sábado, 1 de agosto de 2020

Springsteen en Broadway

«Nunca he tenido un trabajo decente en mi vida, nunca he trabajado duro, nunca he trabajado de nueve a cinco, nunca había trabajado cinco días a la semana hasta ahora. No me gusta. Nunca he visto una fábrica por dentro y es lo único que escribo. Tenéis delante a un hombre que se ha hecho increíblemente famoso por escribir sobre cosas sobre las que no ha tenido ninguna experiencia personal. Me lo he inventado todo. Soy así de bueno. ¿Y cómo?, os estaréis preguntando, ¿cómo se ha producido este milagro? Bueno… al principio solo había tinieblas sobre la faz del agua… 


…cuando era pequeño había Navidad, cumpleaños, vacaciones de verano, pero el resto de tu vida era un agujero negro inerte. Un agujero negro inerte de deberes, misa, escuela, deberes, misa, escuela, deberes, misa, escuela, judías verdes… judías verdes… putas judías verdes. Entonces, en un destello cegador de luz santificada, un ser humano, -solo era un crío, un crío sureño de campo-, pero… había una nueva clase de hombre que dividió el mundo en dos. Y de repente… apareció un nuevo mundo… el que hay debajo del cinturón, y sobre el corazón. Un domingo por la noche, en 1956, en un piso sin agua caliente en el 39 de Institute Street, la mente de un niño de siete años vio la revolución por televisión delante de las narices de las autoridades, que si hubieran sabido lo que pasaba y los grandes cambios que se iban a producir, se la habrían cargado. O seguramente, la habrían fichado. Porque nosotros, la plebe, los invisibles, los ineptos, los críos, querríamos más. Más vida… más amor, más sexo, más esperanza, y más verdad, y más poder. Y más alma. Y, sobre todo, más rock and roll. Me senté con mi madre y mi mente de siete años se volvió loca mientras miraba un tubo azul de donde salía algo divertido. Diversión, la verdad. La alegre, optimista, que te mueve las caderas, te hace temblar, tocar la guitarra, te cambia mente y corazón, te reta a competir, una dicha que te anima a ser más libre. Ese ánimo de libertad explotó en los confiados hogares de todo Estados Unidos un domingo por la noche. El mundo había cambiado, joder. En un instante. En un sudoroso y húmedo orgasmo de diversión. Y para probarlo solo tenías que arriesgarte a ser tú mismo. El genio del rock and roll había salido de la lámpara para decirnos que, si habías nacido en Estados Unidos, mis compatriotas, ese sentimiento, esa libertad, esa diversión… era nuestro patrimonio. Escuché, creí y oí una poderosa voz incitándome a la acción. Así que estudié a mi nuevo héroe. Y tiene dos brazos, dos piernas y dos ojos, igual que yo. Sí, es un Adonis humano. Y yo soy horripilante y patético. Pero eso ya lo solucionaré ¿vale? Lo único que él tenía y yo no lo llevaba atado a mi cintura: una guitarra. La guitarra, o como la había bautizado mi padre: “La puta guitarra”. Pero esa “puta guitarra” fue la clave. Fue la espada clavada en la piedra, la vara de la justicia que venden en el Centro Comercial. ¡Por 25 dólares! Así que le supliqué a mi madre que alquilara una, ya que no podíamos comprarla, de la Escuela de Música de Mike Deal’s, en South Street. Un sábado por la tarde la traje a casa. Me senté en el sofá del comedor, le quité la funda de cocodrilo y la abrí lentamente. Y del forro de terciopelo verde emanó un dulce aroma… a cóctel de madera de cerezo con poder, placer, salvación, sueños, sueños y más sueños. Así que tomé clases, muy entregado. Tomé clases durante dos buenas semanas. Y lo dejé. Era muy difícil, joder. Aprender a tocar la guitarra no solo era muy difícil, ¡es que las clases eran muy aburridas! ¡Solo dime los tres acordes mágicos, por favor, y déjame bailar y gritar!, pero solo tenía siete años y las manos no me llegaban a los trastes. Y no podía gastar el poco dinero que ganaba mi madre semana tras semana. Así que, enseguida supe que iba a tener que devolverla. Pero el día que tenía que devolverla, me la colgué por última vez. La saqué al patio donde estaban los niños del barrio e hice mi primer concierto. Le di golpes, la meneé, grité y canté tonterías sobre vudú. Quemé la hierba. Moví el culo de siete años. Y lo más importante, posé con ella. ¡Te cagas! Bailé con ella, hice de todo menos tocarla. Eso no lo pude hacer. Fue tan penoso que los niños no pararon de reírse de mi estúpido culo. Y esa tarde la devolvimos. Volví a casa en coche, con mi madre, me senté detrás, callado. Y pensé que estaba un poco decepcionado conmigo mismo, pero dentro de mí supe que, por un instante, solo un instante, frente a esos niños del patio… olí el triunfo.»


Springsteen on Broadway, Teatro Walter Kerr de Nueva York, 2018.