La guerra nos deja sin palabras y a la vez nos obliga a escribir. La barbarie son imágenes, sonidos, sentimientos.
En 1986 decía la Agencia de Prensa Novosti que la URSS era un "Estado federal multinacional constituido mediante la libre determinación de los pueblos y la unificación voluntaria de repúblicas con iguales derechos en un federación socialista."
También que "Cada una de las repúblicas federadas siguen siendo un Estado soberano, pero no existe por separado, forman parte de un Estado más grande: la URSS."
En 1989 los ciudadanos de Berlín derriban el muro que separaba en dos una misma ciudad. Era el comienzo de la caída de un sistema político, económico y social: el comunismo.
El proceso continúo inexorable, hasta que entre 1990 y 1991 la URSS comienza a disolverse como el azúcar en el café. Nadie les había invadido, nadie les había atacado, fue un colapso interno y espontáneo. La corrupción afloró sola, esa que todos conocían y todos callaban. El núcleo estaba podrido y no aguantó la careta artificial que lo ocultaba.
La URSS vendió paja por el mundo durante décadas, mentiras e hipocresía, teoría política que se quedaba en eso.
La constitución soviética reconocía lo que ocurrió: la disolución con arreglo a su propia ley, el famoso "derecho de autodeterminación", ese que algunos iluminados reclaman como una situación inalienable a la especie humana, olvidando adrede "los principios generales del derecho", el concepto moderno de Estado-Nación, la prevalencia de la igualdad legal de los ciudadanos, y la definición acertada del termino "descolonización".
Es obvio que el desmembramiento de un Estado totalitario y dictatorial no se hizo con arreglo a la justicia y la equidad, cada república y cada cacique de esas repúblicas enganchó lo que pudo (recomiendo ver El Señor de la Guerra, 2005, con Nicolas Cage como inusitado protagonista de una buena película) De aquellos polvos vienen una parte de estos lodos.
Súmese un dictador con escasos escrúpulos como Vladímir Putin, y también -hay que decirlo- el nacionalismo radical ucraniano (que ataca los derechos de los ucranianos ruso-hablantes) aunque, por cierto, ese "nacionalismo radical" no lo encabeza ni representa el presidente Volodímir Zelensky. Zelensky es fruto de la democracia en estado puro y del descontento de la población con sus políticos, como en España lo fueron, o lo son, muchos partidos.