Dicen que Franco ofreció a los
belchitanos elevar las aguas del Ebro o construir un pueblo nuevo después de la
guerra, eso dicen, aunque ningún historiador lo crea. La realidad es que los
dictadores no ofrecen nada y que después se cuenta lo que interesa contar. Algo
así sucedió con el Plan Hidrológico Nacional aprobado en tiempos del presidente
Aznar y que más tarde el presidente Rodríguez Zapatero derogó por la vía
rápida. Aznar soslayó argumentos y primó otros por simples intereses espurios. Por
su parte Zapatero arrimó ascuas y sardinas y consiguió votos para su
investidura, cambió el punto de vista del asunto y no solucionó nada a largo
plazo.
El debate del agua en España ni
mucho menos ha muerto, incluso por desgracia resucita cuando en abril de 2018
una riada extraordinaria azota las riberas del Ebro. Y ante la catástrofe,
políticos del Levante y periodistas de Madrid o de Sevilla, enarbolan de nuevo
los bienes de aquel Plan que las elecciones de 2004 y las mentiras del 11M
tumbaron. Se atreven a decir que la catástrofe se hubiera evitado y que el Ebro
arroja al mar el consumo de agua de toda la población española en un año. Cualquiera
que haya leído algo de hidrología, del funcionamiento de los ríos, de sistemas
de riego, de la agricultura de secano y la sequía, de geografía, de los
desbordamientos históricos del río Segura, de los sistemas y costes de la
producción eléctrica, del mundo rural, de la despoblación en Teruel, de la
transformación de Los Monegros, de Ramón Pignatelli,
de Joaquín Costa, de Manuel
Lorenzo Pardo, de Félix de los Ríos, de
su hijo Francisco de los Ríos Romero, cualquiera
que conozca algo, digo, no puede utilizar el argumento de unas salvajes
inundaciones para cuestionar la derogación de un Plan que desnudaba un santo
para vestir a otro. Claro que la culpas se reparten, no toda la sinrazón está
en esos creadores de opinión subvencionados, en esos politicastros bullangeros
y populistas, ni tampoco en los ecologistas de salón, o en funcionarios y
técnicos que quieren proteger antes a las piedras que a las personas.
En Aragón también hay muchas
culpas y mucho proyecto chapucero, mucho político desconocedor de la realidad cercana,
que no asume el fracaso que supone cerrar la escuela de un pueblo, o las
discriminaciones de la PAC, o la falta de iniciativa empresarial salvo cuando
la pasta mana de la administración. Aunque tal vez lo más grave sea la escasa
ambición, resignarse, conformarnos pensando que ahora los políticos catalanes
todavía son peores, y subirnos por las paredes cuando la Justicia recupera las
obras de arte del Monasterio de Sijena expoliadas por el supremacismo catalán, un
supremacismo tremendamente favorecido por el franquismo; como lo fue al inundar
Fayón o Mequinenza, al inundar territorio aragonés para beneficiar a la burguesía
barcelonesa ávida de energía y mano de obra barata.
Sin embargo, nuestros grandes
proyectos, léase, comunicaciones del siglo XXI con Francia, creación de un
tejido agro-industrial, conclusión de los regadíos del Alto Aragón, y un amplio
etcétera, parecen persistir en un bucle infinito, y otros no alcanzan ni a eso,
y el ejemplo surge de un proyecto que planteó uno de esos hombres que el
sistema mediático madrileño desconoce, hablo de Francisco de los Ríos Romero (Huesca,1913–Zaragoza,1995).
Un ingeniero cuya carrera comenzó ingresando en 1941 en el Instituto Nacional
de Colonización en Zaragoza, y ascendiendo en 1946 a jefe en la Delegación Regional
del Ebro. En cierta forma heredó el trabajo y el alma de su padre: Félix de los
Ríos (Ciudad Real, 1879 - Caracas, Venezuela,1963) autor del proyecto de Riegos del Alto Aragón junto con José Nicolaú, sin olvidar el antecedente de Rafael
Izquierdo, ni a Mariano Lacambra o Joaquín Cajal Lasala. Pero volviendo a Francisco de
los Ríos Romero, digamos que no fue un mero alto funcionario en el organigrama del
Ministerio de Agricultura de la dictadura, tuvo la iniciativa de pensar en
futuro, careciendo de eso que achacábamos a los políticos aragoneses: la falta
de ambición. Diseñó el denominado Gran Canal del Ebro (primera imagen del post) que a su vez se dividía en el Canal de Rioja por
la margen izquierda, que beneficiaba a Navarra, Álava y Rioja; y en el Canal del Ebro de la margen derecha, que irrigaría
Rioja, Navarra, Zaragoza y Teruel, con unas 184.000Ha. de nuevas tierras de
regadío. Posteriormente los técnicos de la Confederación
Hidrográfica del Ebro con simpleza lo calificaron de UTÓPICO.
Francisco de los Ríos redactó
un parte del estudio titulado Avance del
aprovechamiento integral del Ebro, plasmando ideas e ideales, fue en
1956 cuando continuaba en el Instituto Nacional de Colonización (que había sido
creado después de la guerra civil y que desapareció en 1971 al fundar el IRYDA,
que en 1995 -junto con el ICONA- pasó a ser la Secretaría General de Desarrollo
Rural y Conservación de la Naturaleza) En 1973 ocupaba el cargo de jefe de la
División Regional Agraria del Ebro y entonces plantearon –a imitación del trasvase Tajo-Segura- el trasvase del Ebro a Barcelona
y por asociación a Valencia, Murcia y Almería; la actitud de Francisco de los
Ríos fue la de no dudar en la defensa de los regadíos aragoneses frente al
intento de apropiación y la inmensa voracidad del levante español.
Estos proyectos, en papel o en
la pantalla de un ordenador, son técnica y económicamente verosímiles, y nunca
alcanzarían –aunque no pondría la mano en el fuego- el precio del AVE
Madrid-Barcelona (unos 9.000 millones de €) o el del Tranvía de Zaragoza (unos
640 millones de € para 12 kilómetros) Estamos hablando de unir el embalse de La
Loteta a 280 metros sobre el nivel del mar con el embalse de Santolea a 581
msnm, de unos 150 kilómetros de conducción, de una elevación de 300 metros
mediante molinos y placas fotovoltaicas de última generación, de dar vida y
futuro a decenas de poblaciones. Y siempre desde el respeto a nuestros ecosistemas, eso es fundamental, pero hablamos de la riqueza que da el agua,
del agua cercana y de costes perfectamente recuperables en tiempos razonables.