A
veces la música sobrepasa el acto de tañer un instrumento o urgir una voz, es cuando
aparece la sensibilidad a flor de piel, la emoción a raudales que te mueve los
pies, es la comunión anímica y honesta, la interactuación con el que escucha, donde
el argumento sonoro resulta tangible y catártico. Este efecto lo consigue el
folklore tradicional, el FOLK, que en realidad es lo mismo, pero sin la parafernalia
recreacionista. El FOLK, la música popular, la música étnica, la música de raíz, la música tradicional, llámese como se
llame, lo logra; tal vez porque transita desde el antiguo acontecer del hombre. Carlos Nuñez sabe de sobras todo
eso, conoce y utiliza esas claves psicológicas e incluso místicas para
aleccionar a su audiencia; una audiencia entregada de anticipo, que
acude a un nuevo concierto sabiendo que será parecido y diferente al mismo
tiempo al del año pasado, por eso Carlos Nuñez llena teatros, por su
entrega y actualización constante del show.
Es el logro de los grandes, que en vivo suenen mejor que en disco, que dos
horas se pasen como dos minutos, y todo ello no surge de la improvisación, surge
del trabajo y del estudio, y de compartir escenario con notables virtuosos como
su hermano Xurxo en la percusión, con Pacho Álvarez a la guitarra, con Itsaso
Elizagoien a la acordeón, con María Sánchez en el violín y en la voz que conmueve,
y también la cantante Laura Padrino; y como guinda a este suculento pastel: el coro zaragozano Amici Musicae,
y la Banda de Gaitas de Boto Aragonesas, con el luthier y gaitero caspolino Pablo
Morales. Inconmensurable.
Así
es un concierto de Carlos Nuñez, pura catarsis, un procedimiento de
purificación que tiene lugar cuando los espectadores se
involucran en el destino de los músicos que interpretan bellas melodías. Es la correspondencia
con el artista, cuando el espectador libera sus pasiones sin miedo a posibles consecuencias.