Siempre me motivaron las preguntas transcendentes, tal vez
porque mi educación fue de misa dominical y algún palo si no te sabias el
catecismo de memoria. Sin duda el nacional-catolicismo te daba todas las
respuestas, pero a mi no me cuadraban en absoluto. Y es que la religión para
los críos de mi generación es parte consustancial de su educación, se trate de
la religión que sea, e incluso en que parte del mundo se le ocurrió a tu madre
parirte. También importa poco el pelaje del régimen político que te toco en
suerte, si se votaba cada cuatro años o si el ateismo era otra materia; por
desgracia los sistemas educativos se movían, y se mueven, a golpe de dogma, o
religioso o gubernativo. Claro que cuando surge la incertidumbre, y pasas de
comulgar, de confesarte y de creer a pies juntillas todas las chorradas que te
cuentan; cuando en tu cerebro un rosario de historias y parábolas emergen como
inverosímiles, nimias o idiotas, cuando, ya por fin, te quitas ese peso de
encima; surge lo sustancial, lo paradigmático, lo transcendente otra vez. El
problema no se soluciona, más bien al contrario, y se perpetúa y se alarga la
duda.
Mis pasos
fueron demasiado lentos, sin directrices, dando tumbos, a veces por caminos
anchos, otras por senderos empinados. Entre la beatitud permisiva de mi madre
al agnosticismo político de mi padre. Del dios bíblico al Che y Jesucristo
Superstar, a los hippy´s y la revolución soviética; me escapé, como pude, del
rollo de la Confirmación;
me llamó la atención la moda parasicológica, escuché sus diatribas
nocturnas-radiofónicas, alertas ovnis y otras fruslerías; discutí con mi
hermano y con quien fuera, de poco me sirvió; leí todo lo que pillaba, desde
panfletos políticos a la Historia de los Heterodoxos españoles, descubrí
el poder de las bibliotecas y de alguna manera todo eso me condujo, a los 17 o
18 años, a la ciencia.
Creo que
somos victimas de un sistema educativo que no se enteraba de nada, que pasaba
de Darwin o Einstein, que les importó muy poco no enseñar a pensar y a tener
sentido crítico, a estimar la belleza y disfrutar de la sensibilidad. Con peones
mezquinos que luchaban por su sueldo, y no por sus alumnos ¿estaban podridos
por dentro? o ¿estaban podridos por fuera? Hay excepciones, no demasiadas, pero
hay: Carlos Goñi o Ángel Navarro, Labordeta, como no, Merino, Sáez, Toledo,
Morón, maestros en el amplio sentido de la palabra, buenas personas sobre todo,
a ellos les debo mucho, y siempre estarán en mi recuerdo.
La película
de Malick va sobre todo esto, el libro de Hawking va de lo mismo. De la
preguntas y de las repuestas, más de lo primero que de lo segundo, por
desgracia.
¿Por qué hay algo en vez de nada? ¿De dónde venimos? ¿Es
nuestra existencia una fortuita carambola cósmica del azar o el diseño de una
inteligencia superior? ¿Y es la muerte una aniquilación definitiva de la
conciencia o la puerta a otra realidad? 'El árbol de la vida', la monumental
película del enigmático Terrence Malick
que se acaba de estrenar en España, es una 'colosal sinfonía de imágenes' que
se enfrenta a estas inmensas, eternas preguntas del animal humano. Y lo hace
con una ambición quizás sólo comparable, como ya se apuntaba el otro día en
este periódico, al '2001' de Stanley
Kubrick. El resultado final puede gustar más o menos, pero parece
incontestable que ésta no es una película cualquiera, sino una de esas obras
que marcan época, y sobre la que se seguirá hablando y discutiendo durante
mucho tiempo.
Este artículo no se enmarca en la sección de Cultura sino en
la de Ciencia, y por lo tanto su objetivo no es hacer crítica de cine, sino
poner sobre la mesa algunas reflexiones sobre el peso y la inspiración del
conocimiento científico en la película de Malick,
y su tensa relación con la fe religiosa.
En primer lugar, la pretensión del filme es nada más y nada
menos que vincular el microcosmos de una familia en un pequeño pueblo del Texas
de los años 50 con el macrocosmos del origen y la evolución del Universo. La
película salta continuamente de las alegrías y miserias de un padre, una madre
y sus tres hijos al Big Bang, el
nacimiento de las galaxias, las
estrellas y los planetas, el surgimiento
de la vida, la aparición de los
dinosaurios y su extinción tras
la caída de un meteorito… En este sentido, el filme es una oda cinematográfica a
la belleza del cosmos, y expresa con una apabullante catarata de imágenes la
inconmensurable cadena de acontecimientos fortuitos (¿o no?) que llevan al
protagonista interpretado por Brad Pitt
o a cualquier otro bípedo pensante de la especie 'Homo sapiens' a encontrarse de repente en su diminuto rincón del
mundo, preguntándose "¿qué hago yo aquí?".
Podría decirse, por tanto, que 'El árbol de la vida'
bebe de todo lo que la investigación astronómica, geológica y biológica ha ido
desvelando a lo largo de los siglos sobre el (minúsculo) lugar del ser humano
en la inmensidad del Universo. Pero además, la ciencia no sólo ha inspirado a Malick desde un punto de vista
filosófico, sino que muchas de las imágenes que utiliza para componer su
impresionante himno a la creación son fotografías reales de galaxias, estrellas
y planetas captadas por el mítico telescopio Hubble de la NASA, así como de sondas como la nave Cassini, también de la agencia espacial
estadounidense.
Al ver las secuencias de la película que plasman ese
contraste entre la majestuosidad del cosmos y la ridícula irrelevancia de la
criatura humana, me vino a la cabeza una de esas inolvidables sentencias de Stephen Hawking: "Sólo somos una especie
avanzada de mono en un planeta menor, que orbita una estrella de tamaño medio,
pero podemos comprender el Universo, y eso nos hace muy especiales".
Sin embargo, Malick
-a diferencia de Stephen Hawking y
no digamos ya de científicos de radical militancia atea como Richard Dawkins- no se resigna a
aceptar que sólo seamos primates evolucionados debido al azar puro y duro, en
un Universo ciego e indiferente a la miseria humana, donde después de la muerte
sólo nos espera la nada. Al contrario, su película apuesta claramente por la hipótesis de Dios como una explicación
más convincente para la belleza cósmica, y en este sentido algunos podrían
acusarle de haber forjado una parábola cinematográfica en defensa de la
polémica teoría del 'diseño inteligente'.
Pero en cualquier caso, independientemente de si al final
uno se identifica con la metafísica de Malick
o acaba irritado por su dimensión mística, me parece innegable que 'El
árbol de la vida' ofrece un banquete de eso que los ingleses llaman 'food
for thought' (alimento para la reflexión), sobre nuestro lugar en el Universo, y la cadena cósmica que ha llevado a
una circunstancia tan extraordinaria como la posibilidad de que yo ahora mismo
pueda escribir estas palabras, y usted pueda leerlas.
Un post de: Pablo Jáuregui - Ciencia y religión en 'El árbol de la vida'- en EL MUNDO 19-9-2011.
Con The Tree of Life se combinaron la
radicalidad de un director con estatus de mito viviente y reverenciado por la
cinefilia más exigente como Terrence
Malick con el glamour de dos estrellas de Hollywood en su elenco: Brad Pitt (también coproductor del
film) y Sean Penn. Si a esa mixtura
se le suma una recepción que, apenas terminó la proyección, ya enfrentó a
aquellos que la vitoreaban con otros que la abucheaban, el combo resultó
perfecto….
¿Cómo explicar The Tree of Life sin caer en
simplificaciones? Se trata, en principio, de un melodrama familiar ambientado
en los años ’50 (e inspirado en los recuerdos de infancia del propio Malick) sobre un matrimonio (Pitt y Jessica Chastain) que sufre la muerte de uno de sus tres hijos.
Pero eso es sólo uno de los aspectos -el más “clásico”- que aborda el creador
de Días
de gloria, Malas tierras, La delgada
línea roja y El Nuevo Mundo.
Con The Tree of Life, Malick se propone una de las películas
más pretenciosas de la historia del cine, una empresa artística que -en la
comparación- deja a 2001, odisea del espacio, de Stanley Kubrick, como una película intimista. Con una búsqueda
sensorial y una narración fragmentaria (se parece a un caleidoscopio y a un
rompecabezas), el film ofrece desde un ballet cósmico sobre el polvo de
estrellas, un documental sobre las maravillas naturales del planeta, un ensayo
prehistórico (hay un par de dinosaurios que Steven Spielberg envidiaría) y una épica sobre el amor, la muerte,
la culpa, el duelo y la redención.
El trabajo visual y sonoro -en colaboración con el fotógrafo
mexicano Emmanuel Lubezki, el
diseñador Jack Fisk y el músico Alexandre Desplat- es de una belleza
subyugante, apabullante (algunos críticos le cuestionaron un excesivo regodeo
con ciertas imágenes), mientras que las distintas voces en off tienen no pocas
ambiciones espirituales (hay algo de new-age en la propuesta), filosóficas y
religiosas que oscilan entre lo genial y lo pueril. Así de desconcertante es la
película. De todas maneras, más allá de sus altibajos, se trata de un trabajo
de notables valores……..
Por Diego Batlle, desde Cannes.
(Crónica publicada en el diario La Nación del 17/5/2011)
Cada uno
de nosotros existe durante un tiempo muy breve, y en dicho intervalo tan sólo
explora una parte diminuta del conjunto del universo. Pero los humanos somos una
especie marcada por la curiosidad. Nos preguntamos, buscamos respuestas.
Viviendo en este vasto mundo, que a veces es amable y a veces cruel, y
contemplando la inmensidad del firmamento encima de nosotros, nos hemos hecho
siempre una multitud de preguntas. ¿Cómo podemos comprender el mundo en que nos
hallamos? ¿Cómo se comporta el universo? ¿Cuál es la naturaleza de la realidad?
¿De dónde viene todo lo que nos rodea? ¿Necesitó el universo un Creador? La
mayoría de nosotros no pasa la mayor parte de su tiempo preocupándose por esas
cuestiones, pero casi todos nos preocupamos por ellas en algún instante.................
..............En
la historia de la ciencia hemos ido descubriendo una serie de teorías o modelos
cada vez mejores, desde Platón a la teoría clásica de Newton y a las modernas
teorías cuánticas. Resulta natural preguntarse si esta serie llegará finalmente
a un punto definitivo, una teoría última del universo que incluya todas las
fuerzas y prediga cada una de las observaciones que podamos hacer o si, por el
contrario, continuaremos descubriendo teorías cada vez mejores, pero nunca una
teoría definitiva que ya no pueda ser mejorada. Por el momento, carecemos de
respuesta a esta pregunta, pero conocemos una candidata a teoría última de
todo, si realmente existe tal teoría, denominada teoría M. La teoría M es el
único modelo que posee todas las propiedades que creemos debería poseer la
teoría final, y es la teoría sobre la cual basaremos la mayor parte de las
reflexiones ulteriores.........
........Su creación, sin embargo, no requiere la
intervención de ningún Dios o Ser Sobrenatural, sino que dicha multitud de
universos surge naturalmente de la ley física: son una predicción científica.
Cada universo tiene muchas historias posibles y muchos estados posibles en
instantes posteriores, es decir, en instantes como el actual, transcurrido
mucho tiempo desde su creación. La mayoría de tales estados será muy diferente
del universo que observamos y resultará inadecuada para la existencia de
cualquier forma de vida. Sólo unos pocos de ellos permitirían la existencia de
criaturas como nosotros. Así pues, nuestra presencia selecciona de este vasto
conjunto sólo aquellos universos que son compatibles con nuestra existencia.
Aunque somos pequeños e insignificantes a escala cósmica, ello nos hace en un
cierto sentido señores de la creación.
Para comprender el universo al nivel
más profundo, necesitamos saber no tan sólo cómo se comporta el universo, sino
también por qué.
¿Por qué hay algo en lugar de no haber
nada?
¿Por qué existimos?
¿Por qué este conjunto particular de leyes
y no otro?
EL GRAN DISEÑO -Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, 2010.