la plaza de La Seo, allí esperan labradores,
pelaires, jiferos, hortelanos, ganapanes, vendimiadores cabreados, y algún
gascón de mala leche. Es un ejército que dispara a las nubes, que gasta más en
gritos que en disciplina, espontáneo y ciego, irreflexivo; son los sublevados
ante los poderosos y se van por la calle Mayor a ver qué acontece por la
cárcel, a repartir pedradas, estacazos, cuchilladas o lo que haga falta.
Los encargados de hacer la entrega
acceden a la lúgubre escalera que les lleva a los presos. Mientras, el Virrey y
su cortejo charlan distraídos a la sombra del pórtico de la cárcel de los
Manifestados, se toman un respiro esperando por fin contemplar la salida del
famoso Antonio Pérez y decir que estuvieron ellos los primeros. Dentro, micer
Clavería ordena al alcaide que se le haga traspaso del manifestado y de su
secretario, al momento salen los cautivos alzando la voz y quejándose de los
empujones y la falta de miramientos. El lugarteniente decide ponerles grillos y
requerir que acudan los coches a la puerta; uno de los guardias tira los aros y
las cadenas en el suelo, otro se agacha y les encarcela los tobillos. Allí
quedan en el centro de la estancia, acechados, estoicos, mudos mientras les
miran, pues nadie habla, ni el diputado, ni el alguacil del Santo Oficio Alonso
de Herrera, ni el secretario de la Inquisición Lancemán de Sola; pasa el tiempo
denso, cadencioso, mortecino, como una estación lluviosa que se alarga entre la
oscuridad de la cochambre y las palpitaciones. Más de media hora después dan un
grito en el Cuerpo de Guardia, avisando que el coche pronto arriba a la puerta.
Clavería manda desfilar y descender las escaleras con cuidado de caerse, “que
no se me rompa el cuello el ministro del rey nuestro señor, por su salud, o por
la nuestra”. Al mediar el trayecto se oye un fuerte estrepito en la plaza.
Momentos antes Gil de Mesa se reclinaba
en un tejado de los soportales del barrio de la Cedacería, apuntando su arcabuz
con calma; sabe que se encuentra lejos de la Puerta de Toledo para atinar a la
primera, sabe que tiene unos ciento veinte pasos hasta allí, sabe que una vez
mató un caballo a cuatrocientos, pero el viento y la suerte hicieron más que
él, sabe que la máquina que tiene es la que es, sabe que una bala anda justa
para llegar con muerte. A su vista tiene a los señores de título esperando a un
bufón, que para ellos es Antonio Pérez; para Mesa no es bufón de nadie, es su
patrón, su amigo, su familia. Fija su pensamiento, respira hondo, se retrotrae
a la instrucción por el Camino Español a Flandes, a los varazos en las piernas
de los cabos, a las lecciones de cómo corregir el desvío, de cómo impostar los
brazos para hacerlos parte de la caja, de la cureña, de la coz. Aprendió bien a
fuerza de hostias, llegó a intuir el vuelo del proyectil, a apreciar el olor de
la pólvora quemándose en la recámara; sí, era de valía, le gustaba y lo supo,
por eso llegó a alférez, ¿si no de qué? Así apunta a la cabeza del Virrey
Obispo, pero sería repetir el milagro del Empel, más fácil parece el atino en
la panza, pues es blanco generoso y de bordados deslumbrantes; tampoco viste
barato el Duque, emperifollado a más no poder; al Gobernador imposible atinar,
se mueve mucho, aunque se le vea mejor en su montura y de vez en cuando se
acerque a la parte alta de la plaza. Gil de Mesa percibe la tensa calma por el
chico muerto desde el alero del tejado, por el contrafuero, por el hambre
vieja; en ese instante divisa la arribada de hombres armados en las esquinas de
la plaza, distingue a los de Martín a lo lejos, y saliendo de la calle de la
Albardería a Francisco de Ayerbe con los suyos, a la sazón entran por el
postigo del Mercado un par de coches tirados por mulas. Los soldados hacen
sitio a los carruajes que despacio se acercan hasta la misma puerta de la
cárcel. Gil hinca los codos y apunta a la primera acémila, deja hacer a sus
manos, ellas solas liberan la cazoleta de su tapa, pulsan la leva que mueve el
serpentín con la mecha y prende el fuego; entonces surge el estallido, y antes
de escuchar un relincho de muerte, el alférez Mesa sopla de nuevo la cazoleta y
elimina los restos de pólvora y los rescoldos que siempre quedan, saca otro
frasco, vuelve a soplar y carga el arma de nuevo, apoya los antebrazos y tira a
la otra mula. Se incorpora a toda prisa rompiendo tejas sin cuidado, baja las
escaleras de cuatro en cuatro hasta los soportales de los cedaceros, allí le
esperan sus hombres, y les arenga:
— ¡Vámonos! ¡Con dos cojones…! ¡Hay que
sacar a Antonio de las garras de esos buitres…!
El Virrey Obispo y sus acompañantes al
sentir el primer tiro se protegen tras sus soldados, intentan salir a la calle
Mayor, pero está tomada por un mar de guadañas y deben recular, resuelven
ocupar la casa que está frente a la cárcel, la de Serafín de la Cueva, aquella
que fue atacada en mayo sin piedad por el pueblo. La refriega hierve, don
Martín se hace dueño de la Puerta de Toledo a costa de la sangre de su bando,
don Francisco de Ayerbe manda en la Albardería con ímpetu y destroza un flanco
de soldados, Gil de Mesa se aposenta seguro en la esquina de la calle de San
Blas esquilmando lo que puede. Los arcabuzazos van espesos, raspando los
adobes, los aljeces de las pilastras, todo son humeras y aullidos. Ante
semejante gresca los fisgones del barrio de San Pablo se guarecen. Otros, en
medio del cruce de disparos, deciden tomar partido en el combate a navajazos,
unos cuantos embisten a los coches, destrozan el de la mula muerta por Mesa y
rematan su pareja, y que herida no paraba de dar coces y salpicar de sangre.
Algunos atacan al segundo carromato, pues dicen que sacrificando a las bestias
no tendrán forma de llevarse a los presos. Los cocheros huyen como pueden. Las
tropas del Gobernador se ven sorprendidas ante el fuego de pedreñal desde tres
lugares distintos, muchos soldados hacen más por salvar su pellejo que por
despachar sediciosos, y bajan las armas o no las recargan y se esconden,
también echan a correr en dirección opuesta al combate, es la desbandada. Al
pronto disminuye el fragor, aunque se oigan tiros sueltos, pocos soldados
resisten tras los pilares del mercado, los más cambian de bando; al rato los
sublevados son conscientes de que la plaza del mercado es suya.
No concluye aquí la batalla, el Virrey y
los señores no desisten y permanecen encerrados a cal y canto en la casa
tomada. Un vecino de San Pablo grita: ¡VIVA LA LIBERTAD…! otro arremete el
edificio a estacazos, varios a pedradas, uno de los hombres de Martín usa su
arcabuz, otro recoge tablas del coche destrozado y sin decir palabra las
aposenta en la puerta, muchos le siguen con más leña, alguien les prende fuego.
El gentío que anda desnudando a los muertos, desvalijando a los vivos,
despiezando las mulas, cargado el menudillo, los jarretes, los lomos, por un
momento echan alto y contemplan la hoguera.
Dentro de la cárcel, los hombres de los
consistorios y sus presos volvieron por sus pasos. Treinta arcabuceros quedan
en el Cuerpo de Guardia protegiendo la entrada. Desde los ventanos del primer
piso tuvieron ojos en la algarada y contemplaron la derrota, ahora ven ríos de
pedreñales, alabardas, chuzos, palos al aire y rugidos pidiendo que muestren
vivo al preso. Clavería no duda y pide a Pérez que se asome a las rejas,
entonces todavía aumenta más el griterío. En el tumulto aparece Gil de Mesa, y
al ver a su pariente vocifera que lo suelten; pero los de dentro no contestan,
solo discurren en salvar el pescuezo. La prepotencia, las circunstancias, la
pena de excomunión, la palabra dada, el regusto por la adulación, el dinero de
los ricos, son motivos que se olvidan cuando en riesgo está la vida, y micer
Clavería, el diputado Turlán y el jurado Bucle ahora bien la ven comprometida,
¿de qué vale el laurel cuando estás muerto?, eso parecen pensar al inquirir al
alcaide:
— ¿Dónde hay otra salida? Esos bárbaros
tirarán las puertas en cualquier momento.
—Como no sea por el tejado y pasar al de
los Lanuza, y allí pedir a gritos que nos abran algún ventano del altillo.
—Pues venga… qué aquí tenemos echada la
sentencia. ¡Y por Dios…! mandar quitarle los grillos a Pérez…
Abajo, en la puerta de la cárcel, se van
juntando la plana mayor de la embestida, desde los caudillos a los reclutas,
desde el sudoroso y ensangrentado Tomás de Rueda, hasta el tiznado Cavero de
Ortilla y sus hombres de Osca que,
aunque les amputen el brazo, no sueltan los mandobles y las picas.
— ¡Coño…! ¡Martín! ¡Francisco!,
—prorrumpe Gil de Mesa exultante al topar con los socios— ¡Rediós, le echasteis redaños…! como hicimos en Amberes… ahora habrá que
sacar a Antonio… ¡mirar esos! se traen un madero. ¡Vamos a darle!
Sin decir más le dan un castañetazo a la puerta y
resiste, son recias y de hierro, pero no necesitan repetir el intento, de
sopetón se abre la hoja y aparecen los guardias con los puntales en las manos.
Los insurgentes victoriosos penetran en la cárcel, los guardias tienen las
armas a los pies y les dicen que la puerta del zaguán debe de ser franqueada
por los de dentro, amagan de nuevo con injurias y no tardan en dejar limpio el
paso. Los arcabuceros agachan la cabeza pidiendo clemencia, Mesa les desprecia
y manda asegurar la posición y requisar los pertrechos cargados; también
“¡andar las escaleras y no fiarse ni de la madre que os pario!”, exclama. Sus
hombres avisan pronto que no hay peligro, y le gritan al alférez de los tercios
que suba, que Antonio Pérez está en su celda.
— ¡Gil! querido primo… ¡Martincicooo…! ¡Gracias
amigo! ¡Dadme un abrazo! ¡Francisco…
qué te voy a decir a ti! No las tenía toda conmigo… tanto soldado… ese Cerdán…
pero lo habéis logrado… ¡qué valor! Siempre os estaré en deuda.
—La gente al cuello se les tiró… envalentonados, y se esbafó el miedo al ver tanta infamia
—alega Martín observando los pies de Pérez y Mayorini—: Habrá que buscar
herramienta para quitaros esos herrajes.
—Por allí dejaron los martillos… y prestos se fueron a
esconder al barruntaros.
Pérez y Mayorini esperan tranquilos mientras les despojan
de los grillos, incluso tienen tiempo de hacer hato con sus bienes, de retocar
la gorguera y limpiar el jubón; hay diferencia entre andar a las mazmorras del
Santo Oficio que a respirar las libertades de Çaragoça. El rostro del cortesano ahora destila honra y dignidad,
la dignidad que tuvo cuando era ministro de las Españas, y hacía y deshacía a
su antojo, y todos le bailaban el aire y hasta sus gracias más insulsas. Gil de
Mesa anda a su vera, con yelmo en la cabeza, uno que recogió de los muchos que
tiraron los soldados. Los
conquistadores bajan al Cuerpo de Guardia donde retumban los vítores al nombre
del antiguo secretario; Mayorini siempre
detrás, el ferviente escudero, impertérrito ante la desgracia y el júbilo; don
Martín a medias de la cordura y el entusiasmo, sin dejarse llevar por la legión
que les aclama y desconoce las consecuencias. Los fueristas en ese instante
parecen un ejército y hasta rinden honores con las alabardas robadas a las
tropas del Gobernador, con arcabuces nuevos, con espadas relucientes.
—No hay que distraerse… se os echará la noche encima.
— ¡Martincico…! catemos un poco de estas
mieles…
Pérez se deja llevar por la pasión,
camina entre un vulgo enardecido que se desgañita en alabanzas como si fuera
remedio para todos sus males, el santón milagrero que cura lo increíble:
— ¡VIVA ANTONIO
PÉREZ…!
— ¡AYUDA
A LA LIBERTAD…!
— ¡VIVAN LOS FUEROS…!
Muchos apasionados se arrodillan ante
Pérez y le besan los anillos, uno de los jóvenes le incrusta la cabeza entre
las piernas y se lo sube a hombros. El político se muestra sorprendido sin
hacer ademán de querer descender, incluso parece que le agrada, pues alza su
gorra de mojicón al viento saludando, dando gracias y parabienes a todos los
presentes. Este será día de recordar, este será día de recordar cuando le venga
a la mente su tormento.
Frente al tumulto de la cárcel, el fuego
se hizo dueño de la casa de Serafín de la Cueva, el refugio del Virrey se
convirtió en el horno de la común, donde las mancebas cuecen el pan y los críos
roban los bizcochos. Saben los sublevados que el obispo de Teruel y Virrey: don
Jaime Ximeno, llevaba de compaña al Regente y a los consejeros de la Audiencia,
y a más ciudadanos honrados de séquito. Varios de estos últimos no pudieron
escapar, pues les cerraron las puertas en las napias, y ahora son cadáveres en
camisa que yacen arrimados a las paredes. Saben, también, que el duque y los
condes no siguieron al Virrey, pues al verse la refriega y ayudados por al
pundonor de sus criados, corrieron de una lluvia de salivazos, insultos y
amenazas, incluso dicen que uno de los condes aligero la bolsa presto. La
muchedumbre sigue sitiando la casa socarrada, aunque se amansa cuando ve que la
fogata ya no tira. Aprovechan entonces para meterse en ella, se distribuyen por
las estancias y al momento alguien grita desde arriba:
— ¡Aquí no están! ¡Han roto un tabique…
se escaparon los mamarrachos!
Los sublevados penetran por el boquete y
baten la casa lindante, desde la bodega hasta la falsa, y, o es cosa de magia o
tuvieron que escapar por el tejado. Encuentran a la dueña amedrantada debajo de
una cama y les guía hacia el ventanuco que da paso a la techumbre del
vecino. Los más intrépidos suben a las
tejas y no ven a nadie, se dan cuenta que la parcela de casas no es tan grande,
y que hace falta genio para saltar las calles, ni la de Predicadores, ni la de
las Filarzas, o la calleja estrecha que las une, dudan que un obispo tripudo
pueda volar por los aleros. Desandan los altos y regresan a la esquina de la
casa tiznada.
— ¡Tienen que estar escondidos en este
trecho!, —grita Andrés Castillo Tabollet, uno de los cabecillas—. ¡Habrá que registrarlas…!
De repente una mujer da la alarma:
— ¡A los traidores, a los traidores…!
¡Por allí van!
Todos miran los tejados, y señalan mucho
más adelante de lo que especulaban, en la siguiente parcela de la calle de los
Predicadores.
— ¡Tirar a esos malnacidos!, ¡matar a
esos mandrias…! ¡Piedras o lo que sea!, —manda Juan Roldán, otro de los
caudillos—. ¡La puta de oros! ¿Nadie
tiene el arcabuz cargado…?
—Tendríamos que pegar fuego a la calle
entera… alguien les ayudó con algún tablón o alguna escalera… ¿Qué solo viven
por aquí hideputas?
A los coléricos les ciega la venganza,
por el chico de San Pablo que mataron, por los sesos vertidos de los
vendimiadores o porque llegó la hora de aplastar sanguijuelas. Siguen
apedreando el tejado desde la calle, tirando algún arcabuzazo, rezando pierdan
pie y den vueltas como un huevo hasta hacerse tortilla. El Virrey y su séquito
se ocultan tras las chimeneas, tras los solanares, y al pronto desaparecen.
— ¡Se han metido en esta casa!
— ¿De quién es?
—De un labrador…
Los insurrectos aporrean la puerta y los
ventanos, echan gritos de desesperación, insultan a los amos hasta que uno sale
a ver qué pasa.
— ¡Dejadnos entrar a por ellos!
— ¿A por quién…? —contesta el labrador.
— ¡A por quién va a ser…! ¡A por esos
cuervos que os han entrado por la techumbre!
—Se habrán metido en otra casa… en la
mía no entran cuervos ni foranos.
— ¡Dejadnos entrar!, ¡más os vale…!
Y el labrador demora la respuesta hasta
que sus hijos salen a la puerta, uno con espada, otro con palo, y otro más
enseñando un cuchillo de matarife.
— ¡Qué no entráis en mi casa!, ¡qué sé
quién sois! Tú, el de la Matilde, tú, el de Dolores, y tú, ¿no trabajas para el
pelaire Pedro de Fuertes? Anda hijo… acércate a su casa y dile que venga, a ver
qué dice él.
Fuertes habita en un casón un poco más
arriba, eso calma a los amotinados, aunque las alcahuetas sigan olisqueando por
los ventanos de la calle, y su perseverancia se resuelva cuando una de las
comadres observa revuelo y se pone a gritar:
— ¡Están aquí!, ¡en casa de Jaime
Mezquita!
Golpean la cancela de malos modos,
acusando a los de dentro de enemigos. Los moradores salen ante el estrepito e
insisten también en desconocer el paradero de los huidos. Aumentan los
insultos, las chulerías y las exigencias de penetrar en la casa y registrarla.
Cuando comienza el forcejeo, aparece en la discusión Pedro de Fuertes pidiendo
calma, el maestro pelaire ejerce su autoridad en el barrio, y se pone a
terciar:
— ¡Yo entraré para ver si es verdad lo que
decís!
La batida se alarga y los nuevos dueños
de la calle se impacientan, no confían en el pelaire, a fin de cuentas, es
patrón, y de los que escatiman los jornales, de los que creen siempre que los
peones llegan tarde y se van pronto. Les huele mal su relación con el duque, de
vasallaje y de negocios, y que a la vez sea amigo de los caballeros de la Liga.
— ¡Aquí no están ni los hallamos…!
—predica Fuertes al salir.
Los díscolos discrepan, refunfuñan,
ponen caras, pero agachan las orejas y se van a buscar enemigos a otra parte.
Mientras tanto los porteadores de Pérez
se cansaron y descendió de las volandas. Ebrio de triunfo, en una borrachera
similar a la de mayo, de esas que no dejan mal cuerpo al otro día, ni al
siguiente, pero que al tiempo se torna ulcerante, cancerosa, despiadada. Después de un par de cuartos de reloj y de
bullicio, la comitiva termina en casa de Isabel y Diego; el matrimonio le
recibe en la puerta:
— ¡Antonio!, ¡dadme un abrazo!
— ¡Diego!, ¡libre soy… libre por fin!
Hasta parece un sueño que esté pisando las calles de Çaragoça…
—Cuanto me alegro… a mi esposa no la
conocéis…
— ¡Qué grata sorpresa! —dice el
cortesano mirándola a los ojos con descaro—. Dichoso día que las alegrías me
vienen a raudales. Me hablaron de vos como mujer de gran provecho… se olvidaron
mentarme la belleza… dejadme que os bese la mano… —e inclinado su modesta
anatomía le comenta—: No es educado comparar entre las damas, pero con vuestro
permiso y el de don Diego os diré, que me recordáis a la princesa de Éboli, a
mi amiga Ana, por la que rezo a diario.
— ¡Gracias… me abrumáis! Pasad, pasad…
¿comeréis algo?
—No hay tiempo que perder —advierte
Martín—, ya dieron las cinco… se os echará encima la noche y los sopistas…
¿están listos los caballos?
—Don Martín sabe lo que dice, hay que
aprovechar la desbandada —afirma Gil de Mesa—, tenemos que salir de la ciudad
cuanto antes.
—Razón tenéis… no es cuestión de
derrochar ahora la victoria. Ya le juré
a Basante que nos oirán los sordos… pues ardía en deseos de emprenderles, ¡qué
les debía unas cuantas afrentas!
—No nombréis a Juan de Basante… —objeta
Martín a Antonio Pérez— ¡qué nos ha traicionado!
— ¿Sí…? —Balbucea incrédulo—. ¡No puede
ser!
— Creedme.
— ¡Mi querido amigo!, ¿cómo estuve tan
engañado…?
Nadie contesta, hasta que es Francisco
de Ayerbe el que se acerca al corrillo e interviene:
—Un mozo cuenta que vio como mataban el
caballo del Gobernador y le metían un par de tiros cuando huía… al parecer
ahora lo andan buscando por el Coso.
— ¡A ver si hay suerte y le revientan
las tripas! —Gil de Mesa no contiene sus deseos—. ¡No merece cosa, ese perro!
—Pero esos perros portan buena cesta y
eso ayuda a salvar los huevos —refuta Ayerbe.
Los criados de Heredia sacan los
caballos del corral y aguantan sus ramales mientras monta Pérez y Gil de Mesa,
también un par de secuaces del pariente. Francisco de Ayerbe se acerca a don
Martín y le pregunta:
— ¿No sería mejor que fuera yo con
ellos?
El caballero reflexiona, tan arriesgado
es partir como quedar, coger el hato como envalentonarse, la cuestión es atinar
para salvar la causa.
—Mejor será.
—Los llevaré a Tahuste… sé de buenos escondites por aquellos montes… y abundan los
fueristas que nos ayudaran.
Francisco monta en otra caballería de
los Heredia; van bien pertrechadas, con buenas sillas, mantas y alforjas
llenas. Doña Isabel, que había entrado en casa, sale con la criada portando más
talegos para colgar de la montura.
—Me parece que lleváis pocas viandas.
—Estoy en deuda con vos, doña Isabel, no
os preocupéis… —agradece Pérez a la señora besándole de nuevo la mano—, vamos
bien servidos.
Heredia sostiene la brida de la bestia y
acariciando sus crines le dice al político:
—Es buena yegua, si necesitáis correr
soltarle las riendas, ni hará falta que le clavéis espuelas, pero no la soltéis
mucho, pues tirará a Bárboles que es su querencia.
—Gracias Diego… y a vuestra esposa —dice
Pérez ofreciéndole ahora a él la mano—, ampararme a Mayorini, es fiel amigo; y
un último favor os pido… que guardéis mis enseres… y por encima de todos ellos aquel arcón que
me traen los mancebos, que llevo allí mi vida a cuestas.
—No os preocupéis… y si necesitáis algo…
mandar recado.
Por los callizos van en pos de la puerta
Nueva en el muro de piedra, para desembocar en el descargadero de la leña en el
Coso, y por allí cabalgan tomando los angostos de la morería y del barrio de
los caldereros hasta el Hospital de Peregrinos, prefieren el camino del Juego
de Pelota, y no el de la puerta de Baltax, pues Francisco de Ayerbe asegura que
la de Santa Engracia tiene peores cadenas. Van seguidos de un gentío de devotos
fueristas, de voceadores de toda condición; son críos malolientes, son cotillas
ansiosos, son soldados que perdieron el jubón, hasta las viejas se asoman al
pasar el tropel. El portón del muro de réjola no ofrece resistencia, el portero
salió por pies nada más verlos y las cadenas siempre caen rompiendo un eslabón.
* * *
Volvió la calma a la ciudad, cesaron las
pedradas y los tiros, solo se escuchan rezos, jácaras, patrañas y lánguidas
verdades; el Obispo nervioso y cabreado las escucha, y sobremanera las que
afectan al Virrey, pues unos dicen que está muerto y otros que escondido; sobre
el Gobernador tampoco mejoran las nuevas, cuentan que fue herido y aun así lo
vieron correr como las ratas. Son gravísimos pecados que el pueblo pagará con
penitencias; por ello el Obispo manda con urgencia que salgan en procesión los
clérigos del lugar de los hechos: la iglesia de San Pablo. También establece
que porten el Santísimo Sacramento y que los frailes de San Francisco y otros
monjes les acompañen rezando el Ángelus.
Ya en el verano hubo otras procesiones
para pedir sosiego, también de pleitesía a los poderes terrenales, y otras más
para implorar agua, ahora toca pedir misericordia. Así serpentean la parroquia
y el mercado, parsimoniosos van hacia la puerta de Toledo cuando los relámpagos
les sorprenden y los nubarrones les espantan, solo creen que es el colofón
natural a la desdicha. Al llegar a las brasas de la batalla, los truenos ya
retumban cercanos. Los romeros cantan misereres observando los despojos de la
carnicería: un repugnante muladar de cuerpos desnudos, de huesos descarnados,
de mierda estomacal, de moscas verdes; hubo mondongo en septiembre, esta noche
olerán las chimeneas a carne asada. Arranca, entonces, un ventarrón agónico que
limpia las pestes insalubres. Incipientes gotas salpican los cadáveres y tiñen
de rojo el empedrado, pronto se convierten en granizos, que mitigan para
transformarse de nuevo en agua. Los siervos del Señor menguan sus rezos al ver
las piltrafas de varios hombres de calidad en la ciudad, ahora son cuerpos en
remojo lapidados por la tormenta. Reconocen al antiguo zalmedina Pedro Geronymo
Bardaxí, que en mayo fue enviado por el Concejo a pedir perdón al Rey; a Juan
Luis Moreno, Bayle de Daroca y
diputado la anterior añada; a Juan de La Sala señor de Samanés, y al escribano
Juan de Palacios que era cuñado del regente Campi. Son los nombres de los
muertos opulentos, no de los soldados, que ni los cuentan por no dar pábulo a
la derrota. Mientras, la procesión avanza hacia el Convento de los Predicadores
de Santo Domingo, al pasar por delante de la casa de los Mezquita se detiene,
abren su puerta y salen corriendo el Virrey y su cortejo ocultándose en medio
de los frailes. Sigue la letanía hacía
delante, y al recorrer un centenar de pasos vuelven a pararse, está vez delante
del macizo palacio de los duques de Villahermosa.
En la calle del Peso, don Martín de La
Nuça mira por la ventana los rastros del pedrisco y le dice con sorna a su
patrona:
—Por fin una rogativa sirve para algo.
—Al menos le quitará la roña a Antonio
Pérez.
Parte 8.0 capítulo XII de la novela LA LIBERTAD EN 1591, Miguel Valiente, 2018. 514 páginas. Fragmento desde la página 169 a la 179.