Creo
que leí EL CAMINO MÁS CORTO en el 78; y recuerdo dónde lo compramos: en el viejo SIMAGO de la plaza Roma, también que lo devoramos con avidez; mi hermano varias veces, de hecho todavía lo
tiene y lo relee de vez en cuando. Es uno de esos libros que marcan, que te balizan el pensamiento, que te abren horizontes fantásticos y te enseñan lo pequeño que es el mundo y a la vez su grandeza. No puedo pensar
en viajes, en aventura, en caminos infernales, en naturaleza inexplorada, en Asia, en
África, en la Amazonia, en libros sobre tipos curiosos, en los perdedores y los olvidados, sin pensar en Manu Leguineche, y en aquellos equipos de reporteros de TVE de los setenta: Miguel de la Cuadra-Salcedo, Enrique Meneses, Jesús González Green, Diego Carcedo. Sin
embargo Manu era más que todo eso, era un corresponsal de guerra con criterio,
con ética profesional, con principios sólidos, son soltura para decir verdades
sin ser en absoluto sectario; y entonces también pienso en Arturo Pérez-Reverte. Además, Manu conocía las idiosincrasias de los
pueblos y las interpretaba con su espíritu viajero; así me viene a la mente los libros de viajes de Javier
Reverte. De la extensa producción de Leguineche tengo en mi biblioteca varias de sus obras, ninguna iguala al CAMINO MÁS CORTO, y eso él lo sabía. Repaso
con nostalgia EL PRECIO DEL PARAÍSO, una historia de investigación que entusiasma, y donde encontramos algún
gazapo, sin duda por las prisas en su publicación. También me sedujo YO TE DIRÉ, LA VERDADERA HISTORIA DE
LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS; y toda una infinidad de artículos de prensa, todos ellos hicieron de él uno de mis gurús en la trama interior que a nosotros mismos nos hacemos para vivir la vida.
“El
camino más corto para encontrarse uno a sí mismo da la vuelta al mundo. Me
dispongo, pues, a dar la vuelta al mundo. Europa ya no me produce efecto. Harto
familiar me es este mundo para obligar a mi alma a nuevas configuraciones.
Además, es un mundo demasiado limitado. Toda Europa tiene en lo esencial un
solo espíritu. Quiero anchura, dilataciones donde mi vida tenga que
transformarse por completo para subsistir, donde la comprensión requiera una
radical renovación de los recursos intelectuales, donde tenga que olvidar mucho
-cuanto más, mejor- de lo que supe y fui. Quiero que el clima de los trópicos y
otros muchos aspectos imprevisibles envuelvan mi ser y actúen sobre mi alma,
para ver lo que será entonces de mí. Ya están cortadas las relaciones con lo
que me sujeta. Siento en mí la beatitud de la libertad conquistada. De seguro
que no hay nadie ahora más independiente que yo. No tengo profesión externa; no
tengo familia que me preocupe; no tengo obligaciones que llenen mi tiempo;
puedo hacer u omitir lo que me plazca.”
Un viaje por todo el mundo en un TOYOTA LAND CRUISER, Desde USA , por Asia y Australia para volver de nuevo a Estados Unidos.
“Tenía
24 años y toda la vida por delante cuando mi amigo Willy Mettler fotógrafo
suizo me habló por primera vez de una vuelta al mundo en coche para batir el récord
mundial de distancia”.
Harold Stevens,, Al Podell y Woodrow Stans, todos norteamerícanos y Manu Leguineche como fotógrafo compondrían la expedición.
Después
de una noche de juerga, de porrones de vino de Valdepeñas y de pinchos de
tortilla en una tasca del Madrid viejo…cantando Granada y Dolores, Lolita, Lola
se decidió mi incorporación a la Trans World Record Expedition y mi futuro en
los próximos años. “Chócala vasco, vendrás con nosotros en la vuelta al mundo”.
Dos
largos años de viaje, más de 60.000 km. recorridos, 30 países de los 5
continentes, multitud de problemas, incidentes, contratiempos, las personas y
personajes que se cruzaron en su camino, las costumbres, experiencias y
vivencias nos son contadas con una extraordinaria maestría que hace sentirnos
parte de ese viaje, de esa experiencia vital.
“Vendería
píldoras con los mercaderes chinos en Tailandia, un mono se comería mi
pasaporte en Bangkok, anunciaría el comienzo del fin de la monarquía en Libia,
cazaría el tigre en Bengala, la gacela en el Sahara, el canguro en Australia.
Asistiría a las fiestas del agua en Luang Prabang invitado por el rey de Laos,
quedaría aislado con mis compañeros en una epidemia de cólera en Afganistán,
jugaría al fútbol con el príncipe Norodom Sihanuk en Camboya, caminaría por el
Himalaya acompañado del primer hombre que subió al Everest, pasearía en
elefante por la ciudad india de Jaipur en las fiestas del maharajá, tomaría el
té con Indira Gandhi, asistiría a la cremación del último rey de Bali, comería
sesos de mono con unas copas de cóctel de víbora en Hong Kong, me ofrecerían a
la venta a una muchacha tailandesa en la frontera de Birmania, volaría en
helicóptero sobre Vietnam en guerra, estaría a punto de ser fusilado en un
pueblecito de la India acusado de ser espía de Pakistán. En
la cárcel de Jullundur a la espera de salvarme de la muerte, me sirvió para
reflexionar sobre el sentido de aquel viaje, un rito iniciático, en compañía de
cuatro periodistas, a bordo de dos jeeps para mejorar el récord mundial de
distancia en automóvil.”
El
libro termina contando como en Agosto de 1978 al estar en Nueva York llama por
teléfono a Al Podell, se había casado y era un alto ejecutivo de una compañía
de publicidad. Con él repasa el destino de los compañeros de viaje: Willy había
muerto en Camboya, Stevens (el jefe) se había perdido en Nueva Guinea y Woodrow
desapareció en un monasterio de México.
“¿Qué
te parece si repetimos el viaje en 1980? Le dijo Al a Manu. Éste le respondió:
Es posible, aunque ya no será para nosotros el camino más corto”.
HASTA LUEGO MANU.
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