Una novela de Thomas Pynchon,
1997.
“Ha recibido adiestramiento directamente de quienes persiguieron a
Molinos y a sus seguidores, y, en consecuencia, ha jurado destruir a cuantos
busquen a Dios sin pasar por Jesús. Los quietistas, como llamaban a los
seguidores de Molinos, creían, al igual que ciertos budistas de mi tierra, que
el camino más directo hacia la deidad era sentarse en silencio.” (pág. 673)
Reconozco que me agradó leer esta
mención a Miguel de Molinos (Muniesa, 30-06-1628/Roma 28-13-1696) reconozco que me enganchó la portada del ilustrador C.F. Payne, reconozco que es un reto acabar las 958 páginas que
el autor ha considerado necesarias, reconozco que
todavía no he averiguado el meollo en cuestión, reconozco que el enigmático Pynchon también fue motivo para que me obstinara en concluirla, reconozco que me he perdido, reconozco que varios tramos me los he saltado, reconozco
que las aventuras de un astrónomo y un agrimensor del
siglo XVIII no necesitan más del 50% del texto, reconozco que Pynchon es un gran escritor, reconozco que es
literatura en estado puro, reconozco que por momentos me recordó al Ulises de
James Joyce (qué lo terminaré antes de morir)
La vida real de Charles Mason y Jeremiah
Dixon no es necesariamente merecedora de una novela, aunque sean hombres del
siglo de las luces, de una época inquietante que desembocó en la revolución de
las trece colonias y posteriormente en la francesa, en el reconocimiento de la
libertad individual, los derechos del hombre, y la instauración de la república
como forma de gobierno menos perjudicial para la mayoría de los individuos. A Mason y Dixon los recuerda la Historia por
el trabajo que se les encomendó, es decir: amojonar la frontera entre las
colonias británicas de Maryland, Virginia Occidental, Delaware y Pennsylvania, que
posteriormente, en el siglo XIX, delimitaron los estados esclavistas y los
abolicionistas (aunque Delaware permaneció esclavista, y actualmente es un paraíso
fiscal, recordado estos días por ser donde se radica la nefasta CABIFY)
Pynchon es un gran escritor, famoso,
también, por su vida misteriosa y negarse a que aparezca su imagen en cualquier
tipo de acto, salvo en Los Simpson, claro que con una bolsa de papel en la
cabeza. Pynchon colaboró con los guionistas, por supuesto no en persona, y
escribió algunos de los chistes de su personaje, también se negó a llamar “gilipollas”
a Homer, y escribió: "Lo siento,
chicos. Homer es mi modelo a seguir y no puedo hablar mal de él". Solo
por esa observación merece ser leído, y hasta incluso el Nobel.