“Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo.” Arthur C. Clarke
2001 para “A la sombra de la sabina” es más que una película de culto, es más que una obra maestra de Stanley Kubrick, es más que una gran novela de ciencia ficción verosímil de los sesenta. Recuerdo la primera vez que la vi en el cine Argensola y no entendí nada, insistí en verla otra vez esperando enterarme de algo, y descubrí cosas que antes no había visto; leí el libro y se me aclaro bastante, volví a verla y me gusto más, y otro vez más y otra, y otra y ahora, unos 30 años después de aquella primera sesión, gracias al video, continuo repasándola cada año y aún descubro algo nuevo. Pensando por el motivo de este extraño comportamiento, hoy, cuando nos deja el prendedor de la llama imaginativa de Kubrick, comienzo a comprender dónde se inicio mi búsqueda, dónde comenzó mi pesquisa persistente, mi viaje iniciático tras las respuestas.
Ha muerto un científico, un gran novelista y sin duda uno de los grandes divulgadores del siglo XX con Isaac Asimov y Carl Sagan. Deseó insistentemente vislumbrar el futuro, soñó despierto con el futuro. Acertó y se equivocó, pero no rebló nunca es su análisis de la trascendencia del pensamiento humano y logró ser cómplice de toda una generación de buscadores de respuestas.
Arthur C. Clarke dijo una vez: “Las herramientas inventaron la humanidad, que a su vez inventó nuevos instrumentos que la reemplazaron”.
Gracias por hacernos dudar.