EL ASESINATO DE LA TORRE NUEVA
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Tal vez hayáis leído, y si no lo habéis hecho os lo recomiendo, la novela Zaragoza de Benito Pérez Galdós (1843-1920) pertenece a la colección pomposamente titulada Episodios Nacionales. Fue un Best-Seller en su tiempo, contenía los ingredientes adecuados a la época que fructificaban en importantes ventas. Va sobrada de acción, amor, emotividad y carente de calidad literaria, imparcialidad y sentido critico. Narra los hechos acontecidos en Zaragoza en enero y febrero de 1809 (hablamos de ello en el post LOS SITIOS DE ZARAGOZA: ¿HÉROES O FANÁTICOS?) el llamado Segundo Sitio en el marco de la desgraciada guerra contra Napoleón.
Tuve la suerte de que cayera en mis manos hace muchos años; recuerdo estar leyendo su edición de bolsillo en una tienda de campaña en pleno monte de la serranía de Córdoba y a lo lejos oír tiros y pepinazos. Yo vestía de verde y llevaba más pelo en la barba que en la cabeza, mediaban los ochenta, y era la puta mili. Aquel libro lo pille en la biblioteca del cuartel; donde abundaba abrumadoramente la materia guerrera, para ser exacto no había de otro asunto merecedor de ocupar estantería. Me sorprendió, no por lo acontecido aquel año aciago en Zaragoza, sino porque hablaba de un edificio que prácticamente no conocía. Y eso que su foto aparecía en la mítica portada del primer disco de La Bullonera, que nos sabíamos de memoria, donde los ricos observan impávidos la torre y los obreros la apuntalan. La verdad es que no había tenido mayor información, hasta que Galdós me contó que la atalaya, el otero del vigía en los Sitios fue la Torre Nueva y Zaragoza le pagó el empeño asesinándola 83 años después.
La Torre Nueva de Zaragoza no era tan nueva; la obra se concluyó en 1512, la pagó el Ayuntamiento de entonces para que fuera bien visible y audible un reloj público. Y como en aquellos tiempos entendían que lo útil debía de ser bello y lo bello útil, construyeron un pedazo edificio al gusto de los ciudadanos del país: el mudéjar. Miles de ladrillos, ligados, trenzados, enredados en una filigrana sazonada a lo grande.
Se les ocurrió izarla en la actual Plaza de San Felipe, emplazamiento muy céntrico en la Zaragoza renacentista y que posiblemente vino condicionado por la existencia de una torre menor previa. En los trabajos de cimentación los alarifes no encontraron lo que buscaban: una buena base y tuvieron que profundizar unos 12 metros nada menos. Estoy seguro de que alguno de ellos leyó el negro futuro. Pese a todo y con prisas como buenos aragoneses tiraron para adelante sin mirar atrás (hay un dicho en el país que recuerda: “Tarazona no recula, aunque lo mande la bula”) y alcanzaron los 80,60 metros. Al poco tiempo la torre comenzó a inclinarse, con los años llegó tener un extraplomo de 2,67 metros (la torre de Pisa se extraploma 3,90 metros y es mucho más antigua, del siglo XII)
Los viajeros e ilustradores europeos la inmortalizaron en gran número de obras. Hoy sería emblema de ciudad y símbolo del país. Vue de la Tour Penchée de Saragosse. Xilografía obtenida por el grabador Léonce Huilier.
"El 27 de diciembre de 1846, tras unos días de fuerte viento y hielos, sobrevino en la ciudad un fuerte temporal (los documentos hablan de tormenta) que produjo importantes desprendimientos de ladrillos y escombros. El duro clima zaragozano y la falta de un mantenimiento adecuado, fruto de la época, se encargó de dejar bastante maltrecha la edificación. Se fue creando, entre los vecinos próximos a la torre, un franco temor ante el riesgo de que pudiera desmoronarse, derivando en peticiones de derribo. El arquitecto municipal José de Yarza y Miñana, en 1860, llevó a cabo una intervención de refuerzo en el tramo inferior de la torre, trabajando en el interior y exterior de la misma. Pero su futuro no iba a quedar resuelto tras los trabajos de Yarza. No pasaron muchos años para que los agoreros volvieran a clamar por su derribo. Surgió una junta de personajes notables para intentar frenar su derribo, pero al final el 12 de febrero de 1892 el Ayuntamiento acordó el derribo de la torre, el acuerdo se publicó en el Boletín Oficial el 16 de julio de 1892. Durante un tiempo se abrió a los zaragozanos para que pudiesen contemplar la ciudad desde su mejor atalaya, hasta que la piqueta acabó con la edificación. Una vez desmoronada los ciudadanos pudieron adquirir ladrillos como recuerdo."(página Web de Ayuntamiento de Zaragoza)
Los caciques, el Ayuntamiento de Zaragoza, los meapilas de los vecinos cercanos y la prensa provinciana la derribaron en 1892. El sentido común, ese sentido tan escaso en Zaragoza se opuso; sin duda era la mayoría, pero silenciosa. Se enfrentaban con el poder real, con el mediático, con el que nos dice que bien vestido va el rey desnudo. Es el sino de la ciudad donde vivo, la idiosincrasia de la estupidez soportable. ¡Qué triste¡ soportar y aplaudir, y callar.
Cuando se aproximaba el centenario del asesinato de la Torre Nueva surgió un movimiento de reivindicación del edificio. Se llegó a formar un pequeño grupo de presión que exigía un nuevo levantamiento de la torre a partir de la cimentación existente, que se conserva a la perfección. Se llegó a levantar un monumento en el lugar en el que había estado la torre, pero lo eliminó posteriormente el Gobierno Municipal del PP (o el PSOE; tanto monta, monta tanto) con Luisa Fernanda Rudi a la cabeza, al no contar con la correspondiente licencia para su colocación, hecho que no por extraño no causa menos hilaridad conociendo el funcionamiento interno del Ayuntamiento de la Inmortal Ciudad. Si visitáis la Plaza de San Felipe aun podéis ver la marca en el pavimento del perímetro de la torre y la escultura de un chaval sentado en el suelo que la contempla como si aún existiera. Es una muestra más de la polaridad simplona que nos supera, que nos vende Expos, tranvías, Juegos olímpicos, pufos, corrupción, y demás mandingas que hagan falta; siempre con el beneplácito de los popes de papel y los terneros de engorde de la comunicación digital.
The leaning tower of Saragossa. Grabado por T. Heawod.