Antonio Pérez ni nació
ni murió en Aragón. De hecho tan solo vivió una veintena de meses en el país y
la mayor parte de ellos los pasó en la cárcel o escondido de los esbirros de
Felipe I (en la Corona
de Aragón no reino Felipe el Hermoso, por ello el tratamiento oficial debe de
ser primero, lo usó así el mismo rey; y no supone un alegato localista,
simplemente es lo correcto) Personaje controvertido donde los haya, 400 años
después de su muerte todavía suscita recelos y equívocos, pese a todo y pese a
todos es uno de los aragoneses de mayor
trascendencia histórica.
Secretario
de Estado de Felipe II, quando gozaba de su gracia y particular confianza fue
derribado de su alto puesto al polvo y miseria de una cárcel, donde padeció
trabajos y tormentos reservados solo para gravísimos crímenes. Su muger Doña
Ana Coello, asida de tres hijos y tres hijas de tierna edad, siguió á Antonio
en su suerte. Nueve años vivió esta triste familia como sepultada en un
encierro, hasta que en abril de 1599 por la benignidad del nuevo Rey Felipe III
y mediación del Marqués de Dénia fue puesta en libertad, pero privada de ver al
padre, que emigrado en Bearne, como desde una atalaya segura veía á los
confiados y á los desesperados, caer aquellos, y levantarse estos. Había
escapado Antonio Pérez de su prisión de Madrid en 1591, refugiándose á Zaragoza
baxo del escudo de los fueros de su naturaleza, que no le sirvieron sino de
avivar sus persecuciones, y de poner en peligro extremo al Reyno de Aragón.
Forzado á huir de España, se acogió al amparo del Rey Cristianísimo Henrique
IV. Allí, á pesar de la distinción que le merecieron su talento y su desgracia,
llevó una vida privada; sin querer jamás aceptar empleos con que le brindaron,
por no hacerse odioso ó sospechoso á su patria, contentándose con algunas
pensiones para su sustento, hasta que le sobrevino la muerte en París en 1611.
Sobrevivió
veinte años á su primera persecución, por mas que los hombres, que no pueden
dar la vida, procuraron quitársela con disfavores: jurisdicción que les hizo
ver Antonio Pérez que solo tenían en ánimos pequeños, porque los grandes
estómagos digieren veneno como vianda ordinaria. Harto, pues, vivió para su
consuelo el que vió en pocos años enterrar uno á uno á tantos de sus enemigos,
y verdugos de su familia, arrebatados de en medio de sus venganzas; y demasiado
para su dolor, el que no habia de ver jamás asidas las ramas de sus hijos al
tronco de su padre: tronco solo, qual le dexó desgajado y desnudo tal ventisca
de furor y saña. En efecto, desesperados sus perseguidores de no poder, contra
la gracia de las gentes, acabar á un cuerpo muerto, que tal era ya ausente;
hubo miedo en España de amarle, y de ser amado de él, detenida la corriente á
las obras naturales, y cerrados todos los pasos y puertos á esta vitualla
sustento del corazón humano. Tan obstinada persecución acaso dió mas valor á
Antonio Pérez del que tenia por sí. Confírmalo él mismo quando dice: que el
perseguir al casi muerto es levantarle en alto, es resuscitarle, es estimarle,
es subirle de precio. En el juicio de su causa (decia él mismo) no juzgaban sus
contemporáneos todos de una manera: muchos, conforme á la razón y libertad del
ánimo; no tantos, conforme al respeto que los mandaba; pocos, conforme á la
landre de la adulación humana, de que estaban heridos. Para la posteridad son
aún un enigma no menos los vicios que las virtudes que le despeñaron de la cumbre
de su prosperidad y privanza. No sin misterio se daria él mismo el nombre de
monstruo y juguete de la fortuna; porque en sus escritos mas se sienten sus
querellas que se muestra la injusticia de sus agravios. Por qualquier lado que
se mire, siempre se ve a un hombre, grande por la gracia que alcanzó, y mayor
después de haberla perdido. Luego que dexó de ser el entretenimiento en la
scena del mundo, se desengañó á sí mismo, mas no á los que entraron á
representar su papel; labrándose con los infortunios, y la necesidad de tomar
la pluma para pintarlos, el mérito de eloqüente escritor, para lo qual le habia
dado la naturaleza facúndia, la educación elegancia, y la adversidad fuego y
energía: ojalá hubiese afectado menos ingenio y erudición. Se trasluce, sin embargo,
que escribía con el recato de un cortesano que aún recelaba decir la verdad de
todo lo que sentía: de aquí es que, á pesar de sus desventuras, que debieran
haberle criado un humor desabrido, y su edad y desengaños infundídole muy mala
opinión de los hombres; jamás se descompone, ni cae de su dignidad, en sus
cartas, ni quando se retrata, ni quando se querella: parece que las escribía el
dia después de haberlas dictado el dolor ó el despecho.
Las obras que trabajó ausente de
estos Reynos, son: las Relaciones de su vida, con el nombre de Libro del
Peregrino, á que después añadió los Comentarios, y el Memorial de lo que
contienen. El que leyere este libro, decia el Autor, á fe que puede salir
medroso de la fortuna, y de sus favores. En las Cartas familiares gasta
comunmente cierto donayre y gentileza de estilo, muy necesarios para templar
sus duelos, y mostrar que no estaba caido el ánimo, porque en la resistencia á
los golpes de la suerte adversa conocería que valia mucho el corage, si no para
vencer, á lo menos para morir peleando: satisfacción propia en los trances
últimos humanos. Disimulando á Antonio Pérez todo lo que tenia del gusto de su
tiempo, y de su natural enamorado, aun de sí mismo; ningún escritor castellano
ha manifestado como él mas gallardía en las metáforas, mas viveza en las
imágenes, ni reunido el mérito, poco común entonces, de decir mucho en pocas
palabras. Y como por otra parte junta calidades opuestas entre sí, podríamos
presumir que tomó; de Séneca, lo agudo y sentencioso por propia inclinación; y
de Tácito, lo profundo, conciso y nervioso por necesidad, quando tuvo que
pintar por el mal lado la naturaleza humana, y la vida de la Corte. Su estilo por lo
general es animado, lleno de calor y valentía; y quando esto falta, lo suplen las
gracias y el aliño. Cautiva casi siempre, é interesa; pero también se le conoce
al Autor que se escuchaba él mismo, y se pagaba.”
Retratos
de Españoles ilustres con un epítome de sus vidas (Anónimo, 1791)
Murió en París el 7 de
abril de 1611. ¿Los padres de la patria recordaran esta conmemoración?
Me
permito recordar a las lumbreras que rigen nuestro destino que también sería
injusto olvidarse de los aniversarios de:
-
Miguel Servet que nació en
Villanueva de Sigena el 29 de septiembre
de 1511 (fue asesinado en la hoguera en Ginebra el 27 de octubre de 1551)
-
Pablo Bruna El ciego de Daroca que nace en 1611
(fallece el 26-06-1679 en Daroca)
-
Joaquín Costa que muere en Graus el 8 de febrero de 1911 (nacido en Monzón
en 1846)