domingo, 21 de abril de 2019

HOMBRES BUENOS: la receta de Arturo Pérez-Reverte.


Mézclese en dosis proporcionada realidad y ficción, añádanle las circunstancias del escritor en la investigación de los hechos, sitúen a los personajes en ambientes atractivos y dignos de interés para el lector avispado, caliéntese el argumento imbricando paralelismos entre pasado y presente; y para rematar, condiméntese el plato con una pizca de intriga, de amoríos, de preocupación por el devenir de los personajes, y siempre salvaguardando la verosimilitud y el detalle, que nunca te pillen en un renuncio. La presentación en la mesa se ajustará al respeto por el leedor, sin manipular su condición de debilidad ante los procesos imaginativos y a veces, abruptos, del autor.

“Hombre buenos” es una novela basada en productos de calidad, de agricultura ecológica por lo menos, de “Ternasco de Aragón” o “Jamón de Jabugo”, con contenido, con sustancia. También literaria, es decir, más que corrección en la escritura, marcando diferencias apreciables con el material que nutre librerías y ventas digitales. En la atención al cliente tampoco se estropeará la degustación de la obra, ni el currículo del autor, aunque su nombre aparezca en caracteres de mayor tamaño que los del título, cosa que detesto, aunque a fe mía entiendo que será imperativo de los que comprometieron sus dineros, que alguna ventaja tendrán los que publicamos sin arriesgar y sin gastarnos un duro.

“Hombres buenos” marida las metáforas necesarias en el momento necesario, y describe a unos seres, unos lugares, unos hechos y una época convulsa en la historia: prerrevolucionaria, dura y admirable. Reverte sazona con la zurda y la diestra, jugando con el lector e incluso modifica los títulos de su propia y extensa obra, también le aparece algún pelo en el guiso, en especial al final de sus páginas, cuando zanja regular apremiado por los mayoristas del Merca de turno, o cuando un personaje del siglo XVIII califica a Virgilio de “sobrevalorado” (pág. 347). Aún con esas, viajé a los salones con D’Alambert, con Pedro Pablo Abarca de Bolea, con Franklin, a las lecturas de Voltarie y Juan Jacobo Rousseau, al admirable Jorge Juan, al abate Marchena (abate Bringas) merecedor de una novela por sí mismo. Esa, supongo, es la receta magistral de Arturo Pérez-Reverte, la alabo y la degusto con fruición. Es decir: un “cheers” americano y un “chapeau” francés.

“…visitar lugares leídos en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora, las historias reales o imaginadas, los personajes auténticos o de ficción que en otro tiempo los poblaron. Ciudades, hoteles, paisajes, adquieren un carácter singular cuando alguien se acerca a ellos con lecturas previas en la cabeza. Cambia mucho las cosas, en tal sentido, recorrer la Mancha con el Quijote en las manos, visitar Palermo habiendo leído El Gatopardo, pasear por Buenos Aires con Borges o Bioy Casares en el recuerdo, o caminar por Hisarlik sabiendo que allí hubo una ciudad llamada Troya, y que los zapatos del viajero llevan el mismo polvo por el que Aquiles arrastró el cadáver de Héctor atado a un carro.” (Arturo Pérez-Reverte-pág.150)
"Este trabajo ... es imperativo a pesar de sus imperfecciones como la realización moderna más brillante de la inteligencia humana, la suma monumental del conocimiento más avanzado en filosofía, ciencia, arte y todo… Es una de esas obras eruditas y decisivas, raras en la historia de la humanidad, que ilumina a quienes las leen y abren a la gente la puerta de la felicidad, la cultura y el progreso.” En la Encyclopédie.


"Entre muchos hombres excelentes, también hubo hombres débiles, mediocres e incluso malos. Debido a esta discontinuidad en el trabajo, encontramos bocetos dignos de niños en edad escolar, junto a partes magistrales; una tontería junto a una voz sublime, una página escrita con fuerza, pureza, ardor, juicio, razón, elegancia en la parte posterior de una página pobre, mezquina, plana y miserable ". (Denis Diderot)