Twitter es
la panacea de los estúpidos, donde es
posible comparar los muertos de Londres en un atentado terrorista con los
muertos en la guerra en Siria, no solo comparar, si no tildar explícitamente que
los muertos de Londres, de Bruselas, de París, de Niza, son por la culpa de
nosotros los europeos. Los malvados europeos.
Esos estúpidos
eximen al fanático integrista a la organización
criminal autodenominada Dáesh; para este rebaño es todo equiparable, creen que
Aznar ordenó una guerra en Siria, su "buenismo" pregona que los
refugiados deben venir a Europa no por solidaridad, si no por estar en deuda
con ellos, les debemos de todo, llevamos siglos explotando sus recursos y robándoles,
son pobres, tienen dictaduras abyectas, analfabetismo secular, machismo crónico,
capitalismo medieval, solo y exclusivamente por culpa de Europa y los europeos,
por culpa del cristianismo frente a un islam democrático y avanzado, y por
supuesto, al judaísmo decimonónico que se dejó matar por la nazis y que
deseaban un país en el país del que son originarios.
Twitter es
un medio de comunicación asombroso, ultra rápido, un red social con tantas
utilidades como usuarios, que hace compartir la cultura y las noticias a nivel
planetario, que es lo contrario a las élites minoritas, a lo secretos
inconfesables, es también el sueño de ilustrados, de racionalistas y
librepensadores, de los autores de pasquines, de los enemigos de la censura, de los slogans de las tapias, es la libertad de decir lo que me da la gana, pero también es –y
cada vez resulta más evidente que lo es- la panacea de los estúpidos y de una
piara de manipuladores de opinión de chistera y corbata camuflada, que callan sus corrupciones, los
enchufes de los amigos, la crítica al sindicato, al piquetero que pega palizas a las mujeres, al pijo-progre, al de las
camisas de quinientos euros con melenilla y pendiente, al comentarista del
pesebre de la Sexta o de la SER.
En Cádiz los
constitucionalistas de 1812 -igual que en la Constitución de Bayona- creían en las libertades individuales, en la soberanía del pueblo y la separación
de poderes, como lo habían hecho los franceses, los norteamericanos, los
polacos, y mucho antes –sin duda con muchos matices- Cromwell en Inglaterra, o los fueristas
aragoneses en 1591. También creían en la libertad de imprenta:
«Todos los españoles tienen libertad de
escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia,
revisión o aprobación alguna anterior a la publicación, bajo las restricciones
y responsabilidad que establezcan las leyes».
Esta idea
ha prevalecido hasta nuestros días, en los que la imprenta ha sucumbido ante
Internet. Para anarquistas y comunistas del siglo XIX y gran parte del XX, parecería un sueño
irrealizable: exponer mis ideas en un foro abierto a todo el mundo, con un
traductor que mitiga las barreras idiomáticas para poder decir la verdad y que
todos la sepan, luchar con la palabra contra los opresores, los vampiros del
pueblo, los que sangran la vida de los proletarios, de los niños de Dickens, de
los represaliados por el fascismo, de los huidos después de la derrota de la revolución española de 1936.
Obviamente cuestionamos lo que nos interesa cuestionar, solo defendemos nuestra parte de la verdad, la verdad es nuestra, y si llegamos a saber que estamos en error, se relega, como si nuestro equipo gana de penalti injusto y fuera del tiempo reglamentario, como si nuestra patria o religión, o “raza” –es evidente que practican un racismo encubierto, véase la elección del alumnado en determinados colegios públicos-, venzan por encima de los demás por el simple hecho de ser los elegidos por nuestra ideología inventada y erigidos a nuestra imagen y semejanza.
Obviamente cuestionamos lo que nos interesa cuestionar, solo defendemos nuestra parte de la verdad, la verdad es nuestra, y si llegamos a saber que estamos en error, se relega, como si nuestro equipo gana de penalti injusto y fuera del tiempo reglamentario, como si nuestra patria o religión, o “raza” –es evidente que practican un racismo encubierto, véase la elección del alumnado en determinados colegios públicos-, venzan por encima de los demás por el simple hecho de ser los elegidos por nuestra ideología inventada y erigidos a nuestra imagen y semejanza.