Mézclese
en dosis proporcionada realidad y ficción, añádanle las circunstancias del
escritor en la investigación de los hechos, sitúen a los personajes en
ambientes atractivos y dignos de interés para el lector avispado, caliéntese el
argumento imbricando paralelismos entre pasado y presente; y para rematar, condiméntese
el plato con una pizca de intriga, de amoríos, de preocupación por el devenir
de los personajes, y siempre salvaguardando la verosimilitud y el detalle, que
nunca te pillen en un renuncio. La presentación en la mesa se ajustará al
respeto por el leedor, sin manipular su condición de debilidad ante los
procesos imaginativos y a veces, abruptos, del autor.
“Hombre buenos” es una novela basada en
productos de calidad, de agricultura ecológica por lo menos, de “Ternasco de
Aragón” o “Jamón de Jabugo”, con contenido, con sustancia. También literaria,
es decir, más que corrección en la escritura, marcando diferencias apreciables
con el material que nutre librerías y ventas digitales. En la atención al
cliente tampoco se estropeará la degustación de la obra, ni el currículo del
autor, aunque su nombre aparezca en caracteres de mayor tamaño que los del título,
cosa que detesto, aunque a fe mía entiendo que será imperativo de los que comprometieron
sus dineros, que alguna ventaja tendrán los que publicamos sin arriesgar y sin gastarnos
un duro.
“Hombres
buenos” marida las metáforas necesarias en el momento necesario, y describe a unos
seres, unos lugares, unos hechos y una época convulsa en la historia:
prerrevolucionaria, dura y admirable. Reverte sazona con la zurda y la diestra,
jugando con el lector e incluso modifica los títulos de su propia y extensa
obra, también le aparece algún pelo en el guiso, en especial al final de sus
páginas, cuando zanja regular apremiado por los mayoristas del Merca de turno, o
cuando un personaje del siglo XVIII califica a Virgilio de “sobrevalorado” (pág.
347). Aún con esas, viajé a los salones con D’Alambert, con Pedro Pablo Abarca
de Bolea, con Franklin, a las lecturas de Voltarie y Juan Jacobo Rousseau, al
admirable Jorge Juan, al abate Marchena (abate Bringas) merecedor
de una novela por sí mismo. Esa, supongo, es la receta magistral de Arturo
Pérez-Reverte, la alabo y la degusto con fruición. Es decir: un “cheers” americano
y un “chapeau” francés.
“…visitar lugares leídos en libros
y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora, las historias
reales o imaginadas, los personajes auténticos o de ficción que en otro tiempo
los poblaron. Ciudades, hoteles, paisajes, adquieren un carácter singular
cuando alguien se acerca a ellos con lecturas previas en la cabeza. Cambia
mucho las cosas, en tal sentido, recorrer la Mancha con el Quijote en las
manos, visitar Palermo habiendo leído El Gatopardo, pasear por Buenos Aires con
Borges o Bioy Casares en el recuerdo, o caminar por Hisarlik sabiendo que allí
hubo una ciudad llamada Troya, y que los zapatos del viajero llevan el mismo
polvo por el que Aquiles arrastró el cadáver de Héctor atado a un carro.”
(Arturo Pérez-Reverte-pág.150)
"Este trabajo ... es
imperativo a pesar de sus imperfecciones como la realización moderna más
brillante de la inteligencia humana, la suma monumental del conocimiento más
avanzado en filosofía, ciencia, arte y todo… Es una de esas obras eruditas y
decisivas, raras en la historia de la humanidad, que ilumina a quienes las leen
y abren a la gente la puerta de la felicidad, la cultura y el progreso.” En la Encyclopédie.
"Entre muchos hombres
excelentes, también hubo hombres débiles, mediocres e incluso malos. Debido a
esta discontinuidad en el trabajo, encontramos bocetos dignos de niños en edad
escolar, junto a partes magistrales; una tontería junto a una voz sublime, una
página escrita con fuerza, pureza, ardor, juicio, razón, elegancia en la parte
posterior de una página pobre, mezquina, plana y miserable ". (Denis Diderot)