martes, 2 de diciembre de 2014

Lecturas: LADRONES DE TINTA

Ladrones de tinta
Alfonso Mateo-Sagasta, 2004


Editado por Ediciones B, en Barcelona. (Raro es el libro que leo en castellano que no haya sido editado en Barcelona. El negoci es el negoci. Obviamente.)

Después de leer La conjura de Cortés de Matilde Asensi  (2012) y El Hereje (1998) de Miguel Delibes, pensaba que ya no volvería a leer una novela histórica digna de ese epíteto. Me equivocaba, el repúgnate regusto que me dejó la última novela del castellano (no pasa de media docena de páginas de calidad, y olvido los anacronismos y los errores,  increíble que le dieran el Premio Nacional de Literatura, se califica por sí solo. Como Paulo Coelho ¡…! ¿…? -Aleph, 2011- fui incapaz de pasar de la página 50, absolutamente infumable) y el no menos  nocivo de la primera autora mencionaba sobre las aventuras de Martín Ojo de Plata y autobautizada como  ‘La gran saga del Siglo de Oro español’, escasa de calidad y más insustancial que un tebeo del capitán Trueno.

Sin embargo la literatura no ha muerto, entre tanta porquería, entre los intereses de las editoriales, de los medios que las guarecen, de las televisiones risibles, de la publicidad y el escaparate de kiosco, ante tanto mercantilismo vacuo, surge algunas veces la calidad. La obra de Alfonso Mateo-Sagasta es de esas pequeñas obras de arte que no logran tener la repercusión que se merecen, es cierto que es una novela galardonada, entre otros, con el premio Ciudad de Zaragoza de Novela Histórica, para obras ya publicadas (un premio un tanto estúpido, si bien el premiado no dirá lo mismo) pero por ahora Ladrones de tinta no alcanza ese prestigio que parece solo destinado a los autores que, por una u otra razón, la fama y los medios elevan al parnaso (véase los Terenci Moix, Antonio Gala, José Luis Corral, Ildefonso Falcones, Santiago Posteguillo, etc…)




Estamos ante la novela histórica de verdad, la que cuenta aquello que los profesionales de la historia dudan de contar.



Como todos los géneros, aunque creo que las grandes novelas escapan de ese apelativo y se sitúan en el género de los géneros: la literatura. Como todos los géneros, decía, la histórica se ramifica en familias, sin embargo Ladrones de tinta no se aparta del tronco central de las grandes narraciones del pasado, no se acerca al thriller, tipo Pérez-Reverte, o al simple folletín histórico políticamente correcto, como el anteriormente citado de Asensi, se encamina en la vereda de la averiguación y del periodismo como utillaje que nos desvela turbios contubernios que los historiadores ortodoxos nunca reconocen. Es una novela revisionista, con una visión de la vida del Siglo de Oro muy cercana a lo deducible. Mateo-Sagasta, sin grandes alardes estilísticos, materializa un contexto real propio de un documental de investigación de rigor. Es capaz de involucrar a Cervantes, Lope, Góngora, Quevedo, Tirso de Molina en una secuencia de acontecimientos coherentes y verosímiles, cosa tremendamente compleja. Con un protagonista: Isidoro Montemayor, como testigo inmejorable del Madrid de principios del XVII, y con un objetivo claro: averiguar quién es Alonso Fernández de Avellaneda, el verdadero actor de la trama.

En resumen: Una novela recomendable a cualquier lector que le interese la vida de los hombres de otra época, de aquel esplendor fugaz y baldío, de los hombres que crearon los libros, de las tripas del negocio de la cultura entonces y ahora, del trajín de la historia que subyace y no incumbe ni a reyes ni a papas, del devenir de los ancestros y el perdurar de las generaciones que nos antecedieron, de aquellos polvos que trajeron estos lodos.